Hablemos de sueños.
Pero, ¿Cómo hablar de sueños sin hablar de las personas que lo soñaron?Estamos en un tren, son las seis de la mañana y parece no quedar lugar para una sola persona. Embarazadas, ancianos y discapacitados viajan parados con mala cara ¿En que nos sorprende eso? Si a fin y a cabo es lo más común del mundo que un adolescente se haga el dormido para no ceder su asiento, o que las mujeres que van demasiado arregladas al trabajo crean que tienen más derecho a sentarse que los demás. Los bebés lloran, los dormidos roncan, hay gente hablando por teléfono, vendedores ambulantes que gritando y nunca falta el que está escuchando música sin auriculares con ganas de que todo el vagón escuche esa canción. El tren está atrasado siete minutos y parece ir muy lento por lo que la paciencia de la gente parece estar a punto de desaparecer.
Al fondo esta Alberto, Beto, para los amigos. Estas actitudes le molestaban bastante pero con el paso de los años podríamos decir que se acostumbró. Si, se acostumbró a dormir menos de seis horas por día, a este invierno inhumano, a las tres horas de viaje de ida y otras tres de vuelta, a bajarse del colectivo, subirse al tren, bajarse y subirse a otro colectivo. Todo esto sin sentarse un solo minuto, y eso que Alberto tiene nada más y nada menos que setenta años, pero los lleva tan bien que si no lo conocés podrías decir que apenas llega a los sesenta. Camisa manga larga, pantalón negro, boina, camperón, y como olvidarnos del diario debajo de su brazo. Beto mira hacia el horizonte con una sonrisa perdida, seguramente, recordando sus sueños.
Era el año mil novecientos cincuenta, veintidós de marzo, todos estaban celebrando su cumpleaños. Cinco años ya tenía Albertito, como le decían en casa. El tío Manuel llegó un poco más tarde, venía desde muy lejos, seguro se quedase todo el fin de semana en su casa así compensaban todo el tiempo que habían estado sin verse. Le trajo una caja gigante, o por lo menos así es como se acuerda Beto. El tío Manuel no andaba muy bien económicamente pero siempre se las arreglaba para traerle algún regalo a su "sobrino favorito". Ese año le trajo un casco firmado por un amigo de su pueblo que corría carreras de autos.
Albertito no sabía quien era, pero cuando le preguntó a su tío, se enteró que ese tal "Juan Manuel Fangio" era uno de los mejores corredores del mundo. Desde ese momento se convirtió en su fanático. Todas las mañana iba al puesto de diario de Juancito a ver si había alguna nota de él, y cuando la había, gastaba plata de sus ahorros para comprar ese diario. Cuando llegaba a su casa su mamá se las leía. Albertito era tan insistente pidiendo que se las lea "una vez más" que un día logró que su mamá le enseñase a leer aun faltando un tiempo para empezar la escuela.
Las leía una y otra vez, después las cortaba del diario y las guardaba todas juntas. Su fanatismo se convirtió en su primer sueño.
Albertito tenía puesto su casco en todo momento. En sus momentos libres iba al parque y corría en círculos con las manos extendidas, como si tuviese un volante. No había duda; Alberto González quería ser corredor de autos, si era de fórmula uno, mucho mejor.
Cuanta tecnología tenemos que nos facilitan tanto las cosas ¿no? Porque, en esa época no existía ni youtube ni nada que le permitiese ver las carreras. ¡Ni siquiera la televisión! Albertito tenía que rebuscárselas bastante para averiguar en que posición había quedado Fangio después de cada carrera, pero así y todo lo hacía. Y se imaginaba, como en veinte años algún pibito del barrio iba a hacer lo mismo para averiguar como le había ido a él. Y si, en veinte años el ya iba a ser mundialmente famoso, pensaba en debutar a los dieciocho, como Fangio. Giras por todo el mundo, carreras en países que nunca había escuchado su nombre, y mucha, mucha plata. O por lo menos la suficiente como para comprarse una casa, comprarle una a sus papás y tener comida todos los días.
Vale aclarar, que si bien nunca le falto nada, casi no veía a su papá por tantas horas que trabajaba y que su mamá se la pasaba de acá para allá limpiando toda la casa. Cuando fuese corredor se los iba a devolver.
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Se trata de mirar con otros ojos
General FictionEstamos en un tren, son las seis de la mañana y parece no quedar lugar para una sola persona. Embarazadas, ancianos y discapacitados viajan parados con mala cara ¿En que nos sorprende eso? Si a fin y a cabo es lo más común del mundo