Leire

75 10 34
                                    

Escucho de nuevo los gritos de auxilio, de ayuda, de socorro. Gritos desgarradores que aullan mi nombre buscando la salvación. Pero yo ya no puedo salvar a nadie, ya no puedo hacer nada.

El mundo es una completa ruina, todo está devastado, roto, envenenado, muerto. Pero, comencemos la historia desde el principio, el momento donde todo empezó.

En ese entonces la gente vivía... ¿feliz?

¿Pero qué estoy diciendo? ¡La gente nunca fue feliz! Desde el principio de los tiempos las personas han odiado, destruido, masacrado... Causando dolor y tristeza unos a otros. Pero digamos que en ese entonces, a pesar de la crisis, la guerra, el hambre, la enfermedad, la discriminación, el terrorismo y demás, la gente vivía bien.

Sí, la gente vivía bien, o al menos, la gran mayoría. Porque la minoría nunca les importó.

Y por eso surgió todo, por la minoría. Casi todos vivían bien menos ellos, rechazados, sedientos, hambrientos, discriminados, moribundos... desahuciados de sus propias vidas.

Hasta que un grupo de personas decidió parar esto. Exterminar la pobreza, el racismo, la enfermedad, los prejuicios, todo lo malo del mundo, aun sin darse cuenta de que para acabar con eso habría que acabar con la raza humana.

Y la solución, señoras y señores, fue desterrar a todas las personas pobres, criminales, enfermos, de origen distinto o de otras culturas no pertenecientes del país. Porque ayudar a los pobres y adaptarlos a la sociedad, hacer que los criminales recapaciten en una cárcel, llevar a los enfermos a un hospital y reducir el racismo inculcando valores, para ellos no era una opción. Porque era más fácil echar a una minoría que cambiar el pensamiento de una mayoría, gastar dinero en cárceles donde nadie recapacita y en hospitales donde los enfermos no se recuperan.

Esto ocasionó protestas, vandalismo, caos. Así que también expulsaron a cualquiera que desafiara las leyes, que tuviera una ideología distinta, que no siguiera a la sociedad, que reclamara libertad, igualdad o que luchara por cualquier derecho humano.

Los engañaron engatusándolos con promesas vacías, asegurándoles una vida mejor. Ellos aceptaron, pensando que ellos cumplirían su palabra, que tendrían honor. Pero luego se vieron tras una frontera, apartados, solos, exiliados. Y para cuando quisieron reclamar algo, ya era tarde, un muro los separaba.

Intentaron crecer, prosperar, ser autónomos... Pero las personas tenían problemas para entenderse. No hablaban el mismo idioma, no tenían la misma cultura, su ideología era distinta, sus creencias no eran iguales. Aquello no funcionaba.

Y comenzaron a echarse la culpa unos a otros, destruyendo, destruyéndose. Matando sin piedad por la supervivencia, robando lo poco que tenían, aferrándose a la vida. Una mísera vida donde el mundo le daba la espalda.

Muchos morían, por falta de alimento, de agua, de enfermedad o a manos de un exiliado. Lloraban las pérdidas, luchaban contra la muerte, querían vivir aun sabiendo que morir era la mejor opción.

Y mientras, al otro lado de las fronteras la gente vivía feliz. Nadie sabía lo que pasaba tras los muros, nadie se molestó en averiguarlo, a nadie le importó. Cegados por los privilegios que les ofrecían, conformándose, cerrando sus mentes a la verdad.

Hasta que un día los exiliados dejaron de luchar entre ellos. Dejaron de llorar, de sufrir y se volvieron fuertes. Se dieron cuenta de todo lo que tenían en común. Todos compartían el rencor, el dolor, la pérdida, el pesar, la muerte... Y junto a eso también compartieron la valentía y la esperanza.

Y de ahí, nació un grupo, un movimiento, una revolución. De ahí nació Leire.

Las personas cruzaban las barreras que separaban Exilio de Nuevo mundo. Algunas morían en el intento, otras lograban infiltrarse.

Una vez infiltrados, hicieron un túnel en el lugar más apartado posible, un lugar que los guardias no solían frecuentar, conectando así Nuevo mundo y Exilio.

Algunos infiltrados se quedaron allí, en Nuevo mundo, cegados por las ventajas, los lujos y los privilegios, olvidando sus raíces, su lealtad y su honor. Pasando de ser héroes a traidores.

Otros volvían, fieles y decididos, y atravesaban el túnel con todo lo necesario para subsistir.

Pero Leire no era conformidad, no se trataba de sobrevivir, Leire significa igualdad, queríamos vivir. Así que un día, los que se habían infiltrado volvieron con un cargamento de armas.

Y se inició la guerra. Fuimos a Nuevo mundo y comenzó la batalla. Hubo bombas y disparos; ataques y contraataques; sudor y sangre. Los edificios se derrumbaban, las personas morían, la vegetación se extinguía.

Para nosotros Leire era libertad, esperanzas, sueños, futuro. Las personas que iban a Nuevo Mundo eran héroes, guerreros, defensores, salvadores.

Para ellos Leire era terror, caos, destrucción, masacre. Nosotros eramos terroristas, anarquistas, criminales, personas sin escrúpulos o remordimiento.

Los infiltrados, nuestros héroes, seguían atacando. Tiroteos, bombas, incendios... Todo el mundo temía a los exiliados. A veces, los de Nuevo mundo apresaban a nuestros guerreros y los fusilaban en mitad de una plaza, donde todos vitoreaban cuando la bala se incrustaban en el cráneo del apresado.

Los muros crecieron, pusieron más seguridad. La gente se llenaba de terror e ira al ver a un exiliado. Y toda esa hostilidad recibida era devuelta con ataques. Los ataques incrementaban más hostilidad, y esto implicaba más ataques. Un círculo vicioso se había formado por parte de ambos bandos y ninguno daba su brazo a torcer.

Entonces decidieron atacar de frente en una batalla incansable, donde ambos bandos mandaban a soldados a morir por su causa.

Y así, nos convertimos en aquello contra lo que luchábamos. Matábamos a aquellos que no creían en la igualdad, torturábamos a los soldados de Nuevo mundo por placer, por odio, por rencor, destruimos ciudades, destruimos vidas.

Da igual en que bando estás, el objetivo era el mismo; matar. Da igual si mueres en el intento porque cuando llegas a este punto no te queda nada. No hay un motivo por el cual vivir. Ya no importa la causa. Solo es orgullo y egoísmo. Solo son ansias de matar, de venganza. Ya no lloras las muertes, no tienes seres queridos, solo estás tú.

Y cualquier bando que hubo fue disuelto para formar otros. Unos luchaban por defenderse, otros por sus derechos, algunos por venganza e hipócritamente hay quienes luchan por la paz.
Y mientras todos batallan, yo ya he dejado de hacerlo.

Simplemente no pienso luchar por algo que no merece ser ganado. Y mi vida, no merece una victoria.

Así que cojo la pistola que tantas veces he disparado, que tantas vidas se ha llevado y me la pongo en la cabeza.

Podría considerarme una traidora, muriendo en vano cuando juré dar la vida por mi gente. Pero prefiero traicionarlos a ellos que traicionarme a mí.

Mis compañeros de guerra me suplican que los ayude, que los saque de los escombros que la bomba que nos han tirado ha ocasionado.

Leire repiten como grito de auxilio, como grito de guerra, sin saber que Leire es caos, destrucción, masacre, dolor, sangre, lágrimas y muerte. Sin saber que lo que dicen es un insulto hacia ellos mismo, hacia mí, hacia todos.

Y siguen gritando, estúpidos, egoístas. Quieren vivir. Quieren ser salvados cuando ellos matan. Siguen pidiendo ayuda, suplicando, llorando, poniendo sus esperanzas en mí, intentado que me apiade de ellos.

Pero la pistola ya ha sido disparada.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 27, 2016 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

LeireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora