Lumière ©

135 18 43
                                    

Francia, 3 de agosto de 1916

Amor mío:

No sé cómo iniciar esta carta. Nunca he destacado en la comunicación por escrito y no ayuda el hecho de que me gustaría decirte todo esto en persona, pero no podía negarme a tu petición; aquella que me hiciste con notable preocupación y una mirada suplicante plasmada en tu rostro.
Querías que te escribiera cada vez que pudiese, que describiera el escenario en el que despierto cada día. Aunque no me agrada el hecho de que cumpliendo tu pedido, puede que tu angustia aumente; deseo complacerte, amor.

Te escribo desde el frente francés, anhelando que todo esto sea una horrible pesadilla y que cuando despierte, me encontraré en nuestra cama, a tu lado. Pero las cosas no siempre salen como uno quiere.

Aunque preferiría escribir lo contrario; la situación aquí no es buena. Cada día nos enfrentamos a un ambiente lleno de violencia, donde la muerte protagoniza cada escenario al que vamos. Sufrimos hambre, frío y noches interminables de angustia y recuerdos agridulces; donde la Guerra no sólo marca nuestros cuerpos, sino también nuestra alma.

La desesperanza reina en este entorno gris, en el que debes ser fuerte aún cuando la vida de otros es arrebatada a metros de ti. Vemos cada día cómo a cientos les apagan la llama de la vida en un abrir y cerrar de ojos.

¿Recuerdas cuando te hablé de Paul?
Él pasó a una mejor vida ayer, en medio del combate. Fue mi mejor amigo, el hermano que nunca tuve. Con él, el dolor era más llevadero; la carga, liviana. Lamento que no pudimos darle la sepultura que merecía, ni que su esposa le diera un último adiós. Pero, pese a su ausencia, sigue presente en mi corazón.

Cariño, te extraño. No tienes idea de lo mucho que me hace falta tu compañía, tu voz, tu suave aroma impregnado en las sábanas. Siempre has sido mi cable a tierra, ¿sabes?
Me basta con evocar el sonido de tu risa para sentirme en paz. Cuánto daría por estar contigo en estos momentos... Te estrecharía entre mis brazos y te besaría una y otra vez.

Lamento que tengas que pasar por todo esto, cielo. De que sufras con la incertidumbre de si regresaré o no, de que te asuste mirar las noticias o que tu corazón lata con fuerza dentro de tu pecho cada vez que el teléfono suena.

Te amo, cariño, y una simple carta no me bastaría para expresar todo lo que siento por ti. Eres y siempre has sido esa luz que ilumina hasta la noche más oscura.

Con amor,
Alan Leduc.

Lumière ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora