The Past is Gone

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Completa oscuridad. El silencio interrumpido por el chasquido de un mechero, uno, dos, tres intentos y por fin la llama. Con manos temblorosas consigue encender el cigarro que llevaba tiempo colgando de sus labios, alza la cabeza aspirando el acre humo, encontrándose con su reflejo en el espejo.

Casi no se reconoce, tal vez por la escasa y vacilante iluminación o por los días que lleva sin dormir ni comer, manteniéndose cuerdo a base de tazas y más tazas del café barato que ella dejó antes de irse.

El mechero falla e intenta volver a encenderlo, queriendo seguir observando a ese desconocido del reflejo. Ni si quiera se molesta en intentar encender la luz del baño, hace tiempo que todas las bombillas se fundieron y no tenía tiempo ni fuerzas como para arrastrar su maltratado cuerpo hasta la tienda más cercana. 

Solo se ven las ascuas del cigarro hasta que al final consigue revivir el mechero, una última vez. 

Su nombre... Sí, Joey, había pasado demasiado tiempo desde la útlima vez que se lo oyó pronunciar a alguien. La verdad es que ya no se sentía como ese chico de risa fácil, provocando siempre hasta los límites. O le pillabas al principio o le odiabas hasta el final. Todo había cambiado, debería haber sabido cuando parar.

Vuelve a observarse en el espejo, esta vez con más atención. Su pelo... parecía imposible pero estaba más enmarañado de lo habitual, y sus ojos, siempre alegres ahora los notaba apagados, cansados. 

Sin que se de cuenta el mechero se ha ido calentando. Al final no lo puede aguantar más y suelta el gas, guardándolo en el bolsillo de la chaqueta y llevándose el lastimado dedo pulgar a la boca para aplacar el dolor. El cigarro olvidado se había ido consumiendo, llenando el lavabo de ceniza pero nada de eso importaba ya. Tenía algo que hacer y tenía que hacerlo ya.

Tantea la pared hasta que encuentra la puerta que comunica con el resto del pequeño apartamento. Sale al pasillo, tropezando de vez en cuando con los periódicos atrasados y la ropa acumulada por los suelos. Por fin lo ve, el salón pobremente iluminado por la luz de la luna, y el portátil, en la mesa, enterrado bajo un montón de ceniceros y tazas vacías.

Aparta los ceniceros a un lado, cogiendo uno y vacíando su contenido en el suelo, iba a necesitarlo. Y busca entre las tazas hasta que encuentra una con algo de café. Sin pensárselo dos veces se lo bebe. Que asco, está frío. Sacude la cabeza para evitar recuerdos dolorosos y se sienta. No podía retrasarlo más, era la hora. 

Enciende el portátil y mira fijamente la pantalla azul mientras carga, intentando poner en orden sus pensamientos. Su época en Durmstrang, mortífagos, dolor, toda esa parte estaba borrosa pero iba a tener que sacarla a la luz también... lo primero.

Aun que no se de cuenta su mirada se ilumina brevemente al pensar en Hogwarts, sus amigos, las fiestas y ellas, todas y cada una de ellas. Cuanto les había querido y cuanto daño les había hecho. 

La pantalla cambia, poniendo fin a sus cavilaciones. Termina el cigarro, apagándolo contra el cenicero y respira hondo. La hora, sí, era la hora.

Iba a contar toda la verdad.

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