El adiós

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Las agujas del reloj marcaban la una de la madrugada. Pensó que aquel era el momento idóneo. Llevaba horas intentando conciliar el sueño; era lo que tenía planeado: descansar unas cuantas horas antes de su partida. Pero sabía que cualquier esfuerzo que hiciera no daría sus frutos, así que, se levantó de su cama haciendo el menor ruido posible, y se dirigió hacia la puerta de su cuarto. Volvió la vista hacia su esposa durante unos instantes, pero enseguida apartó la mirada de ella, pues tenía miedo de que si seguía observando a la mujer que amaba, reconsideraría la idea de marcharse. Y aquello no iba a suceder; no podía ocurrir. Quizás la había podido proteger de los mortífagos que se habían presentado en su casa unas semanas atrás; pero lo cierto era que ella sabía defenderse sola. Era fuerte. Y estaría más segura si él se iba de allí.

Era todo lo que Ted Tonks deseaba. Mantener a salvo a su familia.

Anduvo hasta el salón, y en el corto trayecto, se paró a examinar cada detalle de su casa, como si fuera la primera vez que ponía un pie en ella. Quería recordar todos los detalles que pudiera de su hogar. Tardaría mucho en regresar. Quizás ni siquiera lograba volver. Curiosamente, no se estremeció ante tal pensamiento.

Cargó con una pequeña mochila, en la cual había guardado algunas provisiones, un par de mantas y una linterna muggle, que él mismo había hechizado para que nunca se le acabaran las pilas. Cogió su varita, y observó aquel lugar una última vez. Identificó el sitio exacto en el que su hija había dado sus primeros pasos. La recordó cambiando de color de pelo en todas las ocasiones que podía; recordó la primera vez que la dejó en el andén nueve y tres cuartos. Y ahora su pequeña iba a convertirse en madre. Todavía seguía sin dar crédito. Recordó cómo durante las vacaciones de verano de su segundo curso, la pandilla de amigos de Nymphadora habían pasado un día entero allí. Tres chicos y una chica. Uno de ellos era uno de los hijos de los Weasley; la niña era hija de muggles. Ted se preguntó si aquella muchacha estaría bien, y si se habría inscrito en el registro que estaban organizando los del Ministerio para identificar a los de sangre impura. Quizás se había negado, y no había tenido otra opción salvo huir.

Al igual que él.

Ted pensó en escribir una nota. Pero, ¿qué podía decir en ella? ¿Que sentía haberse ido, que no pretendía hacerlo, pero que aquella era la única posibilidad de que los mortífagos no regresaran a aquella casa? Eso, tanto su mujer como su hija, ya lo sabían. No necesitaba darles más explicaciones. Lo entenderían. Acabarían entendiendo que era lo mejor para todos. Incluso, con un poco de suerte, los mortífagos acabarían por olvidar todo el asunto de la licantropía de su yerno, y no habría más amenazas ni peligros que les acecharan.

Estaba preparado para lo que fuera. Incluso la muerte parecía un precio justo a cambio del bienestar de todos ellos.

Agarró el pomo de la puerta, cogió aire, y justo cuando se disponía a abrirla, una voz a sus espaldas hizo que se detuviera.

- ¿Ibas a alguna parte?

Se giró, aunque sabía perfectamente de quién se trataba.

Andrómeda.

Ted soltó un largo suspiro. Aquello, aquello era lo que precisamente había intentado evitar. Intentó que aquella situación no se volviera tan incómoda.

-Me he dejado los apuntes en clase. Enseguida vuelvo.

-No tiene gracia, Ted.

Sin embargo, Ted vio una pequeña sonrisa en su rostro. Y es que, aquella era la excusa que su mujer les daba a sus hermanas cada vez que quedaban a escondidas en Hogwarts. No estaba muy bien visto, precisamente, que una Slytherin y un Hufflepuff estuvieran juntos. Y menos si se trataban de una sangre limpia proveniente de un linaje como el de la familia Black, y un hijo de muggles como cualquier otro. Pero poco les importaba todo aquello cuando se reunían, ya bien fuera en la orilla del Lago Negro o en la Lechucería. Al conocer a Ted, Andrómeda descubrió que todos los valores que llevaban inculcándole sus padres desde que era pequeña, y todos los estereotipos que le habían enseñado acerca de los hijos de muggles, no eran más que patrañas. Mentiras. Los sangre puras no eran superiores a ellos. De hecho, Ted la superaba en la mayoría de las asignaturas. Era un gran mago, y la magia que él tenía en su interior no se la había robado a nadie. Andrómeda lo encontraba algo inaudito el hecho de que alguien pudiera creer tal cosa. Se avergonzaba de sí misma por haberlo pensado en un pasado.

|Harry Potter| Ted y Andrómeda (One-shot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora