Lo que es el paraíso

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I

Desde aquella vez Heriberto se sentía extraño. Atónito y estupefacto se petrificaba al asegurar que se estaba viendo a sí mismo tumbado, a la orilla de la Avenida Principal, vestido de un uniforme manchado de rojo y roto del pantalón. Un perro ladró de repente. Tenía unos ojos desviados. Heriberto se estremeció al ver cómo aquél animal se aproximaba hacia él con una furia contenida y aterradora. Pero sus rápidos reflejos lo impulsaron a moverse hacia un lado, esquivando los colmillos del insensato y sorpresivo animal. Éste corrió y se alejó dejando agitado a Heriberto después de quedar tumbado, en el suelo áspero y húmedo de la ciudad. Se sentía muy fatigado y sin comprender dónde se encontraba. Era de noche, y el viento del Este comenzaba a correr por las calles.

De nuevo el silencio hacía ensordecer los oídos. Y Heriberto comenzaba a preguntarse qué había sido de aquel animal y de su aparición espontánea, inadvertida. No sabía dónde se encontraba, y si acaso recordaba algunas cosas, no las recordaba tan bien.

Se levantó pesadamente.

No había luz suficiente en aquél extremo de la calle como para averiguar el lugar donde se encontraba. Empezó a voltear a todos lados buscando alguna señal de referencia. La noche era  tan obscura y llena de una densa atmósfera de inseguridad, que él podía percatar al intentar ver siquiera algún vehículo transitar por ahí.

Sintió pánico. No detectaba por más que quisiera alguna forma de vida. Solamente sentía el viento  que se aparecía de repente, levantando el polvo de las banquetas.

Volteó a mirar el cuerpo aparentemente inerte, vestido de uniforme del que se asemejaba copiosamente al que él llevaba. No lo reconocía.

—“¿Seré yo?”—pensaba. Sintió miedo. Y rápidamente empezó a correr por las avenidas de “Old Bailey”, desconocidas para él por ahora. Pasaba entre edificios gigantescos iluminados por las pocas farolas parpadeantes.

Corría cada vez más desesperado a cada momento. Se detuvo frente a un pórtico que reconoció, y se aproximó para entrar. Extrañamente la puerta se encontraba abierta y Heriberto logró entrar.

Grande fue su sorpresa cuando vio a una anciana sentada frente a un televisor viejo. Parecía que la mujer adormecida, no consideraba la presencia de Heriberto junto a la puerta quien, sin razón se adentró por las escaleras.

Al ir subiendo, un gato pasó junto a sus pies, asustándolo. Levantó la mirada hacia las escaleras y más aún creció su temor cuando observó a decenas de gatos bajar por todos lados. Eran grandes,  y otros pequeños, pero entre todos formaban una gran masa de pelo color negro-pardo; tenían miradas anómalas que llegaban a causar sobresaltos. Prontamente, Heriberto salió de la casa lo más rápido posible y empezó a correr deliberadamente de nuevo.

II

“Yo sí amaba lo que tenía, y daría todo haber estado vivo por mucho  tiempo más. O eso creo. Aunque sé que el momento llegó, pero no recuerdo cómo sucedió. No puede ser…

Yo esperaba la muerte de alguna forma desconocida, misteriosa y dolorosa, o por lo menos después de haber salvado la vida de alguien en un incendio y quedar en la memoria de toda la gente, o después de atrapar a algún ladrón y ser valiente al haber sacrificado mi vida por alguien. Pero, caer muerto en el suelo no es una muerte honorable. ¿o si?

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