Un buen día

13 1 1
                                    

Estaba atardeciendo. Aquel día había decidido salir de casa a dar una vuelta, sin más. Hacía demasiado bueno como para desaprovecharlo. No siempre tenía que depender de que mis amigos quisieran salir conmigo, ¿no? Sin pensar en ello demasiado, empecé a andar sin rumbo aparente, como intentando perderme en una ciudad que, lo quiera o no, me conozco como la palma de mi mano.

Llevando aproximadamente una hora fuera, llegué finalmente a un parque. Uno de tantos, sin nada particular que lo hiciese especial. Me senté en un banco de los que había libres, y suspiré, quizás instintivamente. No había gran cosa a mi alrededor, en realidad. Sólo más bancos, con más gente, abundante vegetación y una corriente continua de personas desfilando por delante de mis ojos. Grupos de amigos, parejas, familias...
Hoy hacía un buen día para salir.

Sin embargo, yo había salido sólo, al contrario que todas esas personas. No esperaba a nadie, ni nadie me esperaba a mi. Me sumí en mis pensamientos mientras veía desfilar a la gente, como hormigas en un jardín, incapaces de hacerse notar a pesar del vasto número.

De repente sentí como un escalofrío me recorrió la espalda, de la nada, como un presagio. Un instante después oí un desagradablemente dulzón "hola".

Sacudiendo la cabeza suavemente, me giré ligeramente. A mi lado se había sentado una chica, con una edad no superior a 16 años. Lo más característico era sin duda ese pelo blanco, extremadamente largo, así como una bufanda roja, que le cubría la mitad de la cara, justo por debajo de la nariz. Llevaba un vestido azul, bastante infantil, que le llegaba hasta las rodillas, un poco más abajo.
Por algún motivo, me miraba fijamente. Devolviéndole la mirada, me di cuenta de otro detalle. Unas pupilas rojas que resaltaban aún más sobre su pálida piel y el blanco marfil de sus ojos. Un poco siniestro, a pesar de ser indudablemente guapa. Por no hablar de que, su mera presencia, resultaba... intimidante... Como si emanase una confianza en sí misma absolutamente antinatural.

-Me puedo sentar contigo, ¿no?- preguntó, girando la cabeza levemente, a pesar de que se había sentado desde antes de preguntar.

Asentí, confundido.

-Te he traído algo- me dijo mientras metía una mano en el bolsillo derecho de su vestido.
Acto seguido, saco de él dos pequeños trozos de chocolate. Uno negro y otro blanco.

-El negro es para ti, se que es tu favorito.

Tenía razón, y eso me inquietó aún más.

-Perdona, pero... ¿te conozco?- me atreví finalmente a preguntar.

-Claro que me conoces, ¿no te cansas de hacer tanto el ridículo? Aunque no sé por qué me sorprendo...- se rió ella. No era una risa agradable. Había una clara intención de herir y humillar tras sus palabras, y ni siquiera se molestaba en intentar esconderlo.

Guardé silencio, algo avergonzado. Se había salido con la suya.
Finalmente, la chica dejó de prestarme atención, al menos en apariencia, y miró al frente, igual que yo.
Con un rápido movimiento, se metió el chocolate blanco en la boca mientras ponía una cara de indescriptible placer. Decidí imitarla y me comí el mío. Estaba realmente amargo... Aunque supongo que a veces incluso un sabor así es apreciable.

-Sé lo que piensas,- dijo de repente, señalando a la gente que desfilaba frente a nosotros-, toda esa gente, es distinta a ti, ¿verdad? Son... inferiores... Son sencillos, simples, se conforman con satisfacer sus necesidades más básicas de la manera mas rápida, eficiente y sencilla posible, pero no miran mas allá de eso.

-No puedes decir eso de toda la gente que ves. No lo sabes. No los conoces- le respondí, incómodo por alguna razón.

-Bah, quizás no lo sepa, pero lo pienso y con eso me basta. Y tú también lo piensas. Intentar negarlo no te hace ningún bien. Además, se te hace tan evidente como a mí su mentalidad de ovejas. Míralos. Todos en grupo, ya sea de dos o de más... Si de verdad fuesen como tú, estarían sólos.

Sentí otro escalofrío. Por alguna razón no me sentía con fuerzas para responderle, y odiaba esa sensación. ¿De verdad yo pensaba así?

-¿Y que pasa contigo?- pregunté desafiante- ¿No eres tú distinta del resto?

-Sí, sin duda, soy diferente, ¿no? Pensamos igual, pero tú mantienes aún algo de esperanza y optimismo. En algún momento... no es que vayas a llegar a ser "como" yo, pero podríamos decir que empezarás a ser "parte de mí".

La chica rió de nuevo, aún más desagradable que antes. Me negaba a pensar que tenía razón, pero lo que decía, de alguna manera, tenía sentido. Pero yo no desprecio así a todo el mundo, ¿verdad? Yo trato de ser respetuoso, y hay gente que merece la pena. Gente que hace que recobres la fe en la humanidad y te ayuda en los momentos difíciles.

-¿De verdad crees eso? Veamos cuánto te dura la fantasía...- susurró, poniéndome los pelos de punta en el proceso. Acto seguido, se levantó.

-En fin, volveremos a vernos- me dijo, aún riendo-, creo que mereces la pena. Tienes potencial...

Sacudí la cabeza, haciendo de tripas corazón y reuniendo todo mi valor.
-No. No te conozco, a pesar de que digas lo contrario, No me vas a convencer. No te he visto antes en mi vida, pero sé que no quiero volver a verte.

Ella se rió de nuevo, y se situó justo delante de mí, mirándome fijamente con esos penetrantes ojos rojos. Entonces, llevando su mano hasta la bufanda, la bajo ligeramente, dejando a la vista una boca grande y sonriente, carente de labios, completamente formada por colmillos blanquísimos, grandes y afilados.

-Vernos o no vernos de nuevo, no depende de ti, sino de lo que a mí se me antoje,- susurró, muy cerca de mi cara- y para tu desgracia, me has caído bien... Ah, y... por cierto, claro que sabes quién soy. Simplemente no me has reconicido. Yo soy... tus miedos. Y nunca te librarás de mí por completo.

Dedicándome una última y terrorífica sonrisa, se volvió a colocar la bufanda, cubriéndose la boca de nuevo. Se dio la vuelta y, tarareando como quien no quiere la cosa, desapareció a lo lejos.

Un día hermosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora