Me siento como si estuviera incubando un virus y fuera consciente de que en cualquier instante se expandirá por el interior de mi confuso corazón.
El problema está en si me quiero curar. En si quiero ese antídoto antes de enfermar de verdad. Porque una vez que consiga sujetarme no lograré deshacerme de él.
Así es el amor. Te engancha y te suelta a su antojo.
¿Tengo opción de elegir?
Posiblemente, no. No manda la razón. No seleccionas tú. Es tanto el poder de ese virus que, si te atrapa, no te suelta.
Sólo queda luchar contra él. Poner remedio. Mostrarte firme y ahuyentar la debilidad. Si eres débil, si te dejas llevar, habrás caído en la red.
No sé si estoy en condiciones de enamorarme de otra persona. No creo que tenga derecho a que se me iluminen los ojos mirando otros ojos.
Entonces, ¿es una prueba?
¿Una lección de fortaleza?
¿Un cambio de dirección en mi vida?
No estoy segura. Solo sé que deseaba ese beso.
Cuando se acercó a mi boca, cuando respiré su respiración. Cuando escuché latir a toda prisa su corazón, quise probar sus labios.
Y el, ¿me quería besar?
No sé si está jugando. Si sólo soy un reto. Una diversión para alguien que puede divertirse con quien quiera. Ésa es la impresión que me da. Aunque diga que sueña conmigo, que tengo los ojos bonitos, que piensa en mí... No me lo creo. No creo que un chico así pueda estar interesado en alguien como yo.
¿Es posible que me esté enamorando?
Me siento culpable por estar divagando sobre una nueva aventura. Sobre todo, sin haber cerrado por completo otras anteriores. Me siento mal por no ser clara. Por no cerrar los ojos y verle abrazado a mi. Por no escuchar fuegos artificiales al rozar sus labios. Estoy mal por no quererle como al principio.
No sé que debo hacer. No es fácil tomar decisiones. Decisiones tan importantes como para determinar con quién quieres soñar por las noches. Decisiones de las que dependerá dónde das un beso o si tus caricias van más allá de la piel.
Decisiones que marcarán mi vida y para las que no se si estoy preparada.