La fría brisa hacía tiritar el cuerpo de todo aquel con el que se encontraba, las negras nubes amenazaban con una tormenta y el fuerte oleaje, golpeando en la costa solo podía pronosticar problemas. Los fuertes aires arrancaban hasta la hoja más aferrada a una rama, la lluvia torrencial volvía la tierra más compacta en una blanda trampa en la que era fácil hundirse y los fuertes rayos iluminaban las ramas, volviéndolas en espectrales sombras.
El mundo parecía estar en conmoción, al borde del final. Tormentas, huracanes, terremotos, erupciones volcánicas. La tierra parecía estar siendo agitada por la mano de su creador, pero la luna; dulce resplandor en la noche y estrella perdida en el día, se mantenía fija en su etapa completa. Pasaban los días y esta no iba de menguante a creciente, solo seguía como luna llena.
Si bien, el bello satélite que roba su brillo a la gran estrella, para muchos representaba melancolía, para otros era la diosa de los amantes, de los eternos enamorados condenados a esconder su amor. Esas noches con más razón, ya que su brillo destilaba tristeza pura, los rayos que caían parecían largas lágrimas sin un indicio de que su sufrimiento terminara. La tierra también lloraba su tristeza, abrumada por no saber cómo consolar a su querida estrella nocturna.
La bella Nalem; protectora de la luna, resguardando desde la tierra estaba en desesperación. Veía noche tras noche a su reina intacta, sin querer dar un paso más hasta saciar su triste martirio.
—Oh, mi dulce reina blanca -exclamó Nalem, con profunda tristeza mirando al cielo y viendo como la luna opacaba a las estrellas.- Los días pasan y tú sigues sin querer deleitar a los mortales con tus bellas fases. Dime reina mía, ¿cuál es la razón de tu martirio?
Un destello surcó por la superficie de la luna y un nuevo brillo dirigido a la tierra hizo aparecer frente a la joven a su bella señora. Vestida con luz, sus largos cabellos plateados caían a su espalda y su brillante piel despedía el mismo brillo que su ropa, sus ojos de un total blanco estaban decaídos, señal de su tristeza.
—Mi hermosa Nalem, siempre al pendiente de su reina -le habló con un tono tan dulce, pero las siguientes palabras fueron dichas con profunda amargura-. ¿Buscando la forma de acabar con tu dolor o el mío?
Con cabellos de un negro azabache, ojos oliva y piel satinada, había sido una bella mujer amante de la noche y fiel hasta el final. Permaneció como mortal hasta que una madrugada en la que no cesaba su llanto, aquella silueta angelical le dio un abrazo reconfortante y notó la guardiana que de la noche había tomado forma humana solo por ella. Fue cegada por sus encantos y termino haciendo lo que la bella luna le había solicitado. Volverse en su dama y cumplir sus caprichos. Nalem aceptó, convencida por un amor que nunca había sentido hasta ese momento, y la luna le brindó una parte de ella, dándole vida eterna. Era así como una joven podía sentir el dolor se quien le dio dicho regalo eterno.
—No, mi señora -se apresuró a contestar-, yo solo quiero verla danzar entre sus fases, llena de alegría en el cielo.
—Ahí arriba no hay alegría, solo profunda soledad –su voz melancólica le dio por respuesta-. Paso todo el tiempo resguardando a todos esos enamorados ocultos y siendo consuelo para los desdichados, pero nadie es consuelo para mí. Mi amado, mi dulce tierra pasa los días con la estrella mayor, brindándole amor con sus rayos cálidos y él demostrándole su cariño aceptándolos y dando vida.
La pálida figura se agacho y con la punta de sus dedos acaricio el rocío del césped que dejaba la baja temperatura.
—Mientras que yo tengo que esperar todas las noches -no podía ocultar su irritación, Nalem también lo sentía-. Aguardando a que ella se marche para poder verlo y solo me hace caso por el hecho de que robó un poco de brillo de su amada sol.
—Reina mía, siento tu malestar, tu tristeza y tu enojo porque tierra no te ama como tú a él ¿cómo puedo calmar tu dolor?
—Con amor -respondió apenas en un susurro-, tráeme amor puro, mi dulce resplandor.
— ¿Cómo sabré que es amor puro?
—Tú lo supiste cuando mi abrazo te trajo consuelo -extendió su mano a la laguna que se encontraba a su costado.- Nuestro destello nocturno vendrá aquí dentro de unos días, su corazón estará devastado y tú le darás consuelo.
—No cuestionó tus órdenes mi reina, pero no entiendo en que te ayudará consolar a una vida más si es lo que haces cada noche.
—Todo tiene un precio -una sonrisa se coló en los labios de la luna.
Nalem no entendía bien las palabras de su reina, pero ella no era nadie para cuestionarla. Haría lo que le pedía y así ella no sentiría su dolor.
—Que sea como usted lo desea.
Hizo una reverencia, la luna sonrió con satisfacción y esperaba que fuera su gélida piel la que le diera ese toque siniestro y no sus planes. Con un resplandor tan cegador volvió a su forma original, arriba en el cielo nocturno.

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Nalem
Short StoryLas leyendas de la luna, el sol y la tierra son muy famosas. Amores imposibles, condenados a la separación. Nalem es la protectora de la luna, dispuesta a cumplir sus caprichos. Su reina esta triste por el hecho de su amor imposible y le ha enc...