Estando a solas en el cuarto de baño de aquel hotel, Samara con gruesas y brillantes lágrimas observó su rostro en el empañado espejo. Mojó sus manos con un poco de agua y las frotó lentamente por su cuello recordando lo sucedido segundos antes. Ahogó un grito desgarrador haciendo que su estómago se contrajera rápidamente cuando los sollozos aparecieron sin ser invitados debido a ese extraño y súbito sentimiento de culpa. En ese momento tuvo ganas de que la tierra la tragase hacia el fondo de sus entrañas y la quemara viva, pues eso sintió merecer, el mero infierno después de haber traspasado aquellas barreras al haberle sido infiel al hombre que se encontraba en casa esperándola llegar. Deseó tantas noches aquel momento que nunca reparó en posibles arrepentimientos ni en posibles consecuencias, porque sus ganas de entregarse a otro hombre hablaron siempre más alto que su cordura y su razón. Entonces, ¿de qué se trataba todo eso?
Soltó luego una fría carcajada que se tornó en un llanto horroroso lleno de culpas y frustración despertando al hombre que se encontraba dormido en la cama en medio de unas sábanas satinadas de color rojo. Se levantó y empujó despacio la puerta de baño encontrando a Samara desnuda y doblada sobre el lavabo.
─ ¿Pasa algo? ─preguntó frunciendo el ceño el atractivo amante que se terminaba de despertar con la fuerte luz que le achicaba las retinas.
─ Estoy bien, no te preocupes ─dijo borrando unas heladas lágrimas la desdichada mujer.
─ ¿Por qué lloras entonces? ─replicó el fuerte hombre.
─ Tengo que irme.
Segundos después salieron ambos del hotel en el auto de aquel hombre quien la observó detenido tratando de averiguar qué era lo que sucedía. Notó que su amante ya no estaba sonriente, coqueta, ya no le decía palabras lascivas al oído y tampoco le acariciaba la entrepierna incitándolo al acto como segundos antes cuando viajaban en el auto; ahora estaba callada y sabía que detrás de esas gafas oscuras se escondía una culpa estúpida y no fue algo que realmente le preocupó; simplemente no quería escuchar reclamos tontos y arrepentimientos absurdos después de todo lo sucedido en el cuarto de aquel hotel.
Samara respiró profundo y de su bolso sacó la brillante alianza de matrimonio que había guardado antes de entrar al hotel; la colocó despacio en su dedo anular, apretó fuerte las manos y suspiró de manera pausada.
─ ¿Pasa algo preciosa? ─escuchó decir al aburrido amante.
─... Imagino que ya habrás escuchado tantas veces lo que te voy a decir pero es lo que realmente quiero.
─ ¿Qué es lo que quieres?
─ Quiero que no nos volvamos a ver.
─ Cariño, yo no quiero tener una relación extensa contigo ya te lo he dicho, sólo quiero que la pasemos rico como la pasamos hace unos momentos.
─ Es extraño, pero yo... no quiero que nadie se entere de esto. Hemos sabido ser discretos y espero que de esa forma quede esto, en la discreción. Recuerda que soy una mujer casada y no quiero escándalos.
─ Será como tú quieras, pero no me pidas dejar de verte. Me encantas y quiero disfrutarte un poco más ─dijo el amante intentando introducir su mano entre las piernas de Samara.
─ ¡Estoy hablando en serio! ─dijo tajante.
El atractivo hombre apartó su mano y la colocó sobre la palanca de cambios deteniendo el auto cuando el semáforo se puso en rojo. Samara deseó estar en casa con su pijama rosa, cocinando la cena en espera de ver llegar a su marido para cenar juntos en silencio como dos extraños, pero se encontraba en el auto de su amante quien la había hecho suya por primera vez y de una manera que le daba escalofríos recordar.
El estómago volvió a temblar y con ellas sus piernas; si así se manifestaba la culpa, sería muy difícil de esconder cuando llegara a casa y se encontrara con su esposo, quien a pesar de todo, la seguía conociendo muy bien y sabía cuándo algo le pasaba. Extrañamente le aterraba la idea de que él se enterara de lo que había hecho y eso la estaba volviendo loca. Necesitaba pensar, necesitaba gritar, necesitaba contarle a alguien lo que había hecho y lo miserable que se sentía, pero no tenía a nadie, estaba sola y eso la hacía sentir mucho peor. Pensó en hablar con Inés su mejor amiga, pero ella era una mujer muy complicada y además, era la esposa del mejor amigo de su esposo. Entonces ¿qué haría?
Segundos después el auto aparcó en aquel solitario estacionamiento de supermercado donde ella había dejado el suyo, sintiendo a su vez como la mano de su amante le acariciaba una de sus rodillas haciendo desvanecer sus pensamientos de inmediato.
─ No te preocupes preciosa, por mí nadie se dará cuenta de lo nuestro.
─ No digas «lo nuestro», nosotros no tenemos nada que ver. Lo que pasó hoy es algo que jamás se repetirá.
─ ¿Estás segura de esto, putita?
─ ¿Cómo me has llamado? ─preguntó asqueada.
─ ¡Putita! En la tarde te gustó escuchar eso, no veo porque ahora te estés ofendiendo. Me rehúso a dejar de verte y si estás tan encabronada por esto, pues te aguantas, o si no el cornudo de tu marido se enterará de lo puta que eres.
Y en verdad eso es lo que era, una puta barata que había jugado a conquistar a un hombre sin escrúpulos y ahora se sentía estúpida. Lógicamente Samara había llamado la atención de Sebastián en la despedida de aquel colega que se iba del país.
Ese día había discutido con su marido y se sentía segura de que coqueteando con un compañero de la oficina olvidaría todos sus problemas. Pensó primeramente en descargar su enojo de esa manera con Andrés, que ya que se iba, nadie se enteraría de nada, pero Andrés había llevado a su esposa a la reunión, echando a perder de esta manera los planes de la frustrada Samara, pero Sebastián le agradaba y mucho, más al recordar la forma cínica de cómo la observaba en los pasillos de la oficina. Sebastián compartió con ella un par de copas y luego de dos días la llevó a un cuarto de hotel donde le hizo el amor de la forma en que ella le había descrito en un correo, de una forma tan sucia que ahora se sentía avergonzada al recordar.
Samara bajó del auto sin importarle la lluvia que caía volviendo la noche fría. Se introdujo en su auto llorando desesperada, dando de golpes por todos lados, temiendo llegar a casa y enfrentar al inocente de su esposo. Necesitaba idear un plan para no verse afectada y por lo que le había dicho Sebastián, él no aceptaría no volverla a tener. Si bien ella tenía la culpa de todo, eso no era lo que importaba, lo que importaba ahora era salir bien librada de la situación.
Encendió su auto y se dirigió a casa pero al ver que el auto de su marido no se encontraba aparcado en el garaje, sintió un poco de alivio pues le daría chance de tomar una ducha y relajarse un poco para pensar mejor las cosas, pero ese vacío que le embargaba el pecho era algo que la tenía inquieta.
Bajó del auto empapándose en la torrencial lluvia que envolvía a toda la ciudad y entró en casa escurriéndose el agua que caía en la alfombra del pórtico. Entró, cerró la puerta tras de sí y subió descalza por las escaleras rumbo a su habitación mientras se quitaba la blanca camisa que traía ahora pegada al cuerpo. Entró en la habitación y quedó paralizada al encontrar a su marido sentado en la cama sosteniendo entre sus manos una pistola, esa que guardaba celosamente en uno de los cajones de su mesa de noche...
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Infidelidad, el perdón no es suficiente
Short StoryQué representa para tí el hecho de serle infiel a tu esposo si ya no sientes nada por él? Descubre qué tipos de sentimientos experimenta Samara en el cuarto de aquel motel después de haberse acostado con otro hombre y si es capáz de enfrentar a su e...