Prólogo.

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-Escucho muchos "ruidos raros", ¿qué película estás viendo? -preguntó mi padre preocupadamente, entrando a la habitación.

-Es porno, papá -mentí con mis buenos dotes de actriz.

-¿A ver? -se acercó a la pantalla justo cuando saltó un screamer de la nada, provocándole un grito-. ¡Qué porno más raro ves!, ¿es necrofilia? -cuestionó con normalidad, yo sólo me dediqué a negar con la cabeza, muerta de risa.

-No, papá, es una película de terror -respondí sonriendo, él frunció el ceño de brazos cruzados.

-Ya sabes que no te permito que veas ese tipo de películas, cielo -me regañó robándome el mando de la televisión a la vez que intentaba encontrar otro programa.

-¡Pero papá, nunca me dejas ver nada! -me quejé, observando cómo mi padre buscaba impacientemente un canal que no estuviera bloqueado.

-Nada es apto para ti..., espera, ese canal sí está disponible. Te dejo verlo -salió de mi cuarto cerrando la puerta, dejándome sola.

-La teletienda, qué divertido -murmuré sarcástica.

La única luz que alumbraba toda la estancia era la televisión, cuyo brillo apenas servía para diferenciar los muebles. Mi mente estaba jugando conmigo, al punto de ver cosas que realmente no estaban allí: sombras de personas en la ventana, aunque estemos en un quinto piso; pisadas que sólo yo escucho, porque si fuera mi padre no lo oiría en el pasillo -él se levanta del sofá únicamente para ir a la cocina, al baño o a su habitación. Y todas esos sitios quedan al otro lado de la casa-; golpes en mi cristal... Entre otras cosas.
Encendí mi ordenador y decidí intentar tranquilizarme, todo eso no estaba sucediendo, era por dormir poco y nada más. O eso creí al principio, pues todos esos sonidos pasaron de escucharse a veces, a llegar incluso a presentarse en mi oído. Como un susurro o algo así. Quise levantarme e ir a avisar a mi padre, pero tras abrir la puerta y buscarlo por toda la casa, seguía sin aparecer. Después de rendirme pensé en dar una vuelta, hacía días que no salía de casa y probablemente la falta de aire fresco me estaba afectando.

Sonó el teléfono, aunque no como normalmente suele suceder. En esta ocasión parecía un gato atropellado, que se había tragado una sirena de policía y un megáfono medio roto. Atendí a quien fuera y pregunté por quién llamaba, nunca recibí una respuesta. Simplemente se oyeron susurros de un obispo rezando, casi como si estuviera desesperado y enredado en sus propias palabras. Las oraciones me dieron dolor de cabeza, era como si me maldijeran.

Sentí un impulso y lancé el teléfono contra la pared, rompiéndolo en el acto. En ese momento no me importaba demasiado saber que me regañarían, simplemente lo tiré a la mierda.

Fue mala idea, ya lo creo que lo fue...
Un rato más tarde encendí mi móvil para revisar mis mensajes, entre ellos había uno anónimo:

Número desconocido: Tu padre se enfadará cuando sepa que has roto el teléfono fijo.

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, y comencé a temblar como un plato de gelatina en una montaña rusa.

Yo: ¿Perdona? No tengo ni la más mínima idea de quién eres o cómo has conseguido mi número.

No Me JodasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora