La despedida.

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Pude mirar desde donde caía a mis antiguas compañeras...Pero ¿Dónde estabas tú?. Mi corazón en ese momento palpitaba con fuerza en mi pecho y oídos hasta el punto de doler.

Era un acantilado bastante enorme. No dejaban de gritar los que aún estaban vivos y sosteniendo con fuerza los asientos, mas sin embargo, yo solo deseaba verte a ti.

Recordé el día que nos conocimos ¿Lo recuerdas tú? Pensé que le hablabas a la chica de a lado, pero no, me hablabas a mí. Quién lo imaginaria, tú una chica linda y popular hablándole a una marginada sin amigos.

¿Era de verdad posible?

Siempre estaba sola a todas horas, me gustaba estarlo, me evitaba el contacto visual y el mal olor de hablar con un humano, pero tu me seguías siempre, tanto en la cafetería como en el camino a casa. Eso me molestaba, por el simple hecho de que nadie había mostrado tanto interés en mí y yo no tenía nada que dar.

No merecía recibir amor.

Seguías necia, yo te evitaba y tú aún sabiéndolo hablabas conmigo sin mostrar que te interesará mi desinterés en ti. Pero sabía que te estaba lastimando, yo solo sabía hacer daño, no debías acercarte a mí, era mejor saborear el mal trago de una vez.

Cada una de tus pláticas sin sentido las recuerdo palabra a palabra; Cuando encontraste un moco sobre tu pizza, cuándo tu laptop se mojó por que la tenías sobre tus piernas en el baño, cuando en tu mochila encontraste una mariposa negra con manchas rojas, el día que jugaste a la cuerda con tu gato. Todo se oía tan real de tus labios aun que eran palabras absurdas.

También recuerdo cuando me defendiste de las abusivas de el colegio. Pero fue un grave error, ahora la que sería golpeada y humillada desde ese entonces fuiste tú. Ahora todos te veían con malos ojos después de defender a la"muda" pero nunca te miré llorar ni una sola vez. Sonreías a todo el mundo.

Lo que de verdad me hizo saber que no te alejarías de mi como todos lo hicieron, fue la vez que me encontraste en el último cubículo de el baño llorando. Tomaste mi cabeza y aun qué yo me resistiera, la pegaste a tu hombro y sobaste mi espalda con cariño. Tu perfume era delicioso y la calidez de tu abrazo reconfortante, por inercia también te abrace con fuerza. Pronto me sentí mejor.

Desde ése día, y a todas horas estabas a mi lado,  tomábamos el almuerzo juntas, me pasabas los apuntes y me ayudabas a comprender y ver de forma diferente la vida, y yo por lo mientras trataba de hablar y parecer una persona normal ante ti.

-No necesitas fingir conmigo. Te conozco muy bien y se que no eres así, ya puedes dejar de hacerlo. Me agradas tal cual eres.- dijiste un día en el campo de margaritas.

Siempre me acompañabas a casa, por que sabías que mis padres nunca estaban, entrelazabas tu mano con la mía y me contabas las cosas que no te gustaban. Al llegar entrabas sin permiso y preparabas mi comida. Sabía asquerosa pero no te lo decía por que disfrutaba de que la hicieras para mí, tiempo mas tarde regresabas tú a la tuya.

Tú cabello azul me recordaba a el tono de el mar, aparte de eso siempre olía a vainilla, siempre te pasabas la mano por él, como buscando que cada pequeño pelo se acomodara en su lugar, pero tus pelos lo negaban y siempre terminaban por todos lados.
No nos habíamos enojado ni una sola vez desde el día que llegaste con el cabello teñido de morado, lo odié lo admito, pero al momento de decírtelo en la cafetería me golpeaste con tu pedazo de pizza en la mejilla y corriste a la salida, ese día no me llevaste a casa, sólo te fuiste en dirección a la tuya.

Al día siguiente llegaste con el cabello de nuevo de azul.

Ahora cada vez que me veías con mis audífonos, tomabas tus tijeras y los cortabas. Según tú debería de escuchar el trinar de los pájaros, mas sin embargo, siempre me regalabas unos audífonos iguales a los que habías roto.

Los Muertos No Cuentan CuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora