Cogiste la flor con ilusión, ya enamorado, pues solo enamorado dejarías en manos de una flor la cuestión del amor recíproco.
Comenzaste el juego con los nervios a flor de piel, y dejaste tu piel en cada pétalo de aquella flor.
Lo más difícil fue decidir empezar, pues el simple hecho de decidir si hacerlo con un: "sí me quiere"
o con un: "no me quiere" era algo crucial. Ya sabías que era cuestión de que fuesen par o impar, ya sabías que no te referías al número de pétalos.
Elegiste " sí me quiere", comenzaste a arrancarlos uno a uno, y cada uno con su respuesta correspondiente.
Cada vez quedaban menos, y cada vez lo hacías más rápido porque no tenías paciencia, hasta llegar a los dos últimos. Éstos dos los arrancastes muy lento, pues ya sabías cual era la última respuesta. En el último pétalo, susurraste un lento, doloroso y entrecortado "no me quiere".
Pensantes que deberías haber empezado con "no me quiere", pero no llegaste a comprender que si hubieses cuidado de cada pétalo de aquella flor, daría igual si eran par o impar, la primera y única respuesta hubiese sido "sí me quiere".