Una aventura

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Muak


Tiré la carpeta sobre mi mesa, ya de por sí atestada de papeles y, todavía con los labios fruncidos y la mandíbula apretada, me dejé caer, frustrada, sobre la silla.

Cuando, al poco, alcé la mirada, mi compañera Sara me estaba mirando con gesto interrogante. –¿Qué es lo que ha pasado esta vez, Raquel?

Puse los ojos en blanco y sacudí lentamente la cabeza mientras trataba de poner algo de orden al desastre que tenía delante. –¡No lo soporto, de verdad que no...! Ya sé que solo llevo aquí un mes, pero... –Antes de que pudiera acabar de desahogarme, la voz grave y potente de mi jefe volvió a atravesar la puerta del despacho.

–Señorita Torres, ¿puede venir un momento?

Cerré los ojos con fuerza y traté de inspirar y expirar aire de forma pausada para ver si así conseguía algo de sosiego.

No sirvió de nada.

Me levanté, resignada y, antes de entrar en el despacho, miré de reojo a Sara que, cruzada de brazos, trataba de esconder una sonrisa divertida.

Llamé a la puerta y me detuve en el umbral. –¿Me llamaba?

El causante de mi desastroso estado anímico, desde hacía ya más de treinta días, ni siquiera se dignó a levantar la cabeza. –Necesito el informe de las Empresas Tuxon para mañana a primera hora.

Abrí la boca mientras mi ceño se fruncía de forma pronunciada y tuve que morderme la lengua para impedir que las palabras, que atropelladamente se agolpaban en mi garganta, salieran de allí.

Ese trabajo era mi gran oportunidad. Recién terminada la carrera de Económicas, tenía que dar gracias por haber encontrado el trabajo de mis sueños. Era plenamente consciente de que si me esforzaba lo suficiente y aprendía, podría conseguir una experiencia que estaba segura abriría muchas puertas a mi futuro profesional. Sin embargo, mi jefe no me lo estaba poniendo nada fácil, a pesar de las ganas y la dedicación que trataba de imprimir a cada una de las tareas que me encomendaba.

Flexioné el codo para poder ver la hora en mi reloj de pulsera y solté una maldición entre dientes. –Son más de las seis y media...

Las cejas de mi interlocutor se alzaron a la vez que su cabeza para, por primera vez, enfocar la vista en mi persona. –¿Y?

Cuadré los hombros y apreté la mandíbula. –Salgo a las siete, por si no lo recuerda.

–Créame, señorita Torres, mi memoria es tan buena ahora como lo era hace un momento. –Ladeó de forma imperceptible la cabeza y alzó la barbilla, desafiante. –¿Tiene algún inconveniente?

Inspiré con fuerza y apreté los puños a ambos lados de mi cuerpo, totalmente rígido por la tensión. –Hoy me es imposible quedarme hasta más tarde.

–Ese no es mi problema. El informe debe estar terminado para mañana nada más llegue.

Mis párpados descendieron lentamente mientras hacía un gran esfuerzo por mantener la calma y una expresión serena en el rostro. Di un par de pasos hacia la puerta y, a punto de girarme para salir por ella como alma que lleva el diablo, me paré y lo miré. –¿Algo más?

Aquel hombre insufrible había vuelto a posar su vista en el ordenador. –Eso es todo. Puede irse.

Salí de allí lo más rápido que mis tacones de once centímetros me permitieron y, apoyando las manos en la mesa de mi escritorio, fruncí los labios en una mueca y traté de contener el grito de indignación que pugnaba por salir de mi garganta.

Una aventura #completada#Donde viven las historias. Descúbrelo ahora