—Vamos, señora, no me venga con monsergas... ¡Le he dado diez monedas de cobre, tal como estipula la LRAHJ! (Ley Real para el Alquiler de Habitaciones por una Jornada).
— ¿Tú te crees que yo me caí ayer de la Torre Quebrada? ¡Que me pagues las cuatro monedas que faltan!—dijo dando un golpe con el puño sobre la barra.
—Pero señora posadera, yo le aseguro que...
— ¡Como no me pagues, te voy a dar tal hostia que te van a temblar las orejas!
—Está bien, pero más vale que mi habitación tenga sus ratas correspondientes, ¿eh? No me gustaría tener que ponerle una queja al Consejero del Rey.
Benengal se resignó y sacó cuatro monedas de cobre de su bolsa (o monedero, como él la llamaba. Siempre había sido un adelantado a su época). Las puso sobre la desgastada barra de madera de aquella posada perdida de la mano del Hacedor, rezando para que la comida que se echase al estómago estuviese caliente o, al menos, templada. La posadera recogió las monedas, testó la dureza de cada una hincándoles un mordisco con dos dientes negruzcos y, tras ver que no eran falsas, le dio a Benengal la llave de su habitación. Éste la miró. Marcado a fuego en una pequeña placa de madera indicaba el número de habitación: 16b
—La cena se servirá en unos quince minutos. ¡Si llegas tarde, no cenarás!
Asintiendo, Benengal se dirigió a su habitación. La puerta estaba desgastada Una vez llegó, se quitó la coraza, los guantaletes y las botas, dejó su mandoble apoyado en la pared y se tiró sobre la cama. El quebrar de la madera y el sonoro "PAM" que se produjo sólo podía significar una cosa: había partido las patas de la cama. Benengal no se acostumbraba a ser tan corpulento, con tanto músculo por centímetro cuadrado de su cuerpo. Él siempre había sido un niñito enclenque, el tirillas del pueblo, además de más tonto que una piedra. Aunque en esto no había cambiado.
Contaba ahora con 26 años, más o menos, y desde hacía 8 había sido un aventurero a la fuerza. El día de su dieciséis cumpleaños, su padre pronunció una frase que marcaría a Benengal para toda la vida: «Hijo mío, ya eres un hombre a los ojos de todo el pueblo. Y como eres más feo que una blasfemia, y no vales ni para arar la tierra, o te buscas la vida fuera de aquí, o acabarás limpiando mierda de caballo el resto de tu vida. Tú decides.» Ni que decir tiene que el joven decidió coger sus posesiones más preciadas (una espada de madera, la piedra favorita de su colección de piedras y un cuerno de vaca), se puso una armadura de cuero desgastada que encontró en el montón de basura apilado frente a la entrada del pueblo y se fue sin decir adiós, porque se despidió diciendo «¡Decidle al granjero Meric que tuve sexo con su vaca varias veces!», aunque nadie lo escuchó.
Durante esos ocho años que nos separan, nuestro "amante de los animales" desempeñó varios trabajos. En una aldea cercana a su pueblo natal trabajó durante dos años como herrero. Ahí descubrió los secretos de la forja, aprendió a escuchar al metal y a golpearlo con precisión. Tanto trabajo físico provocó que su musculatura se fuese desarrollando, lo que despertó sus instintos más básicos. Se dio cuenta de que no necesitaba animales para desahogarse, pues la hija del herrero, que casualmente comenzó a fijarse en él cuando Benengal comenzó a fortalecerse, estaba bastante dispuesta a quitarse las vestimentas. Quizá demasiado dispuesta, creía nuestro protagonista. Le parecía raro que varias veces todos los días Leliana, que así se llamaba la hija del herrero, se le acercase por detrás, le acariciase los pectorales y le dijese la frase más bonita que nadie le había dicho a Benengal: mi hierro está al rojo vivo, ven y golpéalo con tu martillo.
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La senda de los titanes.
FantasyTodo comienza cuando el guerrero humano Benengal llega a la Torre Quebrada, lugar de reunión de mercenarios de todo el reino buscando trabajo tras un pasado algo "turbio". Ahí se enfrentará a la misión más peligrosa que existe y, durante el camino...