Prólogo

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Prólogo

Es extraño que en este mismo momento no pueda pensar más que en el día que la conocí. El cielo estaba despejado, como hoy, pero no podíamos ver el sol desde las celdas donde nos tenía hacinados la Primera.

No recuerdo cuándo me raptó, pero sé que el día en el que la niña llegó, yo tenía siete años.

Fue una de aquellas aterradoras moles doradas la que abrió la puerta y tiró a la pequeña dentro, como un simple trapo.

No era mayor que yo, pero en sus oscuros ojos ardía el fuego de la rabia. Con sus pequeñas manos ensangrentadas, demostraba lo duro que había luchado para escapar del gólem dorado que en aquél momento se encontraba ya al otro lado de las rejas. Tenía la cabeza cubierta de sangre, al igual que parte de la ropa que llevaba.

Recuerdo haber pensado que no debía de ser la suya, para la Primera habría sido un desperdicio.

Se encogió a un lado de la celda, alejándose del resto de los niños. Seríamos apenas una veintena, no lo recuerdo muy bien. Hace tiempo que sus desdichadas caras se borraron de mi memoria.

Pero la suya no.

Encogida sobre sí misma y rodeándose las rodillas con sus delgados bracitos, nos observaba atentamente desde un rincón. Pensando, calculando. Quizás hasta odiando. No entendía dónde estaba, ni porqué nosotros parecíamos no querer huir. No sabía que hacía tiempo que habíamos olvidado que, antes de estar allí, pertenecimos a otro lugar. Quizás tuviéramos familia, alguien vivo que nos buscara entre tanta muerte. Alguien que pensara que no formábamos parte del ejército de los alzados.

Con cuidado de no llamar mucho la atención, me levanté de mi catre y cogí un pequeño trapo, que mojé en el poco agua que me había sobrado de la última comida.

Me acerqué lentamente a la recién llegada y le tendí el paño. Ella lo cogió con un gesto tosco y se lo pasó por los dedos y la cara. Sus uñas estaban rotas y desgastadas, los dedos magullados. Alcé la vista hacia su cabeza y entonces vi que aquello que me había parecido su sangre no era tal.

Tenía el pelo de un color rojo oscuro y ensortijado. En cuanto lo vi, quise pasar mis dedos por él. Hacía tiempo que no veía un color tan vivo, con tanto brillo. En aquella prisión todo era marrón, negro y, a veces, gris. Pero sobre todo oro. Siempre oro, pues era el color que identificaba a la Primera.

Al igual que el color rojo sangre identifica ahora a la Segunda.

Levanté la mano y la pasé por sus rizos. Ella se retiró con rapidez, al tiempo que me miraba. No estaba asustada, más bien alerta, como si yo fuera algo extraño que necesitaba vigilar.

Fue al sostener aquella mirada cuando lo supe. En sus ojos había un brillo hipnótico, algo que hizo que supiera que estábamos conectadas.

Me llevé la mano al pecho, posando los dedos sobre la base de mi cuello, allí donde había estado marcada toda mi vida. Mi subconsciente fue más rápido que yo, que aún no entendía lo que me había empujado a acercarme a esa niña.

Intrigada por lo que ocultaba mi mano, ella miró hacia mi cuello y abrió los ojos aún más. Se apartó el pelo del frente y me enseñó la base de su cuello.

Ahí estaba, la misma marca que yo tenía, en la piel de otra persona. Con cuidado y lentitud, rocé las tres líneas que serpenteaban hasta unirse, en el centro de la figura. Había algo extraño en aquella marca. Tardé varios minutos en comprender que lo diferente a la mía era el color. La mía siempre había sido de color blanquecino, como una cicatriz.

—Es mi marca… —murmuré—. Pero la tuya es negra, ¿por qué?

La niña negó con la cabeza, haciendo que mis dedos resbalaran de su cuello y que sus rizos se esparcieran por sus hombros.

—No —corrigió con una voz que había esperado más aguda—. La tuya también es negra —tragó saliva y me miró emocionada—. Se ha activado.

La miré sin comprender lo que quería decir.

—Cuando un vínculo se activa, la marca se vuelve completamente visible.

—¿Un vínculo? —repetí sin entender.

—¿No sabes lo que es? —parecía asombrada. Yo negué con la cabeza—. ¿Dónde has nacido para no saberlo?

Me encogí de hombros.

—No lo recuerdo.

Su mirada se endureció. No supe distinguir si por desconcierto al saber que yo desconocía mi procedencia o por no saber aquello sobre los vínculos.

—Significa —dijo posando su dedo índice en mi marca—que estamos unidas de un modo que nadie más podrá comprender. Un vínculo es conocer a otra persona mejor que cualquier otra, saber sus pensamientos, quererlo, confiar en él… —dirigió de nuevo sus ojos a los míos—. O por el contrario, mentiras, desamor, desconfianza, muerte…

Contuve la respiración. Hubo algo en aquellos ojos oscuros que me dio miedo. Además, no hablaba como los otros niños.

—Los vinculados —prosiguió—, se pasan toda la vida buscándose, sintiéndose que no están completos, que hay algo que les falta o que no encajan en un lugar. A menudo son desdichados, y usan toda su magia en hacer que los dos nexos se unan —parpadeó y sonrió. En aquél momento sí parecía una niña—. ¡Te he encontrado!

Pese a haber algo en ella que no me terminaba de gustar, fui capaz de creer en todo lo que ella me dijo aquel día. Aunque no era difícil convencer a una pequeña enjaulada de que nunca se volvería a sentir mal o incompleta. Era como decirle que algún día podría ver la luz del sol.

Desde aquél día, desoí lo que ahora sé que era mi sentido común.

Nuestra captora, la Primera, nos “liberó” semanas después, al descubrir que ambas éramos magas y que compartíamos un vínculo. Magia y fuerzas antiguas, era algo que no podía desperdiciar en su guerra.

Aquella niña de ojos oscuros y cabellos color sangre y yo nos hicimos amigas inseparables, al tiempo que aprendimos magia de aquella que estaba atormentando al mundo entero. No nos importaba, hacía tiempo que ya no pertenecíamos a él.

Pasaron más de diez años bajo su tutela, todo igual, hasta que él llegó. De nuevo sentí que había algo que me conectaba al mundo. Aquél espía me demostró que un alma tan corrupta como la mía era capaz de amar y luchas por redimir sus pecados. Él fue, es y será por siempre aquél que trajo de nuevo la luz del sol a mi vida.

Mi gran amor… y quizás también el de ella.

Traicioné a mi maestra, a aquella mujer que raptaba y asesinaba niños para mantenerse viva, y también traicioné a la que había sido mi mejor amiga hasta la fecha, partiéndole el corazón. Intenté acabar con la guerra. Quería derrotarlas.

Un tiempo después de desaparecer de sus palacios, de sus artimañas y de sus vidas, se corrió la voz de que la Primera había desaparecido. Fue entonces cuando ella tomó su lugar, haciéndose llamar la Segunda.

Llena de rabia, odio y de oscuridad, decidió derrumbar mi mundo, sólo el mío, valiéndose de todo el poder que tenía a su alcance. Descargó toda su ira sobre mi nuevo hogar, sobre aquellos que habían luchado con valentía antes de que yo me uniera a sus filas.

Muchos han muerto, grandes amigos y gente honrada. Personas que creían en un mundo mejor lejos de ellas, de lo que una vez también fue “nosotras”.

Finalmente, y siendo totalmente consciente de lo que significa poner fin a la vida de un vinculado, he decidido hacerle frente.

Hoy.

Muy cerca del lugar en el que nos conocimos.

El cielo está despejado y brilla el sol, como aquél día. Pero, al igual que entonces, no puedo verlo. Mis ojos ya son ciegos, el aire no llena mis pulmones y hace tiempo que mi corazón ha dejado de latir.

Ojalá hubiera sido tan valiente como para acabar con su vida y, junto a ella, con el sufrimiento del mundo. Sin embargo, por un momento pensé que era una condena demasiado alta sólo por un acto de misericordia.

Me equivoqué.

Vínculos. MiraggioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora