Prólogo

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Hace 55 años...

— ¡Clarise! Espérame —digo mientras ella corre internándose al bosque, la pierdo de vista entre tantos árboles.

— ¡Atrápame si puedes! —dice ella riendo mientras corría más rápido.

Escucho el sonido de un chapoteo en el riachuelo, me apresuro a alcanzarla. Ella ya se había sumergido. Me detengo en la orilla, donde dejó sus abrigos y zapatillas.

— ¡Vamos! No seas aburrido, entra. Eres un terrible mejor amigo —sonríe.

—No, ni pienses que voy a meterme ahí. ¿Te has puesto a pensar que puede haber algún tipo de bacterias que te puede hacer enfermar hasta llevarte a la muerte? —intento estar serio. Ella me da una mirada divertida.

— ¡Ayuda! ¡Bruno ven a salvarme! ¡Me ahogaré!

Y se mete profundo en el agua. Una sonrisa se me escapa de los labios y me dejo llevar por su locura. Bueno supongo que puedo ensuciarme y luego desinfectarme y a ella también.

— ¡Está bien! Yo te salvaré —digo imitando a un súper héroe.

Sale a la superficie y ríe muy fuerte. Me quito los abrigos, la camiseta y las zapatillas. Me escabullo en el agua hasta llegar a ella.

—Hagamos una carrera, el que llega primero hasta el otro extremo paga los helados —dice mientras sube y baja las cejas.

Ruedo los ojos. Es obvio que me va a ganar, después de todo ganó varias medallas en natación. Pero aún así lo hago. Nos pasamos así una hora nadando.

Voy a decirle que hay que irnos pero ella se ha quedado mirando hacia un punto fijo.

— ¿Clarise?

— ¿Ves eso? —pregunta señalando hacia uno de los extremos del río—. Vamos a ver que es.

—No, mejor volvamos a tu casa, tus papás ya deben haber llegado. Además creo que va a llover.

— ¡Oh! No seas tan amargado, pareces un abuelito —pone una cara graciosa—. Solo tenemos 12 años, tenemos que vivir aventuras.

—Yo no soy amargado y mucho menos viejo —frunzo el ceño—. Está bien, vamos a ver que es, pero luego regresamos a tu casa.

— ¡Ya! —dice y después se va nadando rápido hasta el lugar. La sigo.

— ¿Qué es?

—Son unas piedras de colores. Pero brillan, son como gemas. —dice ella sujetándolas en sus manos—. Son muy hermosas.

—No son piedras ni gemas, Clarise. Parece cuarzo. Aunque es raro que brillen —digo admirando las piezas de diferentes tamaños en sus manos. Creo que serán algunas diez o más.

—Parecen mágicas.

Acerco mis manos para tocarlas, y al hacerlo el sonido de las aves cantando se detiene, el leve movimiento del río cesa y las hojas de los árboles dejan de moverse.

Clarise y yo nos miramos. Es como si el tiempo se hubiese detenido.

Inmediatamente Clarise y yo las soltamos sobre la hierba en la orilla del río y, al instante, todo vuelve a seguir su curso, como si nunca se hubiese detenido.

Ambos guardamos silencio por un rato tratando de entender lo que acababa de suceder.

Pero me empieza a doler la cabeza. Una serie de imágenes cruzan por mi mente causando más dolor por cada imagen. Todas ellas son de una época antigua, imágenes de una especie de espada con ganchos, dagas, un arco con flechas brillantes, sables, un frasco con un líquido dorado dentro y más armas, emboscadas, incendios, tropas, y unos ancianos. Por último un libro antiguo que parecía estar escondido en un bosque que me resulta muy familiar.

El Secreto De Laurisse RossDonde viven las historias. Descúbrelo ahora