Se levantó a duras penas del suelo frente a la puerta. Al estar completamente de pié se percató del inmenso dolor que sentía en todo su cuerpo, pero de todas maneras, eso no le impidió dar unos pasos por la habitación.

Nadie consideraría esa escena fuera de lo común: Una chica de dieciséis años en una habitación de niña, llena de peluches, libros y ropa esparcida por todo el suelo. El problema es que en realidad, ella no tenía ni la más mínima idea de dónde se encontraba, y para la chica eso era espeluznante.

Observó el lugar. Una cama, cómoda, escritorio y cuadros de películas y bandas de adolescente. Miró a todas las esquinas por si había una cámara de seguridad vigilando sus movimientos, pero no vio nada. De todos modos, supuso que era lo de menos.

Predominaba el blanco y rosa en el cuarto, y la gama de colores era muy agradable, lo cual relajó un poco a la chica. Solo un poco, considerando el hecho de que se encontraba en un lugar desconocido.

Ella apenas recordaba su nombre.

"Beth" se dijo a sí misma. "Me llamo Beth"

Beth se acercó al escritorio, lleno de libros y lápices desparramados por toda esa zona. Sin pensárselo dos veces, tomó un cuadro de ahí, e intentó ver su reflejo por medio del vidrio.

Curiosamente, la foto que el pequeño cuadro contenía estaba borrosa, y todas las caras de la familia que se veía estaban tachadas. Un escalofrío le recorrió a pesar de estar acalorada.

Beth giró bruscamente, decidida a marcharse de aquel lugar. Dio tres pasos y llegó nuevamente a la puerta, justo delante de donde se había despertado. Tomó la perilla, pero al intentar girarla se trabó, impidiéndole la salida.

Una ola de desesperación se apoderó de ella, y giró de nuevo para encarar la ventana. Dio otra vez pasos decididos, sabiendo que sería inútil intentarlo, pero nunca perdiendo la esperanza.

Como supuso, las ventanas frente a ella estaban cerradas. Miró a través de estas, pero solo se pudo divisar la negrura de la noche. Ni siquiera pudo saber si estaba en un primer o segundo piso. Se le cruzó por la mente lanzar la silla para romper el vidrio, pero justo cuando estaba por hacerlo, un ardor del cual ella no se había dado cuenta empezó a recorrer su brazo.

Beth se arremangó su chaqueta, descubriendo la parte inferior del brazo izquierdo, en donde se hallaban anotadas las palabras:

LA CAJA.

LA SALIDA.

"¿La caja?" Pensó. "¿Qué caja?¿Qué salida?¿Qué es todo esto?"

Mil preguntas más rondaban por la cabeza de Beth, cuando un reloj que se encontraba en la misma pared de la puerta comenzó a andar. Ella no se había dado cuenta hasta que quedaban cinco minutos. El reloj daba cuenta regresiva, poniéndole a Beth los nervios de punta.

Rápidamente la chica comenzó a abrir todas las cajas que veía. Abrió una caja de zapatos, pero sólo encontró unos zapatos negros.

"Qué raro" Resopló irónicamente.

Siguió con su intento de abrir cual caja se le cruzara por la vista, desde cajas de fósforo, hasta cajas con chucherías como aros, monedas, y pintura de uñas.

Beth encontró una caja rosa con puntos blancos, en la cual se encontró con una variedad inmensa de cosas. Un cuchillo de mantequilla le llamó la atención. La chica, luego de preguntarse por qué una niña de dieciséis años tendría un cuchillo- de mantequilla, pero al fin y al cabo cuchillo- en su habitación, lo tomó y guardó en su bolsillo.

Dos minutos y trató de ignorar la desesperación creciente dentro de ella.

Recordó que aún no había buscado por todas partes. Se echó al suelo junto a la cama. Convenientemente, una pequeña linterna de juguete asomaba en el hueco del piso y el colchón. Rápidamente la tomó entre sus temblorosas manos y la encendió rogando que funcionara.

La luz se deshizo de toda la oscuridad bajo la cama, y reveló una pequeña caja de madera. Beth estiró su brazo para alcanzarla, y con éxito, la sacó de un tirón.

Un minuto. Por suerte o por desgracia, lo único que se interponía en ella y el interior de la caja era una tapa que tenía un papelito amarillo que dictaba unas palabras no muy agradables.

NO LO ABRAS SI NO QUIERES SUFRIR.

"¿Pero qué otra opción tengo?" Se preguntó Beth mientras su respiración se aceleraba cada vez más notoriamente. Como en un sueño: no sabía por qué, pero sabía que todo tenía un motivo. A la par de esto, sintió que en algún lugar del mundo, había una persona que realmente no quería que abriera la caja. Pero ella sabía que al fin y al cabo si se acababa el tiempo nada bueno le pasaría. O eso creía.

Treinta segundos. Sin titubear, abrió la caja de madera y sacó delicadamente la tela que envolvía quién sabe qué.

Al desplegarla, Beth vio un cristal azulino tallado delicadamente como si hubiera sido hecho por un ángel.

Ya no le importaba realmente el tiempo. Lo único que ahora le interesaba a la chica era quedarse ahí, viendo la perfección hecha diamante.

Sin resistir la tentación, Beth acercó su mano hacia el objeto y lo tocó. Al hacer contacto con este, su mente se apagó y varias imágenes comenzaron a proyectarse en su cerebro desenfrenadamente. Presente, pasado y futuro pasaron por sus ojos y eran parte de ella. Todo lo que fue, es y será, ella lo vio, pero no tuvo ninguna oportunidad de retener alguna de esas imágenes.

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  "He sospechado alguna vez que la única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por sí sola"

  ― Jorge Luis Borges.  

Beth.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora