☁️ōnē☁️

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No puedo dormir. Llevo horas dando vueltas y cada segundo que pasa es peor que el anterior. Me tumbo boca arriba y cierro los ojos. Empiezo a contar ovejitas. Al llegar a la sexta ya estoy harta y me siento en la cama. ¿Por qué cojones no puedo dormir? Estoy cansada, he tenido un día de mierda en el trabajo... mi jefa, Patricia, no me ha dado tregua y luego he cenado con Marina y nos hemos quedado charlando hasta tarde. Marina insiste en que debería olvidarlo y seguir con mi vida, pero ¿cómo puedo hacerlo?

Debería dormir. Tengo un mal presentimiento. Un escalofrío me recorre la espalda y me digo que son los nervios y la falta de sueño. Estos últimos meses han sido muy... busco una palabra, ¿intensos? No, más, mucho más.

Basta. Estoy cansada y debería dormir, no sirve de nada que siga dándole vueltas. Miro los brillantes números del despertador: son las cuatro. Si no me duermo ahora mismo, mañana tendré un aspecto horrible. Lo tendré igualmente. Me paso la mano por el pelo; de pequeña dormía con una trenza, porque, si no, por la mañana mamá tardaba tanto en desenredármelo que llegaba tarde al colegio. Quizá debería volver a trenzármelo. O cortármelo. Llevo una melena demasiado larga para tener veinticinco años y los rizos me dan un aspecto demasiado dulce. Sí, me lo cortaré, así me tomarán más en serio.

Suena el móvil y casi me da un infarto. Lo busco en la mesilla de noche y compruebo que no está allí. Me lo he dejado en la cocina. Me levanto de la cama con el corazón a mil por hora. Prácticamente nadie sabe mi número de móvil y las pocas personas que lo tienen no me llamarían a estas horas si no fuese importante. Los timbrazos continúan. Cojo el teléfono y no reconozco el número que aparece en la pantalla. Respondo de todos modos, con el corazón en un puño.

—¿Diga?

—¿Hanna Watson? ¿Es usted Hanna Watson? —me pregunta una voz que no identifico, al otro lado de la línea.

—Sí, soy yo. ¿Quién es usted?

—Mi nombre es Elizabeth Portland y la llamo del hospital Royal.

—¿Del hospital? —Me cuesta pronunciar cada sílaba y aprieto el aparato con tanta fuerza que tengo miedo de romperlo.

—Sí. Lamento molestarla a estas horas, pero en situaciones como ésta es el procedimiento habitual. —La mujer me habla con tanta calma que sólo consigue asustarme más.

—¿Situaciones como ésta?

—Su nombre aparece como persona de contacto en la póliza de un paciente que ha sido ingresado hace un par de horas.

Mamá y papá no pueden ser, a no ser que les haya sucedido algo a los dos al mismo tiempo, y tampoco puede ser mi hermano Robert, ni mi amiga Marina. Era imposible que sea quien me estoy imaginando, pero mi corazón lo sabe antes de que esa mujer me lo confirme.

—Me temo, señorita Watson, que el señor Rubén...

—Rubén —la interrumpo y noto cómo se me para el corazón. —... ha sufrido un accidente. Ahora mismo está todavía en el quirófano, pero necesitaríamos que venga al hospital por si hay que tomar alguna decisión.

Rubén no está muerto. No está muerto. Está en el quirófano.
¿Y yo soy su persona de contacto? ¿Por qué? ¿Desde cuándo? ¿Todavía?

Rubén nunca hace nada sin motivo. Nunca deja nada al azar. Rubén está en el hospital. Me necesita.

—Voy hacia allí.—afirmo antes de colgar.

No sé si la mujer del hospital se despide, pero no me importa. Ni siquiera le pregunto en qué planta está. Lo único importante es que Rubén ha tenido un accidente y que yo tengo que estar a su lado. Lo demás, la horrible discusión que tuvimos, nuestro adiós, me parece ridículo comparado con lo que sugiere la última frase de la señora Portland: «...por si hay que tomar alguna decisión».

Noventa días ~ rdg,. [adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora