Advertencia: escena de sexo leve romántica
—Estás siendo de mucha ayuda, Cage —me quejé—. Se supone que deberías ayudarme. ¿Para qué te pago entonces?
—No me pagas, Rand —contestó Luke a lo que yo fruncí el ceño.
—¿No? ¿Estás seguro? —la mirada que me mandó me dejó bastante clara la respuesta—. Está bien... —chasqueé la lengua y me senté en la mesa de mi oficina—. Como sea, ¿vas a ayudarme?
—No puedo ayudarte en esto, Danny. Es algo que tienes que hacer por ti mismo.
—Es fácil decirlo.
Luke ando hasta ponerse delante de mí y me miró.
—Simplemente tienes que ponerte delante de ella, así como lo estoy haciendo yo y decirle: soy Puño de Hierro. No te preocupes de lo siguiente, estoy seguro de que ella tendrá algún tipo de respuesta.
—¿Y cómo quieres que me ponga delante de ella si me evita? Recuerda que está enfadada conmigo —Luke se encogió de hombros yendo hacia la puerta.
—Eso es cosa tuya, amigo. No haberla enfadado. Y, si no lo haces, la perderás.
Y, sin dejarme responder, salió de mi oficina. Y yo sabía que no podía perderla.
***
¿Estaba nervioso? No creo que esa sea la palabra que me defina.
Estaba impaciente. Sí, eso sí.
Entrar por la ventana de Sofía no fue demasiado difícil. Tenía la costumbre de dejarla abierta mientras dormía y cualquiera podría colarse por ella sin que se diese cuenta. Justo como estaba haciendo yo ahora mismo.
Cuando finalmente estuve en la habitación, la observé.
Parecía tan tranquila ahora mientras dormía cuando, hacía solo unos días me había gritado, preguntándome por qué tenía tantas heridas por el cuerpo. Por qué le ocultaba cosas.
Obviamente su enfado aumentó cuando no contesté ninguna de sus preguntas. Pero es que hasta este momento no había estado preparado para revelarle que era Puño de Hierro.
Y puede que no fuese el mejor momento ni el lugar, pero era ahora cuando ella iba a saber la verdad.
—Sofía —susurré, pero ella no se despertó—. Sofía... —volví a intentar, haciendo que se removiese entre las sábanas. Me acerqué más a ella hasta que tuve mis labios pegados a su oreja—. Sofía —volví a decir.
Y entonces un fuerte grito inundó la habitación, haciendo que me apartase de ella con un salto.
—¡¿Qué demonios haces aquí, Rand?! —me gritó, tapándose con las sábanas.
—Eh... yo... hola —contesté.
Ella cogió un cojín y me lo lanzó, el cual esquivé con facilidad.
—¡Vete de mi cuarto y de mi casa! Esto es ilegal.
—No, no, espera. Tengo algo que decirte.
—Podrías hacerlo en cualquier otro momento, Danny. Entrar en mi habitación mientras duermo no es una de las mejores opciones.
—Pero es algo muy importante —se quedó en silencio durante unos segundos.
—No te irás hasta decírmelo, ¿verdad? —negué con la cabeza.
—Y recuerda que tengo mucha paciencia —ella rodó los ojos y asintió, dándome paso para que empezase a hablar. Me senté en su cama, de cara a ella y, aunque todo estaba oscuro, clavé mi mirada en sus ojos—. Ya sabes que durante mucho tiempo estuve en... un lugar muy apartado de todo esto —no quise decirle exactamente donde, ya que quería ir poco a poco—. Allí aprendí un montón de cosas. Me prepararon tanto física como mentalmente. Me convirtieron en quien soy hoy. Pero también me dieron otra cosa —ella estaba muy interesada en lo que le estaba contando, así que seguí adelante—. Era como un rito de iniciación y, bueno, en resumen conseguí otra cosa. Algo muy valioso.
—¿Y qué es esa cosa? —preguntó curiosa.
—Has oído hablar sobre Puño de Hierro, ¿no? —ella asintió—. Bien, pues soy yo.
Por unos segundos se quedó completamente callada. Casi ni pestañeaba.
Fruncí el ceño y la miré, llegando a preocuparme.
Pero entonces volvió a la realidad.
—¿Qué? —exclamó simplemente—. Eso no es verdad. ¿Cómo vas a ser tú él? —negó con la cabeza—. No puede ser —Elevé mi mano y ésta quedó rodeada por energía, haciendo que ella jadease—. Madre mía.
—¿Me crees ya? —ella asintió sin dudarlo.
—Entonces... todas esas heridas que tenías por el cuerpo... Los secretos que tenías... todo era por esto —asentí y ella se tapó la cara—. Oh, qué vergüenza. Lo siento.
—Eh, no tienes nada de qué avergonzarte.
—Pero yo te he tratado mal estos días, me he enfadado contigo...
—Tú no lo sabías —la justifiqué.
—Debería haberlo hecho. Debería haberlo supuesto. Te conozco desde hace tanto tiempo...
—Yo debería habértelo dicho. No debería haber esperado tanto —ella negó con la cabeza.
—No importa cuando lo hayas hecho, lo importante es que lo has hecho —sin esperármelo, se echó hacia delante y me abrazó.
Yo la estreché entre mis brazos sin decir una palabra .
Ahora me sentía bien.
Estos días había estado preocupado preguntándome si ella volvería a hablarme, si se tomaría bien esta noticia, si no lo haría... Pero ahora que ya lo había hecho, me sentía sumamente bien.
Y es que había un sentimiento aun más fuerte.
Ella retiró la cabeza de mi hombro y la puso delante de mí, mirándome.
Entonces me di cuenta de cuál era ese sentimiento.
Tenía miedo de perderla.
Justo cuando me di cuenta de eso, eché mi cara hacia delante y la besé. Ella me siguió el beso aunque al principio estuvo un poco desconcertada.
Y ver que me respondía solo hizo que la besase con más ganas, como siempre había querido pero que no me había dado cuenta de ello hasta ahora.
Casi sin darme cuenta estábamos ambos tumbados en la cama, yo encima de ella, mientras repartíamos caricias por todo nuestro cuerpo.
Ya nada parecía importar. Solo estábamos ella y yo, y no necesitábamos nada más.
La ropa sobró entre nosotros y toqué cada centímetro de su cuerpo, mientras deseaba perderme en toda ella.
Finalmente pude hacer lo que durante tanto tiempo había anhelado. Éramos solo una persona. Todo nuestro ser estaba conectado y no había manera de poder separarnos en aquel momento.
Cuando todo acabó, me sentí completamente lleno.
Me retiré de encima de ella, pero no me aparté de su lado. La atraje hacia mi cuerpo y deposité un largo beso en su frente.
—Entonces... —dije, cuando nuestras respiraciones volvieron a la normalidad—. ¿Me perdonas? —ella rió y me dio un suave golpe en el brazo, abrazándome.
Y no necesitaba más respuesta que esa.
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