UNO

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                                                       LA PETICIÓN


Kilian era el niño más afortunado de Abjasia, y de todos los reinos habidos y por haber, y que pudieran llegar a existir jamás. Tenía una habitación más grande que tres establos para caballos juntos (y los que había en el palacio eran enormes), más juguetes de los que pudieras contar, y un lugar enormísimo para jugar. Pero el príncipe Kilian tenía un problema; se sentía terriblemente solo. Desde que había tenido memoria, nunca había tenido alguna compañía que fuera de alguien que se acercara a su edad. Las clases de caligrafía, etimología y matemáticas, las tomaba con el mismo aburrido maestro. Todos los días. Era una tremenda tortura. A sus padres solamente los veía en la hora de la cena. Y en esas ocasiones su padre siempre le repetía lo mismo: "Hijo mío, algún día entenderás la tarea que implica ser el hombre más poderoso de todos los reinados. Más pronto de lo que crees, tú serás el Rey de Abjasia."

Kilian veía esa posibilidad muy lejana y poco probable, se trataba de imaginar a sí mismo como su padre, a quienes todos trataban como si fuera una divinidad. Siempre estaba tan ocupado, y tenía en sus manos la estabilidad del Reinado más importante de todos. No, no le gustaba cómo sonaba eso.

El tiempo pasaba y Kilian sentía que su aburrimiento y soledad no podían ser peores, cuando entonces, poco después de cumplir los  cuatro años, un rayo de luz iluminó su vida y su corazón. Los reyes Areu y Samay tuvieron un segundo hijo, a quien nombraron Acfred. Al principio sus padres le prohibieron jugar con él, porque dijeron que era aún muy frágil y pequeño. Pero a Kilian le fascinaba simplemente sentarse junto al cunero y observar cómo su hermano menor dormía, o chillaba, o babeaba, o hiciera lo que fuera. También le gustaba sentarse con su madre junto al fuego, mientras ésta acunaba a Acfred y cantaba una suave canción de cuna, con la luz anaranjada bañándole la cara, y la luna mirándolo todo desde la ventana. El niño no entendía muy bien de qué hablaba la canción, pero la Reina Samay siempre cantaba esa misma:

"Cuando salga el sol todo acabará

Nos podremos ir

El crepúsculo caerá

Y será testigo

De tus dedos

Delgados y preciosos

Haciendo a mi corazón revolotear.

Oh, ¿Por qué?

¿Por qué has hecho eso?

Ahora que salga el sol

Mis manos estarán vacías

Y entre las tuyas

Te llevarás eso con lo que me es imposible estar sin morir.

Kilian siempre era testigo de que su madre, con cada palabra que avanzaba en su canto, se iba entristeciendo más y más.

-Madre, ¿qué es lo dice lo que cantas?- se atrevió a preguntarle una vez.

- Oh querido. Habla del amor, aquello que puede llenarte de vida con la misma intensidad con la que puede arrebatártela. – le contestó la reina. Sus ojos se perdieron en el fuego, y después ignoró cuando el pequeño Acfred comenzó a llorar entre sus brazos. Y como un espejismo, a Samay se le salieron las lágrimas con la misma intensidad. Kilian observó la escena, y se sintió atrapado fuera del margen. Y por primera vez en su vida, sintió que estaba mirando a su madre de verdad, y le entró una tristeza tan profunda, como si algo le hubiera arrancado un pedazo del alma. Porque entendió de lo que hablaba la canción, y entendió que a ella le habían arrancado un pedazo mucho más grande. Entonces los tres estaban llorando, como si la tragedia más grande del mundo hubiera sucedido. Y Kilian también entendió que la Reina Samay era la mujer más triste de todo Abjasia.

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⏰ Última actualización: Aug 25, 2016 ⏰

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