Prólogo

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Frío. Un angustiante frío imposibilitaba siquiera respirar. Agujas heladas de oxígeno se clavaban dolorosas en las fosas nasales de aquellos que tuviesen el atrevimiento necesario como para salir de sus hogares e ir a ese lugar. Copos de nieve que pesarían como montañas nevadas enteras sobre los hombros de hombres cansados caían veloces, pues aquella arrecia tormenta hacía silbar al viento. Los blanquecinos árboles agitaban sus hojas ante tal ventisca originada de la nada, y sus raíces a veces salían de entre las blancas masas para tal vez imposibilitar el camino de alguien. Pero, ¿quién en su sano juicio desearía tan solo asomar la cabeza a ver qué ocurría?

Sin embargo, aquel condenado temporal que azotaba la tierra no estaba solo. Había una persona que, contra todo pronóstico, se había aventurado a visitar ese bosque lleno de árboles altos, de madera oscura y hojas ya blancuzcas a causa del tiempo. Un abrigo cubría su cuerpo, y en su cinto podía observarse la vaina de una espada junto con una empuñadura bella, de oro donde se había grabado la cabeza, junto con sus fauces afiladas, de un lobo. Una armadura casi completa y unas botas con cabello de oso cubrían el cuerpo de ese loco ser que, temerario, se atrevía a asomar por una zona como era ese bosque.

Un bosque de leyenda, donde nadie entraba pues salir no se podía. Decenas de cadáveres se pensaban allí ocultos, advirtiendo estos así el destino del necio. Y pese a esto, huellas aparecían paso a paso en la nieve, polvoriento hielo, que mostraban una vez más cuán idiota era el ser humano.

Y la causa de tantas desventuras en esos terrenos se dio a ver, llamando la atención del portador de esa afilada espada. Decenas de esqueletos observaban al visitante, y sus dientes parecían sonreír eternamente. Tras de estos, un ser experto en el trato con no-muertos, un nigromante, se carcajeó. En una lengua muerta, conversó con los cadáveres, mientras divertido veía que su contrincante desenvainaba y lanzaba un tajo a los huesudos reanimados. Lo que no sabía es que todo era en vano, pues únicamente un arma bañada en magia arcana en su más puro estado podría hacer que su conjuro de alzamiento se rompiese de forma permanente, y estas armas eran demasiado escasas en el mundo. No le preocupó ver uno de sus siervos caer al suelo ante la hoja ajena, pues levantaría en unos instantes.

Contrariamente a lo que pensaba ese hechicero, nunca levantaron esos huesos, ni los del resto de cadáveres. Una vez todos hubieron caído, él, asombrado, cuestionó.

-¿Q-quién te ha dado ese arma? Imbuir en magia un arma es casi imposible... Y tu arma no está en el registro... -Y es que tan pocas existían porque se necesitaba un montón de conjuradores doctos en arcanomancia y arcanología avanzada, y todas eran bajo el registro real. No comprendió nada, y menos lo hizo cuando aquella cabeza que una vez estuvo sobre sus hombros comenzó a rodar por el suelo. Un ave conjurada para proporcionar visión lejana al que era el maestro de aquel recién vencido nigromante se posó en una rama y pudo contemplar como ese rostro que hasta aquel entonces había estado cubierto por un casco era descubierto, junto con la melena de una bella mujer.

-¡¿UNA MUJER HA ACABADO CON ARDINUS CON UN ARMA IMBUIDA EN MAGIA ILEGAL? ¿PERO QUÉ CLASE DE SOLDADOS HAY EN EL MUNDO QUE NO SON CAPACES NI DE REGISTRAR UN ARMA?!- Aquella grave voz resonó, y se agitaron las hojas de los árboles en donde ella estaba.- Encontrada. Habéis visto su cara, y su arma y armadura. Acabad con ella. Quiero que muera y nos ceda su arma para la conquista del mundo. Quiero este mundo, pues me pertenece por derecho.

La leyenda que jamás existió.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora