De estrellas, de águilas y de castillos

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 — ¡¡¡¡Shhhhh!!!! Mathilda, por el amor de Dios cierra esa boca. Nos van a oír.

Los pasos eran decisivos y pasaban por encima de sus cabezas. Seis botas de cuero y sus cabezas. Todo lo que se interponía entre ellas eran los tablones de madera, cuya durabilidad era cuestionable.

— Marco, se van a romper. Escucha... ¿ves? ¿Lo oís? Ay Marco se van a romper.

— Mathilda te lo suplico. De nada sirve que te lamentes. Las maderas resistieron esto siete veces...pueden resistir una vez más.

— ¿Cuántas más, Marco? ¿Tres? ¿Cuatro? Sabes que van a volver.

— Sí. Siempre vuelven.

Marco abrazó a su hermanita con desesperación, como si fuese la última vez.

— ¿Qué hicimos mal, Marco?

Su hermano la agarró de las manos y luego posó sus manos en su rostro. Miró directo a esos dos zafiros que tenía de ojos su hermana. Tan brillantes, rodeados por el polvo que flotaba alrededor. Estaban a punto de soltar todo el dolor.

— Nada. ¿Me escuchaste? Nada en absoluto.

— Entonces, ¿Por qué nos siguen? ¿Es mi tatuaje?

— No, Mathilda. Siempre lleva ese tatuaje con honor. Es lo que somos. Es nuestra identidad. La culpa la tiene...la tienen... recae en las estrellas.

— ¿En las estrellas?

— Sí. — Miró hacía arriba y alcanzó a divisar un pequeño agujerito por donde podían verse ciertas estrellas. Algunas de gran intensidad. La luz cruzaba con todo esplendor por aquel minúsculo orificio de esperanza. Marco recordó, en ese momento, viendo aquel brillante fulgor, que la belleza todavía existía en el mundo. — ¿Ves? Esa por ejemplo, decidió que nos escondiéramos aquí, para estar a salvo. – Señaló una de aquellas muchas estrellas.

— Entonces, ¿las estrellas salvan vidas?

Marco no pudo contenerse y sintió como su alma se rompía por dentro, en millones de pedazos. Todo lo que pudo lograr ante el miedo, el horror y el amor hacia Mathilda fue dejar caer algunas pequeñas lágrimas. Se detuvo un momento para observarla. Siempre tan valiente. Su hermanita era más fuerte que él, después de todo.

— Así es. Y te digo algo: — Mathilda se acercó a su hermano con completa admiración. Quizá le revelaría el secreto de por qué las mujeres tienen el pelo largo y los hombres no. O por qué ella es chiquita en un mundo de gigantes de infinita altura. — Las estrellas decidieron que vas a vivir. Por siempre.

La niñita se tapó la boca de la sorpresa y esbozó la más dulce sonrisita. Su corazón galopaba con emoción. Marco le recordó que guardara silencio. Aunque ella no lo quisiera así, seguían debajo de las grandes águilas con botas de cuero.

— ¿Y voy a ser chiquita y bonita para siempre?

— ¡Pero claro! Justo como lo eres ahora. Chiquita y bonita.

Por un momento, Mathilda creyó que podría salvar al mundo con su pequeñez y su hermosura. Quizá salvaría a Marco también. A todos. Podría volver a enroscarse en los brazos de Mamá y escuchar los cuentos de Papá.

"Ay Pa." Pensó la niñita. Recordó por un momento los cuentos que su padre le contaba en las noches de tormenta y como aquel cuento del águila y la niñita resulto interrumpido por una visita de aquellos intrusos con botas de cuero. Y la escapada...

— Marco... ¿conoces la historia de la niña y el águila?

— No. Me acuerdo que Papá me la contó cientos de veces pero mi niñez terminó hace mucho, y con ella esas historias.

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⏰ Última actualización: Sep 21, 2016 ⏰

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