Antes que cayera la noche, recibí un llamado telefónico del nuevo arrendatario, pidiéndome que fuera de inmediato, para que lo acompañara a ver un suceso inusual que había ocurrido en una de las habitaciones de la casa, que hacía poco le arrendaba.
Preocupado por esta llamada desacostumbrada, vestí mi chaquetón forrado, los guantes de cuero, mi bufanda y salí bien arropado para esa aventura
Saqué el auto del garaje para dirigirme al lugar.
Luego, mientras manejaba esa tarde de invierno, nubosa y fría, me vino a la memoria otro hecho insólito ocurrido en la misma propiedad, pero que esta vez le había sucedido al arrendatario anterior, sólo algunos meses antes. Recuerdo que, aquella vez, cuando fui a cobrar la mensualidad me dijo:
"Don Luis, le cuento que el viernes de la semana pasada, al final del calor de ese día, antes del anochecer, que estuvo despejado, tranquilo y fresco; los maestros terminaron su labor y se despidieron para dirigirse a sus hogares. Debían volver temprano al día siguiente. Yo, muy cansado, terminé el trabajo disponiendo los materiales y otras pequeñas cosas para el nuevo día. Tenía que cumplir un contrato con entrega urgente. Por lo que me vi obligado a pernoctar en el taller. Después me fui a sentar en un sillón de paja especial que uso de manera cotidiana, para descansar a ratos, con cómodos cojines para las nalgas y la espalda. Lo hice, enfrentando la doble puerta cerrada a través de cuyos vidrios veía el jardín y la noche que se acercaba. Descansaría unas horas, antes de volver a preparar la actividad del día siguiente.
Sucedió que allí, repantigado, relajado, casi somnoliento por la apacibilidad del anochecer, ya encendidas las luminarias de la calle, cuyo reflejo de luz se filtraba por las ventanas, empecé a cabecear y, cuando estaba quedándome dormido, escuché un golpe tremendo en ambas puertas. Vi espantado como éstas se abrían con violencia hacia adentro, golpeando los muros, para dar paso a una fuerte bocanada de aire que barrió papeles y todo aquello que pudiera llevarse el viento. Tromba de aire que me hizo saltar del asiento y despertar por completo con los pelos de punta y el cabello erizado.
Después de esta experiencia no pude dormir en toda la noche, a pesar de las cabezadas que me daba hacia adelante y a los costados. Ni una noche más me quedé sólo y, menos, hasta tarde".
Al poco tiempo me anunció que me devolvía la propiedad.
Después de un cuarto de hora de viaje llegué a la dirección, estacioné el auto, puse la alarma contra robos y me dirigí a la puerta de entrada para tocar el timbre.
Casi de inmediato vi aparecer al nuevo arrendatario visiblemente nervioso, que me saludó y me hizo pasar. En el trayecto hacia el interior, mientras cruzábamos el antejardín, me fue hablando de manera entrecortada, relatando lo que había sucedido. Abrió la segunda puerta, encendió la luz y me mostró el lugar.
Allí vi un sector del piso con las tablas rotas y, abajo, como a treinta centímetros de profundidad, sobre el piso de tierra, un bulto de papeles y una especie de delantal de colegio que alguna vez fue blanco, todo ello enrollado como ropa sucia para el lavado, que el hombre, timorato, no había querido remover, quizás para no verse involucrado en algo feo, siniestro.
En respuesta a mi mirada inquisitiva - "se rompió solo" - dijo para justificarse.
Mirando el lugar y el bulto recordé que en ese mismo lugar el arrendatario anterior había colocado un fudre con chicha para venderla para las Fiestas Patrias. ¿Coincidencia del lugar o intención de otra cosa? Yo sabía que las tablas se veían como nuevas en ese sector. En ese momento no encontraba una respuesta lógica a mis propias preguntas,