Kaito andaba por las calles de la ciudad pegado lo máximo posible a los altos edificios de paja y barro. Sus negros pies andaban descalzos sobre el suelo de piedra. Estaban sucios y llenos de pequeñas heridas, pero a Kaito ya no le importaba. Hacía tiempo que se había acostumbrado y, en el fondo, agradecía no tener unos zapatos que le diesen todavía más calor que el sol del mediodía. El joven andaba de forma segura entre la gente mientras se dirigía a la plaza del mercado. Todos le miraban con desconfianza sus anchos pantalones rotos de color negro y su camiseta blanca que le quedaba grande. Su pelo negro despeinado estaba cortado de forma irregular, lo que hacía obvio que se lo había cortado él solo con el cuchillo que llevaba escondido en el cinturón.
Una vez llegó a la plaza del mercado intentó esconderse lo máximo posible entre los edificios. Nunca antes se había encontrado con tantos guardias de la ciudad. Aquello iba a ser un problema para sus planes. Por eso se metió en una callejuela oscura y se metió dentro de uno de los edificios que rodeaban la plaza para subir al tejado. Una vez allí tendría una vista mejor del lugar y podría encontrar un sitio donde pudiese conseguir comida sin que le pillaran.
Empezó a contar el número de guardias de la plaza, los cuales eran fáciles de distinguir por sus oscuras armaduras que contrastaban con las claras ropas de los ciudadanos. Había unos diez guardias en la plaza.
Volvió a contar para asegurarse.
Otra vez diez.
Kaito se frotó la barbilla pensativo. Eran demasiados guardias. Normalmente había dos, tres, cuatro... ¡como mucho cinco! Lo que significaba que estaba ocurriendo algo extraño en aquel lugar. No podía ser que hubiese alguien de la realeza cerca dado que en ese caso no habría guardias de la ciudad, sino de palacio. Tenía que ser otra cosa. Algo que no podía ver desde la distancia del edificio en el que se encontraba. Tendría que bajar y acercarse.
Kaito soltó una maldición a los guardias. Por suerte todavía tenía alguna posibilidad de conseguir su objetivo sin que le pillaran. Pero tendría que ser más discreto que nunca si quería salir de aquella victorioso. Por eso bajó de nuevo a la plaza e intentó esconderse entre la multitud. Cada vez que estaba cerca de algún guardia que se había separado del grupo lo que hacía era ponerse cerca de algún hombre y bajar la cabeza mientras se movía a su mismo ritmo. Así conseguía que la gente se creyera que eran familiares y el que no mirara hacia arriba se debía a que le habían castigado y no porque los guardias pudiesen reconocerle. Por supuesto siempre se ponía al lado de alguien que no fuese rico para dar el pego de que no tenían dinero para comprar ropa nueva, lo cual era verdad hasta cierto punto. Era cierto que él no tuviese dinero para comprar ropa nueva dado que no tenía ni para comer. Aquella era la única razón por la que hacía todo eso: necesitaba comer. Pero los guardias ya le conocían y sabían que robaba la comida de los puestos más inmunes. Lo cual podía explicar que pusiesen guardias por la plaza para conseguir atraparle, el problema era el que pusiesen tantos. ¡¿Quién pone diez guardias en una plaza para capturar a un niño de catorce años?! No tenía sentido. A no ser, claro, que les hubiese sacado demasiado de quicio. Pero si eso fuese cierto no habrían dejado toda una zona de puestos de comida sin vigilar. O era una trampa o su atención se dirigía hacia otra persona.
Una vez Kaito ya había cogido una barra de pan y unos pocos dátiles sin que el comerciante se diera cuenta se dirigió de nuevo a una callejuela para poder comer en un lugar tranquilo cuando se encontró con una escena que jamás había visto: un niño había pasado por delante de un hombre montando a caballo mientras jugaba sin darse cuenta. El hombre parecía alguien importante, pero no era un miembro de la realeza. Probablemente fuese un general o algo parecido. Por eso uno de los guardias de la ciudad le pegó un puñetazo al niño que le tiró al suelo como escarmiento. Simplemente Kaito no pudo soportar aquel gesto. Sabía perfectamente que allí los hombres castigaban a las mujeres y niños pegándoles de vez en cuando, si no lo hacían la gente llegaba a considerarles gente débil, y eso era algo que nadie quería. Pero el chico no había cometido un error tan grande como para que le pegaran tan fuerte. Por eso Kaito se metió un trozo de pan en la boca antes de guardarlo junto a los dátiles en sus bolsillos, preparándose para intervenir. No tenía miedo del hombre a caballo y aún menos de los guardias que tenía a su alrededor.
-¡Levántate ante el Maestro de Armas, maldito niño! - le ordenó el guardia al niño, el cual era incapaz de levantarse por el golpe - ¡Te he dicho que te levantes! - repitió dispuesto a arremeter de nuevo contra él.
-¡No! - gritó Kaito mientras le lanzaba una piedra que había cogido del suelo.
La piedra le dio en toda la cabeza al guardia haciéndole caer al suelo. Sus compañeros fueron a socorrerle mientras el Maestro de Armas miraba a Kaito fijamente con sus ojos oscuros desde su caballo.
-¡Métete con alguien de tu tamaño! - gritó Kaito.
Entonces se dio cuenta del peligro al que se estaba exponiendo y salió corriendo lo más rápido que pudo en busca de alguna callejuela. Ya no colaría el truco de mimetizarse entre la gente dado que llamarían a muchos más guardias y si se quedaba por la plaza le acabarían rodeando. Por suerte para él acabó encontrando una callejuela que le llevaba hasta otra plaza. Pero no podía permitirse el ir andando porque a pesar de la desventaja que tenían los guardias le seguían la pista.
La plaza en la que entró esta vez era un poco más grande que la que acababa de dejar y tenía en el centro un árbol del desierto lo suficientemente alto como para poder saltar desde él hasta los tejados de los edificios y con tantas hojas y ramas como para poder esconderse en él sin problemas. Kaito miró hacia atrás para asegurarse de que estaban demasiado lejos para verle y trepó al árbol sin problemas, siguiendo mucho más allá de donde otros se habrían parado, hasta llegar a las ramas más delgadas de la copa. Allí encontró una horqueta apropiada y se encajó en ella, abandonando ligeramente su cuerpo al movimiento del árbol según las ramas oscilaban en la brisa del desierto. Una vez allí sacó la comida que tenía en el bolsillo y se puso a comérsela pensando que, si le encontraban, necesitaría tener al máximo sus fuerzas para moverse por los tejados si era necesario. Entonces vio que los guardias salían armados de la callejuela en su busca. La verdad es que Kaito no podía culparles por ir armados, al fin y al cabo en su reino cuando un chico mayor de doce años cometía un delito se le consideraba una amenaza y se le podía atacar con armas para pararle si era necesario, pero no se le podía matar hasta que cumpliera los dieciséis aunque fuese un accidente. Y él tenía catorce, lo que significaba que aunque no pudiesen matarle no tendría la suerte de una pelea cuerpo a cuerpo. Por eso decidió guardarse la comida de nuevo y subir lo suficiente para saltar a los tejados. Con el tiempo había aprendido que la gente raramente miraba hacia arriba y que los guardias no eran una excepción, pero si habían hecho llamar a algún arquero estaría perdido si se quedaba en el árbol, dado que probablemente estaría en un tejado y desde allí podía verle en el árbol. Tenía que subir al tejado antes que ese posible arquero si quería salir de esa. El lado bueno era que si al final no había arquero conseguiría escapar de los guardias ileso.
Respiró hondo. Tenía que coger carrerilla si quería saltar tan lejos. Por suerte ya se había acostumbrado a saltar por lo que ya conseguía saltar muy alto y sus largas y delgadas piernas le resultaban una gran ayuda.
Corrió y corrió todo lo rápido que pudo sobre las finas ramas evitando apoyar todo su peso sobre ellas hasta que... ¡zas! Saltó todo lo lejos que pudo cayendo sobre el edificio dando una voltereta. Una vez allí pudo ver cómo un arquero salía desde una trampilla hasta el tejado del edificio de al lado. Kaito no se lo pensó dos veces y corrió todo lo rápido que pudo en busca de una salida en otro edificio, lo más lejos posible de aquel hombre rezando para que su puntería no fuese tan buena como para acertarle desde la distancia.
Pero no tuvo esa suerte.
El arquero sólo necesitó poner una flecha en su arco y dispararla para conseguir darle en el hombro izquierdo. Por desgracia justo en ese momento Kaito se encontraba al borde del edificio y cuando la flecha le dio perdió el equilibrio hasta precipitarse en el vacío. ¡Menos mal que consiguió agarrarse al alféizar de una ventana con su brazo bueno!
Kaito aprovechó que el arquero estaba ocupado diciéndoles a sus compañeros su posición para saltar al suelo dado que la ventana no era demasiado alta. Una vez en el suelo sacó el cuchillo del cinturón y se puso el mango en la boca. Era totalmente consciente del dolor que le iba a causar lo que estaba pensando, pero sería muy fácil de ver por las calles con una flecha sobresaliéndole por el hombro.
Cerró los ojos y respiró hondo de nuevo mientras se llevaba la mano buena a la flecha. Después se la sacó lo más fuerte que pudo.
Quería gritar.
Quería gritar por el dolor que le causaba aquella herida, pero no podía permitírselo. Por eso se había puesto el mango del cuchillo en la boca, para morderlo y no poder gritar.
Tiró la flecha al suelo mientras se pegaba temblando todo lo que podía a la pared. En esos momentos era vulnerable a los ataques del arquero. Por suerte este último no conseguía verle desde su posición. Si quería hacerlo tendría que acercarse más al borde, pero para cuando llegara Kaito ya se habría ido.
Kaito ya estaba a salvo del arquero, pero todavía había guardias buscándole. El arquero ya les había contado su posición y por mucho que lo intentara no conseguía alejarse lo suficiente y aún menos llegar hasta un lugar con muchas personas.
Estaba perdido.
Llegó un momento en el que empezó a ver guardias en todas las calles por las que pasaba dirigiéndose hacia él, rodeándole, llevándole hasta un callejón sin salida.
Ya no podía escapar.
Delante de todos ellos se encontraba el hombre que había pegado al niño con una herida sangrando en la frente por la pedrada que le había dado antes. El hombre estaba hecho una furia. Se adelantó a sus compañeros con la espada en mano. Entonces levantó la empuñadura de su espada dispuesto a darle con ella en la cabeza para dejarle inconsciente, pero alguien se lo impidió:
-¡Alto! - se oyó que decía un hombre desde atrás.
Este iba montando a caballo y miraba con sus ojos oscuros a Kaito. Era el Maestro de Armas. Lo miraba con curiosidad, como si hubiese visto algo en él que le sonara y Kaito no podía evitarlo. Hacía mucho que el joven no veía aquella barba castaña clara, pero sabía perfectamente quién era aquel hombre. A pesar de los años todavía recordaba sus visitas a la casa de su padre. Sentía un gran odio hacia aquel hombre. Él fue quien provocó el incendio que le mató.
Él mató a su padre.
Kaito decidió dejar de mirarle. No quería que lo reconociera.
Aquel hombre no.
Miró al caballo en el que estaba montando. Era totalmente negro. Kaito lo reconoció en seguida. ¡Ese era su caballo! O al menos lo era antes de la muerte de sus padres. Si todavía él le recordaba era posible que Kaito tuviese una última posibilidad de escapar. Pero era necesario que el Maestro de Armas bajase del caballo. Por suerte así lo hizo.
-He oído hablar mucho de ti, rata callejera - empezó a decir el hombre -. Llevas siete años robando la comida de los puestos y siempre tenías la suerte de conseguir escapar de los guardias con tus simples trucos. Pero ya iba siendo hora de que se te acabara la suerte, ¿no crees? - dijo mientras le miraba como si le estuviese poniendo a prueba. Después añadió - ¿Tienes algo que decir al respecto?
Kaito sonrió maléficamente antes de contestar:
-Sí. Siento ser yo quien lo diga pero... ¡sois todos unos inútiles!
Entonces antes de que alguien se diese cuenta de lo que hacía cogió carrerilla, pegó un salto hacia la pared, la dio una patada con la planta del pie para coger impulso y cambiar de dirección y cayó sentado encima del caballo, el cual se puso sobre sus dos patas traseras por el susto. Kaito se agarró fuerte de las riendas para no caerse antes de llevar al caballo hacia la salida cubierta de guardias. Estos al verse aplastados por el caballo se quitaron del medio cuanto antes. ¡Qué ingenuos eran! Aunque Kaito se alegraba de ello, porque si no lo fueran no se habrían apartado, lo cual habría sido un problema. Al fin y al cabo los caballos no pisaban a la gente si podían evitarlo.
Kaito aprovechó su actual ventaja para ir fuera de la ciudad antes de que cerraran las puertas de la muralla. La ciudad no era segura para él en aquellos momentos y tenía que salir de ella cuanto antes.
Habían pasado siete años desde la última vez que había montado a caballo, pero en seguida volvió a cogerle el truco y empezó a moverse con el caballo en dirección a las puertas de la ciudad, las cuales ya se estaban cerrando.
-Vamos, Trueno. Demostrémosles lo que puedes hacer - susurró al oído del caballo mientras se inclinaba hacia delante animándole a ir más deprisa.
Trueno hizo lo que el joven le pedía y fue todavía más rápido. Tanto que Kaito tuvo la sensación de que saldrían volando en cualquier momento. Al final consiguieron pasar las puertas justo antes de que el hueco fuese demasiado pequeño para el animal.
Kaito lanzó un grito de alegría. Todavía no podía creérselo. ¡Lo habían conseguido! ¡Se habían escapado!
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El hijo de la luna
RandomHace siglos que la raza humana ha estado amenazada por los vampiros. Cuando en el futuro el calentamiento global vuelva el planeta un desierto su amenaza será menor al ser obligados a vivir bajo tierra. Pero algún día volverán para destruir de una v...