El recuerdo temprano de felicidad embargaba su alma con una exquisitez demacrante que la hacía enloquecer.
Aquellos años de juventud que alguna vez vivió se veían tan lejanos y casi inalcanzables, sentía que había vivido una eternidad.
La rosa blanca que tenía en el jarrón amarillo en la esquina su escritorio se marchitataba, y de manera cruel recordaba que el tiempo termina con las cosas hermosas sin piedad, no se detiene por nadie.
Suspiró.
Volvió a teclear en su computadora.
- Voy a tu apartamento.
La voz sonaba tan suave, como el susurro de un demonio, tentadora.
En esos pequeños momentos sentía que el tiempo paraba, la sonrisa de satisfacción del individuo en la puerta, tal como la recordaba, asintió abriendo y cerrando la boca sin saber que decir.
El sonido de la puerta al cerrarse la hizo temblar, ya no podía escribir de nuevo, sus manos temblaban, como siempre, era lo que él ocasionaba.
Su inestabilidad, su miedo, todo.
No siempre había sido así.
El olor a humedad que se percibía en el ambiente era inquietante y al mismo tiempo la hacía sentirse su casa, como en un hogar.
La manera en que ella lo miraba era notoria.
El colegio era enorme, grandes canchas de césped y árboles lo rodeaban.
La lluvia era una de las cosas que más amaba en el mundo.
No recuerda el momento en el que lo conoció realmente, simplemente lo hacía desde siempre.
Sus padres eran amigos de los de ella, al igual que los de Anna.
Eran ellos tres contra el mundo.
Contaban con todo.
Fuerza, belleza e inteligencia.
No hace falta resaltar que ella era la parte intelectual.
Lo miró caminar por los pasillos con Anna, ellos siempre habían sido más unidos.
Quiso acercarse y hablar sobre temas interesantes como Nathaniel, o de música y alumnos nuevos como Anna.
Todo comenzó aquel día.
Cuando decidió que era mejor alejarse.
- Vamos a almorzar, Eliza.
- No.- Pensó.- Mejor otro día, tengo mucho trabajo.-Pausó.- Señor.
Trató de teclear pero no pudo, sentía su mirada sobre ella, quemaba, sentía como quemaba.
Con la poco valor que le quedaba alzó su cabeza y se estremeció al ver sus ojos, aquellos de cálidez y frialdad innata.
- No me gusta que me llames Señor.- Enfatizó la última palabra, casi escupiéndola.
- Es mi jefe, señor.
- Tú más que nadie sabes que no soy sólo tu jefe.
Y tenía toda la razón.
De niños les gustaba ir al parque que se encontraba en la esquina de la casa de Nathaniel la cual estaba en una de las mejores zonas privadas de la ciudad, como la de Anna.
Siempre se había sentido excluida.
- Pedí de uva.- Susurró al recibir la paleta de limón que tanto odiaba.
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Roses And Guns.
Romance- Te agradezco que me hayas hecho feliz por momentos que sentí infinitos. - Aún hay mucho tiempo, aún puedo hacer que esos momentos sean eternos. El tiempo había pasado, ¿Acaso eso era bueno?