Prólogo.

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Relativamente hablando, la vida puede significarlo todo y al mismo tiempo no llegar a significar nada. Sin importar el color de la piel o el nivel social, tratándose de enfermedades, no se es estrictamente selectivo.

Cuando hablamos sobre el cáncer nos referimos a algunas células que empiezan a dividirse sin detenerse y se diseminan a los tejidos. El cáncer puede formarse en casi cualquier lugar del cuerpo humano, formando con aquellas células que sobrevivieron en el proceso (en lugar de respectivamente morir), tumores malignos o benignos.

Se supone que con una muy delicada operación, siguiendo el recetario de medicamentos, quimioterapias y/o radioterapias, las visitas al medico, podrías salir sana y salva de aquello, rehacer tu vida y dedicarte a apreciarla. Quizás hacer un libro, hablar sobre la misericordia de Dios en todas las iglesias católicas de la ciudad y participar en las verbenas para los necesitados el resto de sus días.

Pero las cosas nunca son así.

Estadísticamente hablando de una cantidad de 100,000 hombres y mujeres, 14,000 son diagnosticados, y por lo menos 4.000 de ellos mueren anualmente. En 2014, se estimó que 15,780 niños y adolescentes de 0 a 19 años de edad recibieron un diagnóstico de cáncer y 1960 murieron por la enfermedad. Los sobrevivientes del cáncer, de esta misma cantidad, llegan a ser en aproximación apenas 300 personas, y Lauren sería una de ellas.

Lauren Jauregui era una joven de veinte años, le gustaba la música, leer y salir todos los jueves a las tres de la tarde al parque central. Sin muchas palabras, con demasiados pensamientos y una cruel enfermedad que poco a poco la estaba asesinando.

Y esa era la misión de Camila Cabello; impedirlo.

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