El siguiente material contiene escenas explícitas y o uso de lenguaje vulgar, se recomienda discreción.
El Castigo
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Metía como podía los libros a mi casillero haciendo el mayor de los esfuerzos, debido a que no cabía ninguna otra cosa ahí dentro, uno que otro bolígrafo o cuaderno caía de este haciendo estruendo contra el suelo y estaba tan desordenado que apenas podría abrirse, pero no tenía tiempo para pensar en ello ahora.
El timbre se hizo sonar por todo el pasillo indicando el inicio de la próxima hora de clase y con ella todos empezaron a dirigirse a sus respectivos salones y yo no era la excepción.
Metí a empujones los libros en el casillero y recogí los cuadernos y bolígrafos caídos para acto seguido empujarlo con todas mis fuerzas con intención de cerrarlo hasta lograr mi objetivo.
Luego de unas cuantas blasfemias dichas por mi boca, de tres probables minutos de arduo esfuerzo y posiblemente de tardanza me dispuse a enganchar bien mi bolso a mi espalda y correr por los pasillos hacia la hora de clases que me correspondía.
Observé al final del pasillo la dichosa puerta del aula y corrí hasta ella tan pronto como mis piernas me lo permitían, con cuidado de no caer en el intento.
Abrí la puerta sin siquiera tocar o mirar por la ventanilla de forma torpe y ruidosa logrando quedar dentro del aula, pero lamentablemente eso no era lo que importaba, al menos no en ese instante, lo que realmente era importante era en el gran problema en el que me había metido.
Había ingresado al aula con cinco minutos de retraso y sin siquiera tocar la puerta, pero eso tampoco era lo más importante, no después de lo que mis ojos vieron.
Mis ojos de abrieron en sorpresa y mi ritmo cardiaco zumbaba de forma desbocada en mis oídos haciéndome sentir levemente mareada, sin mencionar la falta de oxígeno en mis pulmones provocando que respirara como si acabase de correr un maratón.
Frente a mi estaba un Hombre, un hombre alto y fornido, de pelo tan marrón como el chocolate, corto y peinado hacia arriba, ojos tan verdes como las esmeraldas, labios finos, rojizos y carnosos, y semblante fruncido, tenía anteojos y un traje gris de corbata color vino el cual le daba un aspecto mucho más intimidante y sofisticado de lo que aparentaba, y parecía joven, bastante joven a decir verdad.
También era muy caliente.
— Señorita... -Habló aquel hombre de voz profunda sin concretar su oración mientras me miraba de pies a cabeza.-
— H-Higgings... -Hablé de forma estropajosa y entrecortada debido a la falta de oxígeno que aún le hacía afectaba a mis pulmones y el nerviosismo que empezaba a acumularse entre mi esófago y mi estómago.-
