Iniciando...

55 0 0
                                    

Empecé a escribir una historia. El día se prestaba a ello. Era gris, hacía frío y se escuchaba al viento fuera. Ese día iba a viajar. No existía un peor día que ese. Sin embargo allí me encontraba yo, sentada en la cama con las piernas cruzadas y la computadora en mis rodillas. 

Una dicha, una tranquilidad que pronto fue rota por el golpe fuerte del sonido de la puerta al abrirse.

Lucy.

—Marian— dice.—Acá estamos.— ¿Qué haces?

La miro... Y con un suspiro de rezongo me recuesto en la cama y la vuelvo a mirar haciendo pucheros.

Lucila es como la amiga más íntima que tengo, la más allegada a mí. Para que se den cuenta, yo era una muy solitaria. Me encantaba estar sola. Lo había aprendido con los años, ellos no me habían traído nada bueno. Sin embargo, con el pasar del tiempo estaba esta muchachita con ojos dulces color miel que me seguía todos lados solo porque un día la conocí habiéndola ayudado en una parada de colectivo, a traducir un texto que se encontraba enteramente en inglés. Me había pedido mi número de celular, la encontré confiable y se lo ofrecí, a toda su costa quería ser mi amiga hasta que la acabé aceptando y contándole el más grande desastre que se topó en su vida. O sea, yo.

—Aquí Lucy, escribiendo como siempre.

— ¡¿Cómo siempre?!— me expresa en forma sorpresiva. —Tú nunca escribes, a menos que estés muy, pero por muy demás triste.

Siempre me refugiaba tras muchas letras cuando me encontraba en agonía, por así decirlo y exagerarlo. Ese día era uno de ellos, y quién iba a imaginar, mi vida iba a cambiar muy pronto, drásticamente.

Lucy no sabía nada y me había estado preparando para contarle todo a ella sobre mi difícil decisión.

—Sí Lucy, estoy triste. De hecho estoy mucho más que triste. Por mí, por ti. Me voy...— le termino diciendo.

— ¿A dónde vas?

—A dos mil kilómetros de aquí.

—Pero y... ¿cómo?... ¿cómo es posible eso?, ¿a dónde vas?

— A la gran ciudad, la gran manzana. Como sea, voy a iniciar una nueva vida. Quiero cambiar Lucy, aquí me siento muy estancada. No hago nada productivo, le soy un estorbo y molestia a mi familia. Comenzaré a trabajar, ya que el estudio acá nunca avancé, siempre fui una irresponsable. Allá trabajaré, tengo una prima, se llama Celia, trabaja en una aseguradora, me dijo que va a ser todo lo posible para que yo pueda trabajar de secretaria de oficina ahí.

— ¿Estás segura de ello?

—Sí, lo estoy. No me queda otra. Te voy a extrañar—le digo y las lágrimas se asomaron en mis ojos lentamente —te voy a extrañar muchísimo Lucy — me seco las lágrimas, me arrimo y le doy un largo abrazo.

Estuvimos así durante varios minutos.

—Pero... Nos vamos a escribir, nos mandaremos textos, vamos a hacer videos chats, nuestra amistad no se va a cortar...—me dice Lucy llena de congoja pero con ciertas esperanzas.

—Así va a ser, te lo aseguro— le tomo de sus manos, nos miramos a los ojos y forzamos una media sonrisa. Finalmente nos separamos.

—No creí que tu invitación fuera una despedida— lo dice con tristeza y luego sin que me diera cuenta me pega con su puño derecho en mi brazo izquierdo.

—Bueno Luu, pero es lo que hay. Finalmente he llegado a esta conclusión. Es duro, lo sé, pero la vamos a superar juntas, aunque estaremos distantes fisicamente, siempre nos llevaremos en el alma, eso tú lo sabes—me vuelve a abrazar mi amiga.

—Dale— termina medio triste, resignándose Lucy— ahora te ayudaré a preparar tus valijas, y prométeme que me vas a mantener al tanto de todo lo que te sucede, sea feo o lindo o te enamores o no, tú cuéntamelo todo. TO-DI-TO. — Me remarca la señorita Lucila, que no se tomó tan mal mi partida teniendo en cuenta lo tan abrupta que había sido y hacia dónde me llevaría... hacia nuevos destinos de la vida.

Ese día a la tardecita pedimos un remís y me acompañó hasta la terminal de ómnibus.

Lloramos un largo rato. Hablamos de nuestras aventuras, de cuando nos conocimos. De nuestras desazones, de sus ex amores, de mis crushes, etc.,...

Y así con una sonrisa nítida pero algo acongojada, subí al colectivo, le tiré unos besos a esa pequeña que tanto amaba tan solo por cómo fue conmigo a pesar de lo mala que siempre fui. El perdón que siempre estuvo en su corazón ante todo.

Me puse mis auriculares, cerré mis ojos y me recosté contra el asiento. Mientras por la ventanilla obserbaba al sol ponerse mi rumbo hacía nuevos horizontes recién comenzaba a dar sus primeros frutos.

Infinito MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora