II

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Lunes. 8 de la mañana. Cayetano se retuerce entre sus finas sábanas de seda (regalo de la única persona que él valora, su suegra) y escucha su teléfono sonar. Lo apaga con una notable indignación y planea seguir durmiendo, hasta que se acuerda.

Se levanta lo más rápido que puede y se viste con la misma ropa del día anterior. Total su mujer no estaba para regañarlo. Salió corriendo hasta la parada de colectivos, maldiciéndose por olvidar el haber dejado el auto en el mecánico.
 
  Lunes. 9.18 de la mañana. Cayetano se encontraba hablando con el psicólogo sobre su infancia.

"Entonces, Cayetano. Me decías que crees que tu ansiedad empezó desde temprana edad, - había dicho el psicólogo luego de Cayetano responder su pregunta - ¿Por qué crees que esto es así?"

— Anda a saber. Desde chico soy ansioso. - comenzó a responder él. - Igual, para mi, todo empezó cuando tuve mi primer trabajo. Fue mucho para mí. Nunca había tenido una responsabilidad, y de repente tenía que poner comida sobre la mesa porque a mi papá le pintó dejarnos a mi vieja y a mi solos.

— ¿Cómo era la relación con tu padre, antes de esto?

— Nada. Seca. Nunca tenía tiempo para nada. Siempre que llegaba se iba a dormir y después lo mismo al otro día. A las 6 arriba y llegaba a eso de las 12, a veces ni volvía. Ahora sé porqué.

— ¿Hubieras preferido no saberlo?

— Sí. Mi vieja estaba hecha un desastre, ni se imagina yo. No se lo deseo a nadie. Que un padre o madre se vaya con otro y encima tengan un hijo.

— Tu infancia... ¿Cómo fue? - Preguntó el doctor, pero Cayetano pudo notar que atropellaba las palabras, lo miraba como si no quisiera estar ahí.

— Normal. Bah, no. Me fue bastante mal. Mi papá era esquizofrénico, siempre pensaba que tal lo perseguía por esto y tal por lo otro. Que el FBI lo quería porque él sabía un secreto que nadie sabía. Para muchos era gracioso, pero para mí no. Era una pesadilla. Había veces que llegaba a casa y decía que yo le había mandado a la policía, que me quería quedar con toda su riqueza, es irónico porque con suerte teníamos para pagar las boletas y para comer algo. Yo rezaba porque no viera ningún patrullero ni nada. Le pegaba a mi vieja porque no me había abortado, ni a mi ni a mi hermana. Pero especialmente a mí. Mi mamá no hacía nada. Por ahí le tenía mucho miedo, o por ahí lo quería mucho para hacer algo. Se murió antes que le pudiera preguntar. Desde ahí estoy solo.

— ¿Y tu hermana?

— Se escapó de casa cuando yo tenía 5 años. Creo que se fue con el novio. Era adicta a todo lo que te puedas imaginar. Creo que se murió, no sé.

— ¿Nunca tuviste buena relación con ella?

— No. Decía que por mi culpa mi papá se había vuelto loco. Que eran todos felices sin mí. Hasta el momento le creo, no me acuerdo de ser feliz en ningún momento de mi vida. Me contuve todo mucho tiempo, muchísimo, y estallé cuando Isadora quedó embarazada. Se llevó la peor parte, pobre.

— ¿Por qué crees que estalló en ese momento?

— Sentía mucha impotencia, no quería saber nada con tener una familia. No era capaz de querer a nadie, lo mío con Isidora siempre fue más una obsesión que otra cosa, y lo acepto, me aferré mucho a ella y ahora dependo de cualquier cosa que me pueda dar. No quería terminar así. Por eso empezaron los sueños.

— Hablame sobre los sueños, Cayetano.

— Siempre son los mismos. Son tres.
» En uno estoy de viaje con todos mis hijos. Ni idea de Isidora. Estamos los tres bajando por una montaña, es raro porque estamos todos riéndonos, cosa que no pasa nunca. Yo les digo que ahí vengo, que no se preocupen. De repente aparece una figura de un hombre, no muy alto, yo diría que de estatura media. Se escuchan gritos por afuera de la montaña. Mis hijos están todos tirados en el piso, muertos. Antonella tiene marcas en el cuello, como si alguien la hubiera ahorcado; Nina está toda blanca, hecha un desastre, llena de vómito; Damián está tirado e inmóvil. Qué se yo.
  En el segundo está Isidora nada más, está lavando la ropa. Estamos discutiendo por algo, como siempre. De repente está tirada en el piso. Llena de agua e inmóvil.
  El tercero es el más raro. Soñé con un ex compañero de la escuela. Lo encuentro acostándose con mi esposa, lo raro es que no hago nada, ¿sabe? Sé que es doctor. Sueño que hago una consulta con él, que le comento lo que me pasa. Pero ahí se corta el sueño.

Hubo un largo silencio de ambas partes, la tensión se podía sentir en el aire. El psicólogo suspiró y se acomodó en su asiento, descifrando con la mirada a su paciente. Cayetano, por su parte, examinaba cada movimiento y cada cambio en la expresión del psicólogo. Estaba seguro que había conseguido el efecto que quería lograr. Esbozó una media sonrisa y prosiguió a decir:

— ¿Lo dejé sin palabras, doctor? No le pago para que me mire.

— Eh, sí. ¿Usted cree que sus sueños están relacionados con su vida diaria?

— ¡Qué buena pregunta, doctor! Sí, sí. Entre nos, a los primeros dos les puedo encontrar una explicación lógica. Al tercero también, hace rato que vengo sospechando de mi mujer. - rió sin gracia y el doctor miró para otro lado. - Sin embargo, hay algo que me inquieta. Algo que no entiendo, ¿sabe?

— ¿Qué sería eso que no entiende, Cayetano?

— No entiendo porqué mi mujer me mandó con usted antes de que la mate.

Lunes. 10 de la mañana. Berkowitz se levanta furioso justo cuando el reloj suena. La consulta había terminado.

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