Suplicio del palo.

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Mi nombre es Asarin, actúo como un importante mensajero del sultán Mehmed II. Yo y mis compañeros de trabajo somos un grupo de hombres muy selectos que viajamos por todo el Imperio de Turquia dando comunicados a los principales regentes de las distintas zonas geográficas. Este es mi trabajo desde el año 864 del calendario musulmán. Y hoy, dos años después, me tocó una misión de la cual no pude regresar.

Junto con mi ya mencionado grupo, nos teníamos que adentrar en una bella tierra rodeada de bosques de pinos, llamada Valaquia. Este solía ser un simple principado, vasallo del imperio del que vengo. Pero, tras distanciarse de sus obligaciones, perdió el favor del sultán. Nuestro trabajo era darle su última oportunidad, presentándole al Conde Vlad III una nueva oferta tributaria para su reino. Mi compañero Samir presentó con honradez el discurso emitido por el Sultán:

"Felicidad para usted y su reino, caballero. Venimos en nombre de Mehmed II. Sabemos que últimamente no ha podido pagar los tributos necesarios a nuestro imperio. El sultán es un hombre muy racional y, por lo tanto, encontró una manera correcta de resolver esto evitando cualquier conflicto entre las dos partes. Este nuevo impuesto reduce muchas veces su cuota pero pide algo a cambio. Deseamos que envíe a nuestra nación algo mas que oro. Reduciremos la cuota de oro casi a la mitad a cambio de que nos envíen personas para distintas labores. El sultán pide generosamente que cada cierto lapso de tiempo envíe 500 niños menores de 3 años para..."

En ese momento, mi compañero se vio interrumpido por el estruendo de los gritos del príncipe de Valaquia. Nos maldecía por nuestra falta de honor y de respeto. Decía a todo pulmón que, para él, presentarse sin mostrar la cabeza era un pecado. Y ni se diga el pedirle sus niños a alguien mas. Incluso lanzó un barril de oro a nuestros pies para decirnos que, si no nos pagaba, no era porque no tuviera, sino porque no quería. Por alguna razón, ese hombre seguía insistiendo con que debimos mostrar las cabezas. Pero nosotros le explicamos que en nuestra cultura eso no era ley. Molesto por lo que consideró una agresión a su cultura, nos tomó a todos de prisioneros. Y lo primero que hizo fue, con clavos, asegurar nuestros turbantes a nuestras cabezas para siempre.

Ya ni siquiera puedo recordar o sentir el dolor de ese clavo, que sigue atorado en mi cráneo, debido a que he sentido un dolor mucho peor. Lo importante es que, luego de ese acto, todos mis compañeros fueron liberados. Pero ese hombre debió ver algo especial en mi, quizá mi mirada determinada, o la fuerte oposición que di ante el agarre de sus soldados. Lo que sea que vio, lo hizo dejarme en el calabozo. Pero ahora no estoy en ese calabozo. Estoy libre de esos muros y rejas. Pero, en realidad, no soy libre. No puedo moverme ni hablar, atrapado en el salón privado del príncipe; frente a una ventana que da la vista a un gran campo frente a su fortaleza. El conde sabía claramente que yo me encontraba en ese lugar. Y eso era lo peor de mi situación, aunque en todo momento parecía ignorarme.

Mientras yo estuve en prisión, mis compañeros llegaron a Constantinopla e informaron sobre mi situación. Al menos, así debería ser en caso de que hayan sobrevivido el viaje de vuelta. En este momento, estoy sufriendo de mi primer día estatico en este lugar. En algún momento de la mañana, el conde Vlad empezó a dar vueltas en este salón pareciendo pensativo o mas bien expectante sobre algo. Pasamos varias horas así antes de que se escuchara la puerta abrirse. Por ella, entró un hombre alto y de escasa musculatura que rápidamente se quitó el sombrero en lo que, a la fuerza, aprendí que era una señal de respeto. El hombre decía ser un informante que venía de parte de sus espías. Dijo que los soldados de mi nación ya estaban marchando hacia acá y que llegarían estimadamente en uno o dos dias. Yo casi me alegré. Pero no podía sonreír, no podía hacer nada, ni mucho menos salvarme. Al marcharse el informante, el conde le pidió llamar a alguien; por lo que entendí, un general.

Tras varios minutos, un hombre igual de alto pero mucho mas corpulento entró. Para referirse a él, Vlad siempre utilizaba la palabra "General" antes del nombre del hombre.

Suplicio del palo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora