ELLA
Esta vez eran las cuatro y media de la madrugada, una punzada cruzo mi estómago y como pude salí de la cama hacia la fría noche.
Un dolor intenso me hizo doblarme ante la puerta del baño, conseguí recomponerme un poco, lavé mi rostro con agua caliente intentando borrar esa sensación de malestar y me mire al espejo. Hacia tiempo que no lo había hecho, por ello no debió sorprenderme mi imagen pero lo hizo, pálida, desaliñada, ojerosa, mayor. ¿Cuántos años habían pasado sin apenas darme cuenta? ¿Dónde estaban mis dulces dieciséis, mis años de universidad y juventud? Apenas un par de arrugas surcan mi rostro, pero eso es lo de menos, mi escaso pelo canoso lo compensa, era vieja. Mis células se oxidan sin remedio, mueren, no se puede parar el paso del tiempo, y aun por encina esto, esto que me esta comiendo por dentro lenta y dolorosamente.
Un ruido a mi espalda me hizo sonreír, allí estaba preocupado por mi la razón de mi existencia.
- ¿Cómo te encuentras cariño?
- No del todo bien, pero el que estés tu aquí me ayuda mucho. No creo que pudiera pasar por esto yo sola.
Dio un gran paso hacia delante y me estrecho entre sus brazos. Todavía conservaba el calor de la cama y eso me hizo darme cuenta del frio que sentía.
Intenté calmarme, no quería, no podía permitir que él me viera derrumbada, débil. Debía ser fuerte. Pese a mis esfuerzos no lo pude soportar más y le dije ¡vete!. Sin embargo no se fue, tomo mi rostro entre sus manos, beso mi frente y mientras acariciaba mis mejillas me dijo que me quería, que estando justos todo seria mucho mas fácil, lucharíamos unidos y venceríamos; yo le creí ciegamente.
Acaricio mi espalda mientras mi estómago se contraía violentamente, expulsando de mi cuerpo lo poco que me quedaba como si fuese veneno. Pese a la situación no había ningún tipo de asco en la forma en la que él me tocaba. Tenía suerte de haber pasado ya más de treinta años a su lado, tenía suerte de haberlo encontrado. Otra arcada doblego hasta mi alma.
-Soy fuerte- susurré- yo puedo.
-Eres fuerte- susurro- claro que tú puedes.
No lograba moverme, me había quedado agotada allí sentada en el suelo. Él me cogió en brazos como aquella primera vez, cuando nos conocimos, yo me había tropezado y él apareció como un ángel caído y me sostuvo, igual que ahora, igual que cada uno de los días desde nuestro primer encuentro.
Dirigió sus pasos hacia la cama, se recostó en ella a mi lado, ¡oh que olor tan dulce desprendía su cuerpo!, esto es lo que voy a echar más de menos cuando me haya muerto. Me acurruque en su pecho, dejando que sus brazos me envolvieran y me deje llevar, consiguiendo conciliar el sueño eterno.
ÉL
Me he quedado vacío por dentro, ya lo he dado todo, ningún fantasma me quita el sueño, no siento ni padezco, soy un zombi en este infierno.
No tengo metas, no tengo sueños, simplemente dejo pasar el tiempo a la espera del caballero negro, que me libere de este tormento que es vivir. Mi plan surge efecto, las horas pasan, seguidas de los días, semanas, meses y años. Ya estoy más cerca de lograrlo.
Como un muerto viviente me levanto todas las mañanas. Más que por hambre desayuno por costumbre, debería dejar de alimentarme y no prolongar más lo inevitable. Acabar con todo, irme por fin. ¿A dónde? No importa, no importa si la muerte no trae una nueva vida de cielo, infierno o reencarnación. De hecho deseo que simplemente se termine mi tormento, deseo no existir ni aquí ni en ningún otro lugar, espacio o plano. Muerte divino tesoro, es lo único que aguardo encontrar cuando mis ojos se abren al despertar.
Noviembre, Octubre, Diciembre, pasaron sin más. Enero, Febrero, Marzo, sigo vivo, ¡maldita sea!, podría acabar con esto si tuviera fuerzas, pero soy cobarde, me da miedo el dolor físico por ello no logro poner fin a mi existencia.
Y sigo sufriendo, y sigo vagando por mi vida sin rumbo. Salgo de este edificio que era mi hogar, palabra vacía para mí, simplemente está ahí, me cobija del frio, de la lluvia, del viento, pero no me resguarda de mi sufrimiento. No siempre fue así, antes era donde quería estar a todas horas, por aquel entonces tenia esperanzas, quería vivir; sin embargo ella se fue entre mis brazos, cuando me desperté me di cuenta de que todo había acabado, de que ella estaba en paz, de que no sentía ya dolor ni miedo. Me enfadé tanto con ella por haberse ido, por haberme dejado. "¡No, no es justo, la amo, la necesito!". Después de eso solo hubo llanto, soledad, oscuridad, nada. Muerte en vida es lo que me ha quedado.
Otros seis meses han pasado, se acerca el día señalado, el día en el que ella se ha marchado. ¿Tendré esta vez más valor para hacerle frente a la vida y llamar la muerte?