I Parte. La Felicidad

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El viento está soplando fuerte y las nubes se están apoderando del azul cielo... Se avecina una tormenta, las aves vuelan sobre mí huyendo para refugiarse en algún lugar. Ninguna acude a mí. Mi cuerpo se estremece, no es la primera tormenta que enfrento, he sobrevivido a decenas, pero siempre antes de una tormenta siento miedo, más aún ahora que soy viejo. Mis piernas ya no resisten y mi cuerpo está hueco... Lo único nuevo en mí son las hojas que sin falta cada año se renuevan y las aves que sin falta cada año arman sus nidos entre mis ramas y dan vida a nuevos pájaros inexpertos y tiernos que pasado un tiempo me abandonaran porque nada en mí permanece mucho tiempo, una vez que los pichones pueden volar se alejan y vuelven esporádicamente, mis hojas una vez comenzado el otoño caen, algunas felices y divertidas, otras tristes y llorando, y yo ahí, quieto y envejecido. Cada año que pasa es un año más de tortuosa espera, no saben cuánto envidio a aquellos que ya murieron, y es que una vez que vives tanto y ves morir a tantos ¿Para qué seguir viviendo?

Esta es una historia que espero sea escrita con papel hecho de mi propio tronco viejo y gastado, ese sería un papel viejo y duro, lleno de surcos y líneas que solo serviría para contar dolor. Esta es la historia de un joven árbol que no había conocido a los humanos hasta que la vio a ella.

Todo comenzó hace años atrás, cuando yo comencé a crecer, al principio dolió mucho, el estar estirándome y estirándome y resistir el viento los truenos y la lluvia, el tener que cuidarse de que los animales no me pisaran o comieran, pero finalmente lo logré y viví. Y cuando ya era adolescente, cuando ya estaba erguido fuerte y majestuoso comencé recién a conocer.

Conocí las nubes que pasaban muy por sobre mí, suaves, ligeras, divertidas, tan hermosas que hasta invente una palabra para ellas Suvenantas, eran simplemente suvenantas. Siempre desee crecer tan, tan alto que alcanzaría las nubes y me regocijaría con sus cultas conversaciones sobre todo lo que observaban a lo largo de sus viajes. Conocí a las aves, grandes mensajeras que siempre tenían una historia que contar, un sonido que regalar o una lágrima que llorar. Y fui feliz, muy feliz o eso creí, la verdad es que cuando uno cree que es feliz siempre llega algo, algo que te hace dar cuenta de que aquella vida que creías era perfecta es solo algo insignificante, solo la punta del iceberg de la felicidad.

Fue una tarde cuando el viento soplaba lenta y tiernamente, los pajarillos jugaban alegres entre mis ramas y yo no podía estar más pleno, entonces la vi, llevaba un vestido blanco y un gorro blanco con detalles azules, corrió por el amplio bosque como si lo conociera de memoria, como si ella fuera la dueña y este la recibió como si siempre la hubiese estado esperando, llevaba una sonrisa en el rostro y su cabello marrón con ondas flotaba en el aire de una forma que jamás había visto, su tierna risa resonó por todo el bosque y entonces sin titubear me abrazó largo y tendido.

-- ¿Anaís? -- Gritó una voz calmada y serena, se oía mayor, como si la vida le hubiese enseñado ya demasiadas cosas.

-- Elijo a este abue. -- Dijo la pequeña criatura que me abrazaba, con una voz inexperta y chillona.- Quiero un columpio en este.- Me miró con ojos esperanzados y volvió a abrazarme, me abrazo como si fuera la cosa más maravillosa del mundo.

No puedo explicarles la emoción que sentí, me sentí calmado, tranquilo, emocionado, asustado, feliz, esperanzado, impactado... ¿Existe un nombre para ese manojo de sentimientos? ¡Puede que sí! Pero aún no ha sido inventada, digamos que me sentí pobiricolado, mejor dicho motibotriz, o mejor aún turfectado, ¡Sí! Esas son las palabras correctas para describir ese manojo de sentimientos. Miré a la criatura extraña que me abrazaba y me pregunté qué clase de animal era ese. Junto a ella llegó una criatura más alta, de cabello blanco, cara arrugada y ojos gastados. Había vivido grandes penas, pero las tristezas eran opacadas por las alegrías que había vivido, si tuviera que describir a aquellas criaturas en una palabra diría que eran faspeantes, simplemente faspeantes. ¿Qué eran? ¿De dónde venían? Quería saber, entonces un pajarillo que jugaba entre mis ramas y que había observado la escena voló cerca de mi oído y me dijo:

The tree fall in loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora