A pesar de este brusco e inesperado retroceso de la enfermedad,
nuestros conciudadanos no se apresuraron a estar contentos. Los
meses que acababan de pasar, aunque aumentaban su deseo de
liberación, les habían enseñado a ser prudentes y les habían
acostumbrado a contar cada vez menos con un próximo fin de la
epidemia. Sin embargo, el nuevo hecho estaba en todas las bocas y en
el fondo de todos los corazones se agitaba una esperanza inconfesada.
Todo lo demás pasaba a segundo plano. Las nuevas víctimas de la
peste tenían poco peso al lado de este hecho exorbitante: las
estadísticas bajaban. Una de las nuevas muestras de que la era de la
salud, sin ser abiertamente esperada, se aguardaba en secreto, sin
embargo, fue que nuestros ciudadanos empezaron a hablar con gusto,
aunque con aire de indiferencia, de la forma en que reorganizarían su
vida después de la peste.
Todo el mundo estaba de acuerdo en creer que las comodidades de la
vida pasada no se recobrarían en un momento y en que era más fácil
destruir que reconstruir. Se imaginaban, en general, que el
aprovisionamiento podría mejorarse un poco y que de este modo
desaparecería la preocupación más apremiante. Pero, en realidad, bajo
esas observaciones anodinas una esperanza insensata se desataba, de
tal modo que nuestros conciudadanos no se daban a veces cuenta de
ello y afirmaban con precipitación que, en todo caso, la liberación no
sería para el día siguiente.
Y así fue; la peste no se detuvo al otro día, pero a las claras se empezó
a debilitar más de prisa de lo que razonablemente se hubiera podido
esperar. Durante los primeros días de enero, el frío se estabilizó con una
persistencia inusitada y pareció cristalizarse sobre la ciudad. Sin
embargo, nunca había estado tan azul el cielo. Durante días enteros su
esplendor inmutable y helado inundó toda la ciudad con una luz
ininterrumpida. En este aire purificado, la peste, en tres semanas, y
mediante sucesivos descensos, pareció agotarse, alineando cadáveres
cada día menos numerosos. Perdió en un corto espacio de tiempo la
casi totalidad de las fuerzas que había tardado meses en acumular.
Viendo cómo se le escapaban presas enteramente sentenciadas como
Grand y la muchacha de Rieux, cómo se exacerbaba en ciertos barrios
durante dos o tres días, mientras desaparecía totalmente en otros, cómo
multiplicaba las víctimas el lunes, y el miércoles las dejaba escapar casi
todas; viéndola desfallecer o precipitarse se hubiera dicho que estaba
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Albert Camus La Peste
Historical FictionPublicada en 1947, cuenta la historia de dos doctores que descubren la solidaridad en su labor humanitaria en la ciudad de Argelia de Orán, mientras es azotada por una plaga.