CAPÍTULO UNO

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El invierno caía a plenitud como una delgada sábana sobre las torres, la bruma helada del mar chocaba con los barcos mientras la noche guardaba los secretos de aquel reino helado

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El invierno caía a plenitud como una delgada sábana sobre las torres, la bruma helada del mar chocaba con los barcos mientras la noche guardaba los secretos de aquel reino helado. No había nada más que sus corazones latiendo expectantes a un futuro más cálido, una visión antigua que sus abuelos habían soñado y transmitieron a sus hijos.

Pero, ¿Qué esperanza tenían? ¿Qué abrigo los sostenía con vida y ánimo de continuar soñando?

Tenían a una princesa, una niña con miedo, inmersa en sus estudios, en sus responsabilidades y añoranzas propias, inocente ante el mundo. A los ojos de su padre, una herramienta requerida para su estabilidad, para el progreso y su mismo orgullo. Éste ejercía en ella una autoridad digna de un ejército, mientras la mirada serena de la reina se apoyaba sobre su cabeza, esperando que la pequeña princesa pudiera avanzar con paso firme sobre el destino marcado por generaciones.

En esta noche miles de súbditos verían la coronación de Lilac, la princesa de Gintra, coronación apresurada por los contratiempos climatológicos del invierno precoz, que una vez tomara forma sería el más crudo que alguna vez azotara el reino.

Desde su nacimiento era candidata para la tarea más importante de todas, nacida bajo el signo de la estrella, Lilac era la encargada de elegir al bailarín que acabaría con el invierno que cubría Gintra, maldición que muchos tomaban como una leyenda de ancianos, otros como religión.

Estos últimos predicaban a Gintra como único nido de vida en toda la tierra, un reino elegido por la Luna para prosperar y crear una expansión de virtud que hará que reinos surjan del abismo y se formen una vez más países, continentes y cielos nunca contemplados por sus ojos humanos, así como una vez el universo fue.

Tenían una esperanza para acabar con esta maldición, el invierno eterno como lo llamaban los mayores tenía una debilidad, ésta cedía ante lo hermoso, lo angelical o divino, décadas antes de la propia existencia del rey, una mujer llamada Hela descubrió que sus pies tenían un cosquilleo extraño, uno que le provocaba pasión, que revoloteaba a sus rodillas y aterrizaba en su cabeza, que la dejaba ciega y muda ante los movimientos y sensaciones, todos se agrupaban para observar el baile de aquella mujer que conmovió tanto al invierno, el hielo se derritió a los pies de la primera bailarina en toda Gintra, su familia, amigos y pronto todos en el reino la seguían mientras veían como a su paso los lagos congelados se llenaban de vida, los colores opacos se iluminaban con el sol y brillaba un paisaje verde y fresco.

La danza continuó hasta que la mujer desvaneció en el fin de la tierra y sus cabellos se volvieron blancos por el frío que se unía a su alma. El invierno había encontrado un almacén y no saldría de aquel corazón hasta que un día falleciese; con su muerte se llevó el calor del sol y la vida que, a sus doscientos años de existencia, cobijaban al mundo.

Los ancianos dibujaban las danzas que esta mujer realizaba y se las enseñaban a sus hijos con la esperanza de que algún día, uno de ellos tuviera el fantástico don. En su lecho de muerte, Hela anunció a una princesa, una nacida bajo el signo de la estrella. Ella, que cumplidos los 15 años iba a anunciar al segundo bailarín del reino, podrían pasar muchas generaciones antes de encontrar al indicado y solo ella podrá juzgar a los hombres y mujeres que estén dispuestos a intentarlo.

La princesa y el bailarínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora