Adicción

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"Buenas noches. Todo inició cuando tenía 13 años. Ese día caluroso del mes de mayo, nuestra escultural profesora sustituta, la señora Myers, me mandó a detención, después de descubrir que "traficaba" respuestas para los exámenes finales. El calor era sofocante en la última aula, del último pasillo, del último piso del edificio. No había aire acondicionado, las ventanas estaban selladas y estábamos ella y yo, prácticamente ardiendo en calor. Ella se quitó el saco y se desabrochó los primeros tres botones de su blusa color perla, dejándose ver el inicio de sus senos. Y yo, lo único que quería, era echarme un chapuzón en una alberca. Sí, aunque ustedes no lo crean, lo que, para un chico de esa edad, hubiese significado noches de intenso pajeo, para mí, fue una experiencia nula.

Por fin pasó la hora, y como bien deseaba, fui a la alberca, esperando que no hubiera nadie a esa hora. Y desde luego, me quite la ropa, ¿qué más podía hacer? Me quedé en mi trucha y me lancé como delfín. Di varias vueltas a la piscina, hasta que empecé a sentir ojos que me observaban.

-¡Stark! ¿¡Qué haces a esta hora en la alberca?! ¡Sal de una vez! –me gritó el Sr. Andrews, nuestro instructor de natación. Obedecí de inmediato, como el "buen chico" que era en ese entonces. Me paré frente a él, completamente mojado. No sé porque en ese momento, empezó a sentirse fresco, y al salir de la alberca empecé a temblar como loco. Andrews me observó por varios segundos. Me empecé a sentir incómodo, pero, ¡claro! En ese momento, que iba a pensar en algo con malicia.

-Bien, Stark, ya que estás aquí, recoge los paños que dejaron tirados y llévalos a la bodega –me dijo.

De inmediato hice una mueca, pero sus altaneros ojos cafés hicieron que bajara la mirada y obedecí. Duré varios minutos en recoger todos los paños que habían quedado tirados y fui a la bodega, que estaba completamente aislada del resto. Al dejarla al lado de la lavadora, escuché que la puerta se cerraba. Ahí estaba él, un hombre de no más de 30 años, de buen cuerpo y mirada penetrante. –Dime Tony, ¿tienes ganas de jugar un poco?

No entendí en ese momento lo que me quería decir, y ahora que lo pienso, no recuerdo mucho de lo que pasó después. Una cosa vino a la otra, y sentí su mano jugando con mi entrepierna, mientras dichoso se encargaba de mis pezones con sus labios. Recuerdo que mi primera reacción fue llorar, luego intentar moverme, pero conforme las sensaciones seguían, empecé a tomarle el gusto. Y poco a poco, me fui entregando por completo, hasta que, en esa bodega, perdí mi virginidad e inicié una carrera.

Y le llamo carrera, porque de ahí, no pasaba una semana sin que me follaran una vez al menos. Compañeros de clase, profesores o cualquiera que fuera varón, si me gustaba, y se dejaba, lo disfrutaba. Era una vida... sencilla, sin mayor preocupación. Pronto, salí de la Universidad y tuve el control de la empresa de mi padre. Todo iba bien, hasta que mi vida empezó a dar tumbos.

¿Cuándo empecé a caer bajo? Cuando, habiendo millones de hombres en New York, decidí follarme al novio de mi amiga, Pepper. Ella, por supuesto, nos encontró en pleno acto, y no me dolió tanto el cachetazo, como sus ojos llenos de decepción. Ese, fue mi primer error.

Mi segundo error, fue prácticamente regalar mis acciones por una follada. Eso impactó en mi bolsillo, y ver el rótulo Stark ser bajado del edificio de mi padre, fue un duro golpe.

Pero lo peor fue cuando mi doctor confirmó lo que tanto temía. Okkk.... Paren ahí, no fue una enfermedad mortal ni nada de eso, pero si, frenó mi vida loca por uno meses. Entre medicamentos, idas al doctor e incómodas situaciones, fui recuperándome. Sin embargo, aún entonces, seguí con mi vida, buscando polla que me hiciera el favor cada vez que sentía la necesidad de escaparme de mi realidad.

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