Prólogo: Mátame, por favor.

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Todos están locos, yo lo sé. Me encerraron en una habitación, un frío cuarto sin ventanas, sin luz. No llega ni el más mínimo hilo de sol. Mi estómago gruñe, se enoja por no alimentarlo. No importa, ya llevo tres días as. No importa si muero aquí y si mi cuerpo se pudre en el vacío, no importa cuántas veces haya intentado salir de esta gruesa puerta de metal, grande e impotente de acero y tornillos.

Dicen que estoy loco cuando ellos son los locos. Yo no mate a nadie, esa persona quiso morir, yo sólo cumplí su deseo, ni siquiera me atreví a jalar del gatillo, que él mismo fue quién me guio a jalarlo. Nadie me preguntó si me obligó a matarse, nadie lo hizo. Nadie me preguntó si sufrí al ver su cuerpo inerte derrumbarse sobre el suelo, nadie lo hizo.

No sé porque mi madre me ha culpado, yo sólo lo obedecí. Ella siempre me decía que lo obedeciera, ¿es que esta vez no tendría que hacerlo?

Ahora mi madre llora, yo lo sé, siempre la escucho llorar todas las noches, o supongo que ha de ser de noche, porque también aprecio el sonido sordo de los grillos.

Yo no quise matarlo, no quise, y aun así lo hice, mas no me arrepiento: él lo quiso así. Mi hermano, sí, mi hermano mayor. Él ya no quería vivir, encerrado siempre en su habitación, con las muñecas llenas de cicatrices, repulsivas y dolorosas cicatrices.

Fue un día que llegué temprano a casa. Él estaba ahí, sentado; ausente del mundo real, con su mirada perdida en el infinito. Intenté llamarlo varias veces y segundos después volteó a verme para guardar su inexpresión y transformarla en una resplandeciente sonrisa. Me dijo que se alegraba de verme aquí, mi rostro se ilumino; me abrazo, yo me sorprendí. Le pregunté qué era lo que pasaba, él no contesto.

Me dijo que sufría, sufría mucho, y siempre lo ocultaba. Me mostró sus muñecas llenas de horrorosas cicatrices, dijo que más de una vez había intentado suicidarse, que no pudo. Y entonces, me miró directamente a los ojos, con esos penetrantes rubíes sanguinarios. Me dio algo en la mano, no supe que era hasta que lo mire fijamente. Mis ojos se agrandaron, no sé si sea por la sorpresa o el miedo, pero ignorando todo lo demás, esa pistola que se encontraba en mis manos me intimidaba.

Sostuvo mis manos en las suyas y llevó la pistola a su frente, acomodó mi dedo índice en el y, justo cuando creí que nada podría ser peor, de su boca salen las palabras que jamás creí oírlas juntas:

"Mátame, por favor".

Die in the adversityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora