Prólogo

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Mientras trataban de buscar sobrevivientes en una tierra teñida de sangre, el príncipe no podía hacer más que sentarse mientras escuchaba al montón de hombres parlotear.

-La situación es inaudita, jamás nos había pasado esto!

-Alamort se atrevió a cruzar nuestras fronteras, es cierto, pero no lo hicieron solo porque sí; saben que estamos débiles, nuestros ejércitos apenas y llegan a ser lo suficientes para proteger a nuestras propias familias. ¡Estaremos esclavizados por nuestros enemigos en cuestión de semanas! -se quejaba uno de los hombres desde su asiento al lado de su señor.

Viejo, enano y regordete con una barba incipiente y un olor persistente a cerveza impregnado entre sus feromonas de alfa. Estaba molesto.

Pero, honestamente, ¿Tenía el derecho de estarlo? Algunos de los hombres en la habitación, de verdad se merecían los títulos que tan solo habían adquirido por nacer en una de las siete casas reales? Incluso sentados en la sala de guerra, sobre la alfombra roja y aterciopelada que cubría cada rincón del suelo del salón, con los ventanales dejando pasar la luz del balcón y el gigantesco comedor de madera oscura con incrustaciones de oro y plata al igual que las sillas; cada uno de ellos sentados con sus concejales de mayor confianza bajo las banderas de colores representativas de sus casas; no eran más que un montón de imbéciles inservibles.

Siete banderas y seis casas, un puesto vacío bajo la gigantesca bandera celeste con la forma de un ciervo en hilos de plata, para mantener vivo el recuerdo de lo que el verdadero poder de los Styles, la familia real podría hacer.

Y sin embargo parecía no afectarles en lo más mínimo el supuesto recuerdo, porque aún se encontraban ahí sentados alrededor de Harry y su padre, hablando cualquier cantidad de porquerías con palabras bonitas que realmente a nadie le interesaban, mientras su propia gente era atacada por Alamort, el reino vecino.

-Y que propones que hagamos? No podemos rebajarnos a su nivel, somos las casas reales de Arcane, si no los detenemos ahora serán un problema más grande con el tiempo. -añadió otro. Nathaniel Grimshaw, la cabeza de la casa Grimshaw.

-Y si lo hacemos podríamos incitar una guerra. -intervino su padre, finalmente haciendo uso del poder que la corona de oro en su cabeza le concedía- Conocen a los señores de Alamort, las cosas del otro lado del cañón no son como aquí, responden únicamente a su rey mientras buscan la dominación y el poder, no la paz. ¿De verdad te crees capaz de liderar nuestros ejércitos por tu cuenta, Nathaniel?

-¡Tenemos generales para pelear nuestras guerras! ¡Y no vamos a quedarnos sentados de brazos cruzados mientras ellos toman lo que es nuestro! -exclamó Simon Hagatz, el líder de la casa Hagatz golpeando las palmas de sus manos sobre la superficie de la mesa.

Nadie se mostró sorprendido por su desplante, pero ninguno de ellos notaba el límite de la paciencia del príncipe desbordándose, espesas y asfixiantes feromonas de alfa enojado inundando la habitación en una cuestión de segundos, el regalo de la genética de un verdadero alfa advirtiéndoles a someterse.

-No hay nada para ti en Arcane si no piensas defenderlo. El primer golpe que dio Alamort fue a apenas unos kilómetros de distancia de las tierras de la casa Hagatz, no es así? ¿Qué te hace creer que vas a poder conservar tus tierras de cualquier manera? -la habitación entera se quedó en silencio. Pero Hagatz era insolente.

- ¿Acaso no es tu deber proteger cada centímetro de Arcane, mi príncipe? Cómo verdadero Alfa, no es tu deber garantizar la seguridad de todos tus ciudadanos como no lo hiciste con los ciervos? Deberías estar buscando como ganar el respeto de los ciudadanos de nuevo Harry Styles, no haciendo comentarios ilógicos de un cachorro. -se burló escupiendo sorna las palabras.

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