Abres los ojos mirando hacia un punto fijo. Miras a tu alrededor y observas la persiana casi totalmente bajada, para ver si entran los puntos de luz que esperas por si hará un día soleado o no. Frunces el ceño y te incorporas sentada en la cama, observando el suelo y las zapatillas junto con tus pies. Aún tienes los ojos entrecerrados y bostezas mientras te desperezas. Te pones las zapatillas y te levantas soñolienta. Te miras al espejo con el mismo miedo de todos los días. Comienzas a mirarte de arriba abajo y a sentir el asco que sientes siempre y piensas -estoy harta de ver siempre lo mismo. La gorda que me tiene harta y que me da tanto asco. A ver cuándo te mueres, perra-. Te fijas en tus grandes y preciosos ojos, los que comienzan a lagrimear y más tarde, a llorar. Sufres en silencio y sobre todo sola. Te dirijes al cuarto de baño y te lavas la cara sin mirarte al espejo. Vas al cuarto y te secas la cara y las manos. Vas hacia la cama y te sientas. Suspiras. Metes una mano en la funda de la almohada bajo ésta. Sacas una cuchilla. Te miras los brazos y vuelves a oír esa voz que te dice que no lo hagas, pero te resistes. Observas las marcas de anteriores cortes. Acercas tu mano con la cuchilla lentamente al otro brazo. Comienzas a clavarla mirando al techo arrugando la nariz y los labios. Cierras los ojos y notas como se derraman por el resto del brazo gotas de sangre. Notas esa satisfacción que te hace sonreír y aliviarte. Miras el brazo con la sangre y el suelo goteado de ésta. Coges con cuidado y con rapidez papel higiénico de la mesita de noche para limpiarlo y que tus padres no se den cuenta de todo aquello.
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No puedes más
Teen FictionEl día a día de cualquier persona cercana a ti, puede serle un infierno.