Leigh-Anne cruzó las piernas y miró el reloj. El viaje amenazaba ser largo y aburrido, horas metida en un espacio tan reducido por carreteras con mal mantenimiento y sin batería en el teléfono.
Guardó el dispositivo en el bolsillo cuando su percepción del viaje cambió por completo cuando alguien se sentó a su lado.
Una mujer rubia espectacular.
Que no le dedicó más que un saludo formal.
Las horas se hacían aburridas e insoportables, hacía calor en el autobús y Perrie comenzaba a impacientarse.
Nunca había sido buena con las esperas.
Y además esa preciosa chica morena a su lado llevaba un top color blanco demasiado transparente y revelador con ese calor. Provocaba que los pezones se le marcasen y notasen pese a la ropa interior.
-No soporto los viajes.
La morena le sonrió y algo en el estómago de Perrie se contrajo, algo que se convirtió en una especie de calor líquido directo a su entrepierna y que se convirtió en humedad en sus bragas.
-Yo tampoco. Me aburren.
Su voz era como puro sexo concentrado.
-Me llamo Perrie.
-¿Por qué no dejas de mirarme las tetas?
Perrie apretó los muslos. Mierda, mierda. Y ella creyendo ser discreta.
-Porque son muy bonitas.
-Soy Leigh-Anne.
Perrie sacó su iPod y se puso música. Leigh-Anne le retiró un auricular de la oreja.
-¿Alguna vez has pensado follarte a una desconocida cualquiera en un sitio cualquiera?
-Yo...
Una mano se introdujo entre los muslos de Perrie. Su short de lino estaba empapado y ella se ruborizó ante esa salvaje evidencia de su deseo.
-Por ejemplo en un autobús cualquiera.
-Esto está lleno de gente...
-Pues tendrás que ser silenciosa.
Perrie se mordió el labio cuando Leigh-Anne presionó su vagina sobre la tela. Mucha tela. Demasiada.
La otra mujer movió la mano hacia abajo, acariciando su muslo, y metió la mano por debajo de los shorts, tocando la pierna y por fin tocando sus braguitas de encaje.
Su dedo se empapó rápidamente, así de excitada estaba la rubia. Comenzó a estimularla con caricias y provocó que le escapara un gemido. Detuvo la mano.
-No puedes hacer ruido o nos echarán.
Perrie se mordió el labio. Concentrarse en no gritar era probablemente la mayor tortura que había padecido en años pero a la vez el mayor placer que podría haber imaginado. Leigh usó los dedos para rasgar el encaje de sus bragas y usar ese espacio recién ganado para meter un dedo en el agujero de su vagina. Perrie se sintió derretir, un rayo de placer salió directo desde su interior hacia todo su cuerpo y Leigh estaba moviendo su dedo deliciosamente lento, dentro y fuera de ella...
Sus piernas temblaron cuando Leigh rasgó más las bragas para meter un segundo dedo. Su vagina se contrajo y su cuerpo estalló en un orgasmo arrollador. Se clavó los dientes para contener el chillido del orgasmo y sus ojos se posaron en los de la otra mujer que se llevó el dedo a los labios y se lo chupó.
-Encantada de conocerte, Perrie.