《Mademoiselle Anónima.》

4

Atte. Kim

—Maldición...

Susurró el albino por lo bajo, aquello se veia injusto. Estaba siendo atrapado sin salida por un grupo de diez hombres, nada agradables.

Él sabía que se habia metido en problemas de nuevo, a pesar de querer huir de ese "secreto" que tanto deseaba ocultar.

Si alguien supiera de eso, podría utilizarlo para chantagearle.

Y no le gustaba en absoluto.

— Vaya, vaya, así que nos traicionas, ¿eh, Kim?

Dijo el líder de la banda. Este llevaba una clásica chupa de cuero, unas botas negras enormes y un tubo de acero. Perfecto para... Bueno, meterse en más problemas.

— Ya os dije que no les diría nada a la policía, ni profesores.

— Pero es más conveniente eliminar a alguien de quien no sabes si va a cumplir su palabra.

Add tragó saliva. No se libraría de esta tan fácilmente, a lo mejor con cuatro meses de recuperación en el hospital mejora la situación.

Kim no pudo responder, le sudaban las palmas de las manos y apretaba sus dientes.

El tubo de acero que sostenía aquel bandido, se enlairó en el aire con una determinación malvada.

Con aires de asco, el líder esbozó una sonrisa, dejando de lado su cigarrillo.

— Adiós, Kim~.

Y el tubo bajó.

Add cerró sus ojos e intento protegerse la cabeza.

Pero después...

Se escuchó un disparo.

Add abrió los ojos incrédulo.

El tubo de metal habia sido lanzado a una esquina. El líder miró anonadado a la pared que estaba cerca de su mano. Vió un pequeño hoyo en esta.

— ¿Qué mierda? Un... ¿¡Francotirador!?

Otro disparo se escuchó.

Dos más, el líder les dio una señal de retirada a sus compañeros.

Tres, Add se quedó apoyado en la pared y, despacio, descendía hasta que su trasero tocó el suelo. Con sus ojos prácticamente en blanco, miró a la dirección en la cual venían las balas.

Venía de una torre, abandonada y algo devastada. Sintió un escalofrío y antes de retirarse y huir, algo aterrizó e impactó contra la pared.

No era una bala.

Era una flecha.

Que contenía un mensaje.

"De nada, Kim~

Atte. Anónima ♡"

El ojipúrpura cayó de rodillas al suelo.

Mirando ese mensaje, como si fuese la cosa que más le sorprendió del mundo.

Pero, sin darse cuenta, ...

Estaba sonriendo.