El comienzo

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A las afueras de Londres se encontraba una de las ciudades más abandonadas, debido a la mala reputación que ésta tenía, la gente no solía frecuentarla, por tanto las pocas personas que ahí habitaban poco a poco estaban siendo olvidadas.

En dicha ciudad se localizaba el hospicio más concurrido, sin embargo, las condiciones precarias a las que se enfrentaban, provocaban continuamente que los niños padecieran enfermedades y constantemente estaban en cuarentena, rodeados de ratas, cucarachas y las pocas monjas que había decidido cuidarlos, manteniéndose de las sobras que la gente les daba 

Una fría mañana de noviembre un niño de cabellos rubios se encontraba solo revoloteando por los alrededores, imaginando una y mil historias, hasta que algo llamó su atención, al principio dudo en acercarse, pero después de pensarlo mucho se envalentonó y decidió hacerlo.

-Discupe-dijo casi en un susurro- ¿Está usted bien?

El hombre que hasta hace poco había permanecido escondido miró con incredulidad al niño que tuvo el valor de acercarse a él.

–¿Qué haces aquí? – le cuestionó de manera frívola

–¿Está usted bien? – volvió a repetir

–Escucha niño tú no deberías de estar aquí ­–

El niño abrió de sus ojos sorprendido por la actitud de aquel hombre.

–Pero si está herido, necesita que lo curen­– replicó de manera atropellada y cuando estaba a punto de salir corriendo el hombre alcanzó a tomarlo del brazo deteniéndolo.

–Por favor no le digas a nadie que estoy aquí– El niño lo miro por unos segundo y asintió antes de irse.

Al cabo de unas horas el niño regresó y sin decir una palabra se acerco al hombre, este absorto por el comportamiento de aquel chiquillo no pudo hacer nada más que observar cada uno de sus movimientos.

–Lo siento– dijo el niño y lo miró por primera vez desde que había regresado – La enfermería es un desastres y no encontré algo más, pero supongo que esto servirá he visto a Sor Inés hacerlo de esta forma.

­–¿Por qué haces esto por un extraño–

–Solo creo que es lo correcto– Dijo mientras esbozaba una enorme sonrisa.

–No soy una buena persona–

–Es mejor, no creo en las buenas personas, siempre tan hipócritas, siempre tan mentirosos, esas personas son las peores–

El hombre no entendía como un niño de tan corta edad podría expresarse de las personas de esa forma, sin embrago, él podía entender un poco el dolor y sufrimiento que él debió de haber pasado para crear ese concepto, un dolor que se reflejaba en su mirada.

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Dos semanas transcurrieron desde que aquel niño lo había encontrado y desde ese día sus visitas se hacían cada vez más frecuentes, a veces le llevaba comida, o tras veces revisaba su herida y algunas otras solo se dedicaba a observarlo y conversar con él.

-¿Por qué estás aquí?- Pregunto el hombre.

-¿Por qué estás tú aquí?- le regresó de forma perspicaz el niño.

-Si te lo cuento, me temerás-

-Por supuesto que no, acaso no sabes que soy muy valiente-

-De acuerdo, hice algo muy muy malo.

-Eso no me dice nada- soltó una risa inocente

-¿Cuántos años tienes?

-Hace unos días cumplí 7 -

- ¿Y tus padres?-

-Yo no tengo tal cosa- Contestó con la mirada perdida- desde que tengo memoria he vivido en este lugar.

-¿Aquí solo vives tú?-

-No, pero mis amigos están enfermos y las monjas que nos cuidan no quieren que me contagie, por eso me han mantenido alejado- dijo mientras se levantaba y sacudía sus manos- Es hora de que me valla-

- Espera, ¿Cómo te llamas?- dijo en cuanto vio que se daba la vuelta

El niño volteó ligeramente – Kevin-




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