The Revelator

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Tomó unas pinzas y las colocó correctamente en sus dedos. Con ella agarró la hoja blanca y la puso en aquel recipiente, haciendo esta se hundiera hasta el final por el líquido que le rodeaba. Miró la vasija mientras esta ayudaba a que el papel comenzara a relucir una imagen en la cara antes blanca. Miraba cómo los colores iban impregnándose en aquella hoja. Como una imagen se formaba. Como una silueta, ya muy conocida para él, comenzaba a visualizarse.


Volvió a mover su mano y sacó el papel. Se dio la vuelta sobre sus talones y elevó los brazos, colocando la hoja en aquel hilo que atravesaba el rojizo pero oscuro cuarto. Dejó las pinzas a su lado sin mirar dónde las dejaba. Conocía ese cuarto tan bien, como la palma de su mano. No, aún mejor que sí mismo. Miró todas las fotografías colgadas y salió de aquella habitación para dejarlas reposar. Cerró la puerta con suavidad y se dirigió a su recámara. Tomó una muda de ropa. No sin antes inspeccionar todo su armario, buscando lo mejor de sus prendas. Se dirigió al baño y tomó una ducha rápida. No le gustaba el agua, es más, la odiaba.



"Ven aquí...el agua no te hará daño."



Esas palabras tan solo eran, una de las ya, más conocidas mentiras que ella decía.


Claro, decía...


Sonrío suavemente con su último pensamiento. Se vistió sin demora, arregló su cabello y se colocó todo lo que siempre llevaba: anillos, pulseras y collares. Tomó el perfume, se roció en el cuello y un poco en la ropa. Dejó el frasco en el aparador y se miró al espejo, Se vio fijamente por varios minutos. No se veía a sí mismo. Miraba a la nada, siempre miraba a la nada. Nada ni nadie le sacaba de su propio mundo, a excepción de aquél ser dentro de él... y de esa persona.


Salió de su habitación y se dirigió al cuarto rojizo una vez más. Descolgó las fotografías y las apiló en su mano, todas con una delicadeza casi indescriptible. Se retiró de allí y se adentró en la recámara que estaba a la derecha de este. Al entrar, prendió la luz y se acercó a aquella pared tan decorada como a él le gustaba. Tan adornada por sí mismo, ornamentada con el rostro de aquella persona.


Tomó unos ganchos de la única mesita de la habitación, se dirigió hacia la pared del final y una por una, comenzó a incrustar estos en las fotos nuevas, para que estas se sostuvieran. Dio un paso hacia atrás y miró por completo aquella pared. Fotografías por todos lados, fotografías por doquier, de él. Miró una en particular, la del centro; la más grande de todas. Se acercó y alargó su brazo, logrando que sus dedos rozaran suavemente aquella imagen, donde se paseaban por aquel rostro dibujado, siguiendo la línea de la mejilla hasta llegar a sus labios. Se relamió estos, lentamente sin dejar de mirar. Ladeó la cabeza un poco hacia la izquierda y sonrió.


¿Yo soy un cualquiera? Me ofendes...


Ese cabrón no estaba ofendido y lo sabía. Jugaba con él, y eso le gustaba. Él ya estaba haciéndolo desde hace más tiempo, sólo, que en ese momento, aquella persona se sumaría al juego también. Ya no sería una víctima, ahora, sería un victimario.


 Como él.


Siguió acariciando aquella fotografía con delicadeza mientras su sonrisa se ensanchaba cada vez más.

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