Capítulo V: Revelaciones

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Los ojos del búho reflejaban las primeras luces de un nuevo amanecer. El brillante dorado y el intenso rojo hendían los nubarrones, desde donde el azul y verde boreal parecían retroceder, hasta que el sol volvió a sumergirse en el turbulento cielo. Luego quedó un pálido azul, coronando la tenue llovizna que perpetuaba un ambiente húmedo y frío. A pesar de todo ello, podía respirarse cierta paz. Entonces aquella ave alzó el vuelo, dejando atrás los muros de piedra de un bastión que poco había dormido.

Sus alas se extendieron abrazando el aire helado con experiencia, sobrevolando el valle, hasta que comenzó a elevarse sobre sobre los pinos cubiertos por la nieve. Dejaba atrás su coto de caza, abundante de pequeñas presas, para regresar al lejano cobijo del bosque donde permanecía su nido.

Las montañas se hundían en la corteza blanda de las nubes, sin apenas distinguirse dónde terminaban ellas y comenzaba la cima helada, que poco a poco desbordaba la escarcha sobre los árboles que se extendían por su pendiente. Una imagen que se repetía con abundancia y dureza cuanto más lejos el norte alcanzaba.

Allí donde su pequeña sombra recorría el suelo, discurrían ríos con la constancia del invierno y los lagos describían su silueta con el prisma del hielo. Más allá, poco antes de comenzar a descender, el horizonte desaparecía entre la bruma.

Sus garras fueron a posarse sobre un árbol centenario, que había ofrecido el mismo cobijo a incontables generaciones de aves, pero no fue la costumbre que cargaba su instinto lo que le llevó allí. En lugar de ello fue la tenue calidez que se alzaba más abajo, donde sus ojos reflejaron el brillo del fuego.

Velenor apartó la vista del mismo lugar para compartir una mirada con el ave durante unos segundos. Instante, poco antes de reflexionar en silencio, al que le siguió un gesto hacia sus hombres para continuar su camino. Ya estaba cerca.

El silencio era obligatorio, y a razón de ello la tensión sobre cada uno estaba presente y crecía en relación a la distancia que iba menguando hacia su destino. Sin embargo, todos estaban preparados para lo que pudieran encontrar. Algunos incluso asumiendo con antelación descubrir una escena grotesca, fruto del conflicto que se sucedía contra los hombres del norte. En cambio, el elfo se sentía solo, incapaz de comprender cómo aquella enemistad había logrado perdurar en el tiempo. Tan solo eran remanentes de aquellos clanes bárbaros, que aún se atrevían a amenazar la frontera con el reino.

El cielo no proyectaba más que una ligera luz, obligándoles a mantener sus antorchas en alto ante la penumbra de los árboles, que poco a poco se fueron apartando hasta que se alzó frente a ellos los muros de una empalizada.

Velenor dio una nueva señal. La tropa se detuvo y un grupo de arqueros se dispersó en los alrededores, apostándose como centinelas a los flancos y la retaguardia del conjunto. El resto permaneció quieto sobre los caballos, atentos a su oficial al mando. A los pocos segundos asintió y uno de los hombres al frente se separó para avanzar hacia la empalizada. Sus pasos se apresuraron sobre los metros de nieve que dividían el campamento y el linde del bosque, hasta llegar a la madera. Allí apoyó la espalda y realizó otro gesto, a lo que uno de sus compañeros fue junto a él. El primero juntó las manos, permitiendo que el otro pudiera servirse de apoyo para subir. Ambos resoplaron por el esfuerzo y el intento de aplacar el frío de sus pulmones, hasta que uno de ellos logró asirse y mirar más allá. A lo lejos llegó el aullido de un lobo, distante, que apenas perturbó la quietud del entorno, pero fue suficiente para que Velenor comprobase que la mayoría de los que allí estaban permanecían atentos a cualquier cosa. Un momento después, observó cómo los dos que se habían adelantado regresaban sobre sus pasos. El oteador vino hacia él, acercándose hasta su vera.

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⏰ Última actualización: Sep 28, 2016 ⏰

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