Una propuesta estúpida

178 2 2
                                    

Todo empezó cuando Amanda, en una de esas tardes de los miércoles en que venía a tomar café a casa, me dijo aquello de...

—    Que ya tienes casi cuarenta años, Julia. Mira que eres pánfila. Tu Álvarito es como los demás hombres: un cerdo egoísta —me aseguró con ese tono suyo tan condescendiente. Amanda se había divorciado dos veces y se jactaba de ser una experta, toda una autoridad en el conocimiento del universo masculino.

—    ¡Te equivocas! —respondí con vehemencia.

—    Álvaro es hombre antes que esposo.

—    Él no es así y punto.

Paradójicamente, a medida que de mi boca brotaba aquella frase que debía zanjar la discusión, noté cómo, muy a pesar mío, las últimas sílabas fueron perdiendo su contundencia inicial.

He de reconocer que siempre me he sentido poca cosa al lado de mi marido. Su familia y la mía propia siempre me lo han hecho ver, como si debiera estar agradecida a dios (que lo estaba, y mucho) porque Álvaro me hubiese elegido entre tantas candidatas. Él es un hombre atractivo, educado y muy seguro de sí mismo; cualidades que escasean en el sexo masculino y que atraen a las mujeres en manada, inclusive a las pelanduscas.

Durante nuestros ocho años de matrimonio, nunca hemos tenido una discusión realmente seria. Nos lo hemos contado todo. No ha habido secretos entre los dos. Pero sí es cierto que de un año a esta parte habíamos entrado en una peligrosa rutina, como si ya nos lo hubiéramos dicho todo y no hiciera falta demostrarnos un poquito de amor a diario. A mí este periodo de, digamos, “letargo” matrimonial me tenía preocupada. Y fueron precisamente aquellas palabras de Amanda las que avivaron mis mezquinas dudas.

—    Si tan segura estás, no tendrás inconveniente en ponerle a prueba —me soltó.

—    Tú estás loca —respondí muy ofendida.

Comencé a recoger las tazas de café, como dando por finalizada nuestra velada.

Nada más irse, me fui al baño. Me miré al espejo mientras me cepillaba el pelo. Seguía teniendo un cuerpo bonito, no como algunas de mis pobres amigas cuyos embarazos y lactancia les habían deformado todo su ser. Las había que incluso habían perdido la mitad de su dentadura. Dios no quiso darnos hijos. De todos modos, tampoco es que nos hiciera especial ilusión. Así que no nos supuso ningún trauma.

Con todo y con eso, estaba claro que ya no era ninguna jovencita. Tampoco él, claro está. Pero en ellos… ¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser diferente para ellos?

La idea me estuvo rondando día y noche el resto de la semana, fastidiándome igual que una mosca atrapada en el casco de un motorista. Me dejó tan agotada, acabé tan harta de su zumbido que accedí a participar en su estúpida propuesta.

—    Me alegro de que me hayas llamado, Julia —me dijo Amanda—. Ya comenzaba a temer que nuestra amistad se hubiese resentido tras nuestra última charla. Le escribiremos un mensaje anónimo a su móvil, a ver qué hace. Yo me encargo de prepararlo todo —añadió como si me hiciese un favor y me quitara un gran peso de encima.

En mitad de una comida con un cliente (mi marido es abogado criminalista en un gran bufete de reconocido prestigio de Madrid), le llegó al teléfono móvil el siguiente mensaje anónimo:

“No puedo sacarte de mi cabeza. Cuando ya todos os habéis ido a vuestras casas, en ocasiones entro en tu despacho para aspirar tu perfume todavía fresco en el ambiente, me arrellano en tu asiento de piel  y te respiro a bocanadas. Luego manoseo tu pluma preferida del escritorio y esa pequeña bola del mundo hecha de espuma con la que sueles jugar mientras le das vueltas a una idea. Todo esto me hace sentir más cerca de ti, pero no tanto como en realidad me gustaría…”.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 12, 2013 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Una propuesta estúpidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora