Capítulo 10: El hogar feliz

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Una consecuencia importante de la escaramuza de la laguna fue que los pieles rojas se hicieron sus amigos. Peter había salvado a Tigridia de un horrible destino y ahora no había nada que sus bravos y ella no estuvieran dispuestos a hacer por él. Se pasaban toda la noche sentados arriba, vigilando la casa subterránea y esperando el gran ataque de los piratas que evidentemente ya no podía tardar mucho en producirse. Incluso de día rondaban por ahí, fumando la pipa de la paz y con el aire más amistoso del mundo.

Llamaban a Peter el Gran Padre Blanco y se postraban ante él y esto le gustaba muchísimo, por lo que realmente no le hacía ningún bien.

-El Gran Padre Blanco -les decía con aires de grandeza, mientras se arrastraban a sus pies-, se alegra de ver que los guerreros piccaninnis protegen su tienda de los piratas.

-Yo Tigridia -replicaba la hermosa muchacha-. Peter Pan salvarme, yo buena amiga suya. Yo no dejar que piratas hacerle daño.

Era demasiado bonito para rebajarse de tal forma, pero Peter pensaba que se lo debía y respondía con tono de superioridad.

-Está bien. Peter Pan ha hablado.

Siempre que decía «Peter Pan ha hablado», quería decir que ahora ellos se tenían que callar y ellos lo aceptaban humildemente con esa actitud, pero no eran ni mucho menos tan respetuosos con los demás chicos, a quienes consideraban unos bravos corrientes. Les decían: «¿Qué tal?» y cosas así y lo que fastidiaba a los chicos era que daba la impresión de que a Peter esto le parecía lo correcto.

En el fondo Wendy los compadecía un poco, pero era un ama de casa demasiado leal para escuchar quejas contra el padre.

-Papá sabe lo que más conviene -decía siempre, fuera cual fuera su propia opinión. Su propia opinión era que los pieles rojas no deberían llamarla squaw.

Ya hemos llegado a la noche que sería conocida entre ellos como la Noche entre las Noches, por sus aventuras y el resultado de éstas. El día, como si estuviera reuniendo fuerzas calladamente, había transcurrido casi sin incidentes y ahora los pieles rojas envueltos en sus mantas se encontraban en sus puestos de arriba, mientras que, abajo, los niños estaban cenando, todos menos Peter, que había salido para averiguar la hora. La manera de averiguar la hora en la isla era encontrar al cocodrilo y entonces quedarse cerca de él hasta que el reloj diera la hora.

Daba la casualidad de que esta cena era un té imaginario y estaban sentados alrededor de la mesa, engullendo con glotonería y, la verdad, con toda la charla y las recriminaciones, el ruido, como dijo Wendy, era absolutamente ensordecedor. Claro que a ella no le importaba el ruido, pero no estaba dispuesta a tolerar que se pegaran y luego se disculparan diciendo que Lelo les había empujado del brazo. Había una norma establecida por la que jamás debían devolverse los golpes durante las comidas, sino que debían remitir el motivo de la disputa a Wendy levantando cortésmente el brazo derecho y diciendo: «Quiero quejarme de Fulanito», pero lo que normalmente ocurría era que se olvidaban de hacerlo o lo hacían demasiado.

-Silencio -gritó Wendy cuando les hubo dicho por enésima vez que no debían hablar todos al mismo tiempo-. ¿Te has bebido ya la calabaza, Presuntuoso, mi amor?

-No del todo, mamá -dijo Presuntuoso, después de mirar una taza imaginaria.

-Ni siquiera ha empezado a beberse la leche -cortó Avispado.

Esto era acusar y Presuntuoso aprovechó la oportunidad. -Quiero quejarme de Avispado -exclamó rápidamente. Pero John había levantado la mano primero.

-¿Sí, John?

-¿Puedo sentarme en la silla de Peter, ya que no está?

-¡John! ¡Sentarte en la silla de papá! -se escandalizó Wendy-. Por supuesto que no.

Peter Pan y WendyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora