La promesa

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Ahora, en este momento valoro lo que es tener un hermano. Incluso a veces envidiaba a la gente que no tenía. Simplemente porque serías el hijo único que mimado que todo niño desea ser. Pero ahora me paro a pensar que eso es mentira, cuando tienes un hermano es como si tuvieras un apoyo en el que poder sostenerte cuando caes, esa persona que nunca te fallará y será siempre tu amigo fiel. Un hermano con el que has pasado toda tu infancia con él. 

Mi hermano y yo éramos como uñas y carne. Nos pasábamos las noches en nuestra vieja cabaña del árbol en el jardín. Pasando horas hablando de trenes, nuestra gran afición, o cuando no coleccionando sellos de caballeros o guerreros, porque soñábamos con ser uno de ellos .Los guardábamos todos en un libro y lo escondíamos como un tesoro. Nos hacíamos trenes con cajas de cartón viejas y todos los domingos íbamos a misa con nuestro traje de vestir.

Mi hermano era diferente a todos los otros niños. Mi madre siempre me decía que cuidara de él, que le defendiera. Todo comenzó cuando un día que estábamos cenando, mi hermano se derrumbó de la silla. Mis padres empezaron a gritar y a llamar por teléfono desesperadamente. Yo no sabía que hacer, salvo mirar a los ojos de mi hermano, estaban fijos en el techo sin pestañear. Como si estuviese congelado, jamás había visto así a mi hermano. Poco después vino una ambulancia que se lo llevo en una camilla hacia el hospital. Mis padres no me quisieron contar nada pero sus ojos y sus noches en vela lo decían todo. Los días en el colegio se volvieron más y más difíciles para mí. Apenas comía y dormía, ya no tenía vida, estaba vacío. Fue ese el momento en el que sentí que era no tener un hermano, la sensación de no tener nadie a tu lado. Sabía que mi hermano estaba mal, lo intuía aunque mis padres no me dijeran nada. Me pasaba las horas mirando nuestro libro de sellos que coleccionamos los dos juntos, aún olía a nuevo. Decidí seguir completando nuestro libro de sellos poco a poco, empecé a hacer pequeños trabajos a vecinos limpiando ventanas o coches o incluso cortándoles es césped, con lo que ganaba intercambiaba por todo nuestro pequeño pueblo los sellos.

Un día mis padres me dijeron que se tenían que ir, me prometieron que mi hermano estaría bien y que volvería a verle. Me dejaron con mis tíos, no eran agradables pero era mi única familia. Todas las noches cuando oía a mi tío entrar por la puerta con dificultad y torpeza, me escondía debajo de la cama manteniéndome en silencio, acurrucado y abrazado con el libro de sellos, lo único importante que me hacía feliz. Algunas veces cuando no me pegaba a mí, pegaba a mi tía, ella chillaba pero nadie podía pararle. Lo peor era que cuando no me pegaban en casa, me pegaban en el colegio, ya que mis notas eran muy malas y los profesores muy duros y estrictos.

Los meses pasaron, y vino el invierno y con el frío. Teníamos una pequeña chimenea y ahí podíamos mantenernos calientes. El día de navidad, mientras iba de camino a la escuela, me encontré en el suelo diez pesetas, miré a mi alrededor pero la calle estaba vacía y me los guardé. Era mi día de suerte ya que después de las clases fui a comprar un sello después de tanto tiempo sin poder comprarlos. Elegí uno en el que ponía que deseara un deseo. Cerré los ojos fuertemente y pensé mi deseo más guardado.

Mi alegría vino cuando la tarde del 12 de agosto de 1981. Cuando mis tíos me llevaron a mi antigua casa, a la que no había visto ya desde hacía ya 6 meses. Los recuerdos de mi hermano vinieron repentinamente a mi mente. Un dolor en el pecho me aterrorizó. Todas las noches rezaba por él y porque estuviese bien. Me bajé lentamente del coche, había echado mucho de menos a mama y a papa, cuando abrieron la puerto y vinieron hasta a mí para abrazarme. Unas lágrimas corrieron por mis mejillas, deseaba irme a otro lugar con tal de no estar con mis tíos.

Poco después mis padres me acompañaron a dónde antes estaba la habitación de mi hermano. Me quedé quieto en el marco de la puerta. El que fue mi hermano se encontraba en la cama, inmóvil y con un montón de máquinas que emitían un molesto pitido. Me acerqué lentamente al borde de la cama. Estaba dormido, pero igualmente le cogí la mano. Una oleada alivio pasó por todo mi cuerpo, por un momento pensé en mi deseo por navidad, el que deseé todas las noches, poder volver a verle.

Había cambiado mucho desde la última vez que le vi, estaba más pálido y cada semana venía un doctor a verle, siempre estaba hablando de su corazón. Muchas veces me acercaba a su pecho para poder oír latir su corazón, lo oía perfectamente como siempre lo hacía. Cuando salía del colegio me dirigía corriendo a casa, para volver a verle y contarle todo lo que ocurría. El aunque estuviese con los ojos cerrados, sabía que  me oía y que le gustaba oírme. Le enseñaba y le contaba como eran los sellos nuevos o los que faltaban, ya solo me quedaban cinco. Le prometí a mi hermano que acabaríamos la colección juntos y lo debía de cumplir. 

Me hacía largas caminatas, para buscar coleccionistas de sellos, ya era más difícil encontrarlos. Pero conseguí cuatro más a un señor mayor, se llamaba Steven, junto a él conseguimos encontrarlos. Todo el pueblo decía que era un loco, porque no salía de su casa y no tenía familia ni amigos. Pero todos ellos eran unos ignorantes, no sabían quien era realmente Steven. Él era un hombre humilde y bueno.

Los años pasaron, y estuve casi toda  mi vida buscando ese último sello. Ahora después de veinte años, me encuentro antes la tumba de mi hermano. Todas las tardes vengo a verle y a hablarle, de que su sobrina estaba muy sana y guapa, y que no tenía ningún problema de corazón que pudiese transmitirla genéticamente. Recordaba nuestra afición por los trenes y las horas que pasábamos en nuestra vieja cabaña del árbol. Le llevaba siempre el libro de sellos y lo miraba una y otra vez frente a su tumba.

Cerré finalmente el libro, y miré sus iniciales en su lápida. Bajé la cabeza cuando me encontré con una ranura en la tapa de libro. Había una carta, en la que ponía de titulo, “El promesa”, saqué de él un pequeño sello. Hubo una vez que le prometí acabar nuestro tesoro mas preciado y ese tesoro lo he cumplido.

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