Altum

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Larga noche. Oscura. Profunda. Igual que sus ojos.

Yacía dormido en su cama tapado con su manta negra como el carbón, dormido profundamente. Tenebris tenía de vuelta una de sus pesadillas. Siempre eran sobre muerte, la muerte de la gente cercana a él, de sus mascotas, y algunas veces hasta de su propia muerte.

El problema es que cada día se hacían más reales, cada día su residencia era más visible y cada día recordaba mejor qué es lo que había soñado. Empezó a notar todo más oscuro, más macabro. Ya nada le causaba felicidad, apenas podía dormir y eso lo debilitaba mucho, al punto de dormirse parado y despertarse por no querer padecer otra de sus pesadillas.

Si, ya era un padecimiento, ya era una enfermedad, nadie podía negarlo. Caminaba hacía el granero, y creía que la noche ya caía, pero no, todavía era de día. Miraba a su oveja favorita, la que le había regalado su papá cuando ambos, Tenebris y la oveja, eran bebes, y la veía muerta. Le lloraba hasta que la escuchaba balar y se daba cuenta que todas eran imaginaciones suyas.

El peor de los casos fue cuando fue a la ciudad, de casas de muchos pisos y ferias. Pasó por la Iglesia, llena de gente como siempre, pero... sólo siguió caminando, prefería no pensar en lo que vio. Fue a la casa de la curandera, necesitaba el remedio ese, el de nuez picada, ¿o era nuez moscada? El punto es que necesitaba dormir mejor.

Cuando llegó, después de ver muchas cosas que hubiera preferido no ver, tocó la puerta con la aldaba de hierro. El sonido, hueco. La puerta de madera de algarrobo se movió un poco, y en unos segundos apareció ella. Le invitó a pasar, se sentó en la camilla, le trajo un té y estoy seguro de que le iba a preguntar sobre su problema, qué necesitaba, qué le ocurría, pero no pudo. Al verle los ojos, la señora se quedó petrificada. Empezó a temblar, se le cayó la tetera de la mano y sus pupilas se volvieron negras.

-¡Vete! ¡Vete por favor! ¡Nadie con la maldición de Abidos debería rondar por estos lares! ¡Vete ya!- Gritó ella.

-La maldición de... ¿de qué?- Dijo Tenebris confundido.

-¡Vete y no vuelvas!- Dijo temblando. Tenebris no entendía que pasaba, pero se fue, necesitaba irse, sabía que si la curandera no quería verlo, nadie lo haría.

Al parecer todos habían escuchado los gritos, por lo que cuando se abrió la puerta, todos estaban mirando allí. Salió corriendo sin dudarlo, pero no es necesario aclarar que más de uno lo perseguía ya. Si una persona sale corriendo de una casa donde se acaban de escuchar gritos, es lógico que alguien lo corra.

Corrió y corrió hasta que lo perdieron de vista, siguió hacia su campo, y con las pocas energías que le quedaban después de dormir tres horas y correr una, entró a su residencia.

Se sentó en la cama, se desvistió y, llorando muy confundido, se recostó. Entre lágrimas y suspiros, pensando a que se refería la señora con "Maldición", se quedó dormido, y como era de esperarse, tuvo la peor entre todas las pesadillas que había tenido:

No lo entendía. Su grito se apagaba. Su voz desaparecía. No podía llorar, sus ojos ardían. Estaba todo oscuro, negro ocre, apagado, inducía miedo. Pero más miedo le dio cuando se dio cuenta de que el negro salía de su cuerpo. Más específicamente, de sus ojos. Sus energías se debilitaron, empezó a sentirse decaído, y por arte de magia, estaba dormido.

 Larga noche. Oscura. Profunda. Igual que sus ojos.  

Tenebris yacía dormido en su cama tapado con su manta negra como el carbón, dormido profundamente. Sólo que esta vez, no iba a despertarse.

Profundum AtroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora