Lilium

1.8K 188 165
                                    


Detrás de las cortinas de la mansión Mignorance, la ciudad de Tympanus dormitaba en trémulo silencio. Los señores ya se habían acostado, y en sus sueños reptaban fantasmas de gloria y fortuna. Las doncellas permanecían en vela, aguardando junto al tembloroso resplandor azul de las lámparas que sus enamorados arrojaran una piedrecilla a su ventana. Los sirvientes terminaban de asear cocinas, salones y establos. Y en los callejones más impíos y turbios de la ciudad, las prostitutas, el opio y las profecías se vendían a los mejores postores.

Sin embargo, cortinas adentro, el señor Mignorance no dormía. En su habitación, que él gustaba de mantener iluminada con velas de cera, todavía podían oírse el tibio rumor del fuego y el acero.

Cuando el señor Mignorance acabó su creación de aquella noche, la luna ya se había colocado sobre el alféizar del balcón y espiaba, atentamente, las pintorescas ocurrencias de aquel excéntrico caballero.

—Esto es para ti, querido —susurró, acercándose al lecho con el obsequio en las manos.

Descorrió las cortinas. Lilium se arrebujó entre las sábanas y bostezó. Su larga cabellera rubia se despeñó por la almohada y se volcó sobre la pálida seda rosa de su camisón como una lluvia de oro. El joven se frotó los ojos y contempló, adormilado, la reciente creación de su amo.

—Es un ruiseñor, ¿lo ves? Tal como el que viste en tus sueños... —susurró el señor Mignorance suavemente, atento a la reacción del joven.

Lilium abrió los ojos al máximo y el hombre se regocijó al ver que, otra vez, su ingenio superaba con creces la imaginación de su pupilo. No era difícil complacer a Lilium. Día tras día, noches tras noche, Charles Mignorance colocaba entre sus manos un nuevo juguete que hacía las delicias del joven. Una mariposa mecánica de plata, una pecera con diminutos peces de metal que brillaban en la oscuridad, una bola de cristal como las de las adivinas, cuyo humo de colores emitía un zumbido suave, quejumbroso, como el de un fantasma que arrastra los pies sobre su tumba.

Lilium se incorporó, ansioso, y un bretel de su camisón se deslizó delicadamente por su hombro pálido. Charles Mignorance sonrió. Con los dedos índice y pulgar de la mano izquierda (el noble inventor era zurdo) le dio cuerda al ruiseñor. En menos de un parpadeo, el avecilla escapó volando de su mano, desplegó unas largas alas de color azul zafiro y se posó en lo alto del armario. Luego, agitó su brillante cabeza hacia los lados y nuevamente remontó vuelo. Rodeó el tocador de Lilium, pasó junto a la enorme pecera donde un pulpo mecánico dormitaba, rodeado de su séquito de pececillos, y se posó en el balcón, junto a la gárgola-reloj.

Lilium frunció los labios y Charles Mignorance sonrió, divertido.

—Claro que canta, Lil —aseguró, adivinando sus pensamientos—. Pero es tarde. —Y le señaló con un gesto la gárgola-reloj, que marcaba las tres de la madrugada.

Como siempre, Lilium se levantó primero que su amo. Se deslizó suavemente del lecho y apoyó sus pequeños pies sobre el suelo de madera. Se irguió y agitó la cabeza para desperezarse. Sus largos rizos dorados captaron los primeros rayos del sol, que a esas horas de la mañana recién comenzaban a resbalar por entre las cortinas del dormitorio. Lilium se volteó y se contempló al espejo. Suspiró. A pesar de ser poseedor de una belleza sobrenatural, su reflejo no le decía nada en absoluto. No sabía dónde se había forjado el oro de su cabello, ni a qué cielo le habían robado el azul de sus ojos. Charles solía decirle que su boca era el paraíso, ¿de allí provenía él, entonces? ¿Lilium había nacido en el paraíso?

Oh, seguramente era un bonito invento para ocultar la absurda realidad de que era un huérfano. Quizá lo había dejado allí mismo, en la entrada de la juguetería del famoso Charles Mignorance, como burlándose del futuro que el pequeño jamás podría tener.

Lilium (cuento)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora