Risas llenaban la habitación, el ambiente era festivo y la noche oscura. Era viernes por la noche y al igual que cada mes estaban todos reunidos jugando póquer, pero esa noche habían decidido darle un giro al juego, aquel que ganase la ronda podría proponer el reto que fuese. La noche pasaba tranquila, los tragos eran servidos uno tras otro y la ronda iba llegando a su fin.
Pedro iba ganando y para agilizar un poco la situación todos llegaron al acuerdo de que él fuese el que dijese el reto. Minutos después y con una sonrisa pícara en su cara Pedro comunicó a sus compañeros que el reto sería decir uno por uno su mayor secreto...
Todos accedieron y empezaron las confesiones. El primero fue Juan, uno de los más jóvenes.
"¿Se acuerdan de Penélope?- empezó Juan- Pues mi secreto es que estuve enamorado de ella toda la secundaria, aunque nunca tuve el coraje para decirle..."
Hubo un par de comentarios y pasaron al siguiente; Marco, que era el mayor, confesó su miedo al futuro. Julián, admitió haber mentido acerca de la cantidad de veces que había estado con mujeres.
"Okey, mi turno-dijo Jorge- Marco, no te enojes, pues sé que no debí haberlo hecho... Pero la muchacha de la que yo tanto les hablaba, era tu hermana, ella y yo tuvimos una relación a escondidas de los demás. Siento no decírtelo antes."
Marco, se levantó de la mesa,alterado y salió de la habitación.La sala comenzó a adquirir un ambiente tenso, innegable para los allí presentes. Pedro, en un intento de volver a como estaban propuso otra ronda, se dirigió a la cocina y tomó otra botella.Se acercó a Marco y lo convenció de volver. De vuelta a la sala se dio cuenta que faltaba poco para que fuese su turno, para por fin decirles la verdad acerca de su tiempo lejos, para descubrir sus más profundos sentimientos...
Un par de compañeros después, llegó su turno. Lo alentaron a decir su secreto. Indeciso y con preocupación comenzó.
"Antes de comenzar quiero pedirles que por favor comprendan por qué nunca les había contado y no se vuelva a mencionar este tema. ¿Okey?-murmuró Pedro- En la secundaria conocí a una muchacha, desde que la vi no pude sacarla de mi pensamiento. Era hermosa, delicada, como un pétalo al viento, angelical y con un carácter deslumbrante. Pronto descubrí que yo era también de su agrado y comenzamos a hablar. No pasó mucho tiempo cuando nos dimos cuenta de lo enamorados que estábamos, pero en ese mismo instante los problemas empezaron a aparecer. Sus padres no aprobaban nuestra relación, no nos permitían salir y me tenía, prohibido verla. Ella estaba harta de la situación y aunque solía ser una de esas niñas apacibles comenzó a escaparse de casa para estar conmigo y pasar más tiempo. Llegó el baile de invierno y decidí invitarla, ella dichosa me dijo que si. Fuimos y fue una noche maravillosa. Nos entregamos el uno al otro y nos olvidamos del resto del mundo. Al llevarla de vuelta a su casa, parecía que no existían los problemas y que incluso podrían aceptarnos sus padres.
Pero como era de esperarse no podía ser tan bueno para ser verdad. A los dos meses descubrimos que estaba embarazada, ella estaba aterrorizada pues los dos eramos muy jóvenes y yo no sabía que haríamos. Decidimos escapar, antes de que sus padres nos obligasen a algo que no queríamos.
Nos fuimos a la ciudad y la cuidé durante todo su embarazo. Era hermosa, todo en ella parecía relucir, su cabello que caía suavemente por sus hombros, sus ojos al despertar y su voz cantarina al hablarle al que sería nuestro futuro bebé. Todo en ella me enamoraba. Nunca fui más feliz.
Nació el bebé y lo único en la casa era la felicidad. Dicha era el aroma y tranquilidad la esencia.
Llegamos a la conclusión de que no debíamos huir más de nuestras familias y volveríamos para que conociesen al bebé.
Íbamos el el automóvil y todo parecía perfecto, íbamos a ser la familia con la ella siempre había soñado y todo iba a salir bien.
Estábamos cruzando el puente cuando algo atravesó la vía y me hizo perder el control. Un fuerte golpe, agua a nuestro rededor y oscuro.
Desperté en la cama del hospital, junto a ella, pero supe que no habían podido salvar al bebé.
Pasaron un par de meses pero el dolor era mucho, la culpa inaguantable y la tensión nos carcomía. Ella me dejó. Lo único que quedó de ella fue una carta.
Nunca la culpé. Yo también quería dejar atrás todo."
El silencio reinaba en la habitación, caras de asombro y miradas más dicientes que mil cartas. No se dijo más en la reunión. Se terminó la ronda y cada uno se marchó a su casa.
No volvieron a jugar póquer.